Acababa de empezar la novena legislatura. Me habían elegido secretario primero del Senado. Cada martes, el letrado mayor, en la reunión de la Mesa, daba cuenta de los temas del pleno y de las comisiones, así como de la gobernanza de la Casa.

mecánicamente, informaba sobre contrataciones, concursos, adquisiciones y pleitos. Uno de ellos me llamó la atención. Un señor reclamaba un cuadro. Y el secretario propuso que la Mesa rechazara la solicitud. Automáticamente se iba a aprobar. Levanté la mano y pregunté de qué se trataba.

Resulta que el marqués de Chiloeches, Melchor de Porras-Isla Fernández y Sanz (los marqueses no se conforman con un solo apellido), solicitaba que se le devolviera el cuadro Capitán Don Fernando de Isla que llevaba dos años reclamando con el argumento de que dicha pintura formaba parte de una serie de retratos de sus antepasados ubicados en la vivienda que su familia ocupaba antes de la Guerra Civil y que fue “saqueada por las fuerzas republicanas”.

La reclamación venía de lejos. El marqués ya había remitido a la entonces presidenta del Senado, Esperanza Aguirre, un escrito en el que explicaba que, en octubre de 2001, su hijo descubrió el cuadro al ver un reportaje sobre el Senado y observar que en el despacho de un letrado estaba la pintura. Con la compañía de una antecesora mía en el cargo, fue a ver el cuadro y contemplar cómo en su reverso aparecía una etiqueta con la referencia de la Caja General de Reparaciones del Ministerio de Hacienda del gobierno republicano en tiempos de la guerra, señalando la dirección de Madrid donde vivía la familia del marqués hasta el comienzo del conflicto y donde se encontraba la pintura. Seguramente, ocurrió que como el Senado en tiempos del franquismo fue el Consejo General del Movimiento, alguien lo llevaría hasta allí. Por cierto, a mí me tocó usar el despacho que utilizaba Franco, según me dijo un viejo ujier, cuando don Paco iba a recibir los Consejos de parte de los consejeros que había designado él a dedo. Lo primero que hice fue poner una ikurriña.

En una primera respuesta a la demanda del marqués, el Senado había encargado un informe a su asesoría jurídica, que había dictaminado que la “titularidad pública sobre la obra de referencia resultaba fuera de discusión” y que el marqués no podía ser atendido en su reclamación.

A pesar de que los marqueses me gustan menos que el aceite de ricino, solicité a la asesoría jurídica del Senado la emisión de un informe “en el que se recoja el procedimiento a seguir por la Cámara para llevar a cabo la citada devolución”. Pasó el tiempo, el informe fue favorable y el marqués se llevó su cuadro a casa sin que me haya invitado todavía a un chocolate con churros. Así es esta gente. Pero creo que hice lo que debía hacer y lo que me enseñaron en casa, en el colegio y en el PNV. Devolver lo que no es de uno.

Esta historia, que tenía casi olvidada, me vino al recuerdo al ir a ver, hace dos semanas, la magnífica película La Dama de Oro, que recomiendo a todos con entusiasmo. Protagonizada por Helen Mirren, narra la triste historia de una familia de judíos en Viena, quienes a la entrada de los nazis en Austria son robados, saqueada su vivienda, enviados a un campo de concentración y borradas sus huellas. Es una historia real y la hija del rico represaliado, después de mil aventuras, aparece viviendo en Los Ángeles con su hermana y tratando de no recordar nada del sufrimiento que habían vivido. Una historia parecida a la de miles de familias vascas.

María Altmann es una mujer mayor que regenta una tiendita de ropa y que, tras la muerte de su hermana, emprende una batalla legal que parece perdida desde el primer momento: esta superviviente del holocausto pretende que el Estado austríaco le restituya cinco cuadros del pintor Gustav Klimt que pertenecieron a su familia. Los cinco lienzos, entre los que se encuentra el mundialmente afamado Retrato de Adele Bloch-Bauer (también conocido como La Dama de Oro) fueron expropiados en 1938 al matrimonio de Ferdinand y Adele Bloch-Bauer, mecenas judíos de los círculos culturales vieneses previos a la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi. Tras el fin de la guerra, los cuadros pasaron a formar parte del patrimonio del Estado austríaco, que consideraba a La Dama de Oro como su Mona Lisa y la tenía expuesta en el palacio de Belvedere.

