El legado de la crisis, la caída del potencial de crecimiento, el desplome de los precios del petróleo y las variaciones en las cotizaciones de divisas afectan sí globalmente, pero lo hacen de distinta forma a cada economía.

Recientemente, el Fondo Monetario Internacional (a partir de ahora FMI) ha actualizado sus Perspectivas de la Economía Mundial con algunas conclusiones interesantes. Así, desde el pasado otoño, la institución reconoce que los riesgos macroeconómicos se han atenuado. Y, ciertamente, si miramos las expectativas resumidas en las cifras de crecimiento esperadas para 2015, tampoco es que hayan cambiado mucho con respecto a las estimaciones que se vislumbraban unos meses atrás. Concretamente, la institución espera para 2015 un mejor desempeño de los países desarrollados con respecto a 2014 y justamente al revés para las economías emergentes, con lo cual la expectativa de crecimiento global para 2015 queda en un 3,5%, muy cerca del 3,4% del curso anterior, produciéndose cierta compensación entre la mejoría de unos y el empeoramiento de otros. Sin embargo, ya se advierte en el informe que “simplificar” la conclusión a que los países desarrollados en general “van bien” y los emergentes “van mal” no resulta certera. Y ello se debe a que hay una serie de factores que afectan de manera diferente a unos países y otros, sean desarrollados o emergentes.

Así, en primer lugar, el informe habla de elementos que se encuentran tras las corrientes de fondo de la economía de un país en la situación actual y que básicamente son dos:

- El legado de la crisis financiera y de la crisis de la Eurozona. Como es bien conocido, la crisis estalla en Estados Unidos y tiene diferentes episodios (crisis financiera, económica, de deuda soberana, política?), pero la herencia de la misma se produce en forma de debilidad del sector financiero, elevado endeudamiento público y privado, mercado laboral dañado, desigualdad social e incremento del número de personas en riesgo de exclusión. Es claro que, por poner dos ejemplos cercanos y extremos, Alemania y Grecia son polos opuestos en lo que respecta a esta cuestión.

- La caída del potencial de crecimiento de la economía. La tasa de crecimiento a largo plazo depende fundamentalmente del crecimiento de la población activa, del stock de capital de la economía (fabricas, máquinas?) y de la habilidad de combinarlos adecuadamente o productividad. La preocupación por el envejecimiento de la población y las consecuencias que ello puede acarrear de cara al crecimiento futuro no son nuevas, pero lo cierto es que a ello hay que unir una caída de la productividad y un comportamiento decepcionante de la inversión en la salida de la crisis. Y es que la inversión empresarial en los países desarrollados es, por ejemplo, un 25% inferior a lo que sería lo normal si la salida de esta crisis fuese similar a otras previas. Además, la previsible caída del potencial de crecimiento es un elemento que no sólo afecta a los países desarrollados, contrariamente a lo que en ocasiones se manifiesta. Su efecto se está haciendo notar particularmente en los países emergentes, en los que los elementos de los que depende el crecimiento potencial, y enunciados previamente, están teniendo un comportamiento negativo especialmente desde el inicio de esta larga crisis.

- La importante caída de los precios del petróleo, que está provocando un claro efecto redistributivo al trasladar ingresos de los países exportadores a los importadores de dicha materia prima. Aunque las causas se pueden enlazar con la demanda global, también resultan relevantes cuestiones relacionadas con la oferta para comprender un retroceso de tal magnitud. Además, esta caída ha ido acompañada de la de otras materias primas, si bien es cierto que ésta no ha sido de la misma intensidad.

- Los significativos movimientos habidos en las cotizaciones de las divisas, que podemos resumir en la apreciación del dólar y una importante depreciación tanto del euro como del yen. Lógicamente, son reflejo de la diferente situación económica, lo que explica que la política monetaria de las principales áreas geográficas sea divergente.

Lo cierto es que estos cuatro factores plantean un cuadrante en el que si tratásemos de posicionar a los países no descubriríamos un patrón común para los desarrollados o para los emergentes. Y es que en cada país los efectos de las cuestiones enumeradas previamente son asimétricos, de manera que las políticas recomendables también carecen de elementos de comunalidad.

En este sentido, deberíamos tomar medidas que inciden tanto a corto como a medio plazo, tal y como el propio FMI señala al indicar como posible medida la inversión en infraestructura. Pero no sólo, porque los efectos de la crisis han sido particularmente perversos en nuestro tejido industrial a partir del estallido de la crisis de la deuda soberana. La recuperación del tejido industrial, la disminución de la bolsa de paro estructural y la solidaridad con los más desfavorecidos deben formar parte de nuestro compromiso como sociedad para encarar un futuro mejor.

Quizá este pueda ser un buen momento para tratar de apuntalar los elementos de fondo de nuestra economía, esos que se encuentran detrás de nuestra capacidad de crecer a medio plazo.

Somos de los países en los que el legado de la crisis pesará durante bastantes años y las

dudas sobre nuestro potencial de crecimiento son plausibles