La historia de María Altmann es la de miles de familias judías europeas víctimas del expolio a manos del nacionalsocialismo, que ejecutó un robo sistemático de las más diversas propiedades. Curiosamente, la película sobre su historia llega en pleno debate sobre el futuro de miles de obras procedentes de aquellos robos que siguen conteniendo colecciones públicas y privadas en Alemania y en otros países europeos.

No les cuento la película, solo les pido que vayan a verla. La ancianita, con un joven abogado norteamericano, pleitea y llega hasta un final en el que se produce una hermosa intervención principista del letrado hablando de las dos sociedades austríacas: la que expolió, vejó, arruinó y mató y la que quiere resarcir aquellos horrores.

Nosotros, los vascos del PNV, tenemos nuestra Dama de Oro. Y llevamos 64 años sin que nos la devuelvan. Socialistas y populares han mantenido el robo que nos hizo el régimen de Franco de nuestro Palacete de la Av. Marceau en París. Me volví a acordar de ello viendo la película. En Viena se ha hecho justicia. En España, no. El actual ministro de Justicia acaba de justificar los crímenes de la dictadura argumentando que estaban amparados por la legislación franquista.

La película la vi un viernes. El martes siguiente tenía una pregunta oral en el pleno al ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo. Había leído que iba a acompañar al rey Felipe VI en su viaje oficial a París y en una agenda muy cargada aparecía que iba a visitar la Biblioteca del Instituto Cervantes, nombre camuflado del local robado al PNV por la Gestapo en 1940, recuperado en 1944 por Javier Landaburu y vuelto a perder en 1951 a cuenta de aquel expolio bajo la ocupación alemana. Se hizo tras una sentencia de 1941, en plena ocupación nazi de París y porque en un juzgado del Sena el gobierno de Franco se había apoderado de nuestra Delegación.

Margallo me dijo, con una soberbia propia de aquel policía Urraca que desde la Delegación de Marceau persiguió a Azaña y Aguirre, capturó a Companys y llevó al paredón a Julián Zugazagoitia y a otros republicanos; que la Sala Primera del Tribunal del Sena el 13 de julio de 1949 y el Tribunal de Apelación de París el 3 de abril de 1951 y el Tribunal de Casación el 4 de mayo de 1955 y el Tribunal Supremo de España el 17 de octubre de 2003 confirmaban un acuerdo del Consejo de Ministros de Aznar del 19 de enero de 2001 que declaraba inaplicable la ley del 98 de restitución de bienes incautados, “que es el inmueble citado”. Omitió los de la ocupación nazi. Le faltó el correaje de falangista y levantar el brazo con un taconazo al darme la respuesta. Nada que ver con un ministro de cualquier democracia.

Margallo validaba que, en nombre de la embajada de España, tres policías se apoderaran en 1940 de todos los archivos, registros, muebles e instalaciones del Gobierno Vasco y de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos. Y hay que hacer notar que estos tres funcionarios franquistas fueron condenados por los tribunales franceses por “colaboración con el enemigo”. Uno, a pena de muerte; los otros dos se fugaron a España en el momento de la liberación de París.

Al lehendakari Aguirre, los franceses le ofrecieron una permuta de edificios. Se negó e hizo un llamamiento a los vascos de Venezuela, que en una semana compraron una pequeña villa en la rue Singer. Con los dientes apretados y conteniendo difícilmente la emoción, el lehendakari le dijo al comisario: “Salimos de este edificio expulsados por la fuerza pública en requerimiento de una sentencia que titula de ladrón al Gobierno Vasco, sentencia obtenida durante la ocupación alemana y bajo la protección del enemigo”.

Y así estamos. Nada que ver con la sensibilidad austríaca en relación con La Dama de Oro. Seguimos bajo un sistema con mentalidad franquista y con ministros franquistas como Margallo y Catalá, y sigue vigente el derecho de conquista. Y el rey de España, tan majo él, a visitar el expolio sin ni tan siquiera pedir permiso.

Por eso no podemos dejar de reclamar nuestra Dama de Oro. El edificio de la avenue Marceau es nuestro y los españoles lo tienen que devolver.

Los vascos del PNV tenemos nuestra ‘Dama de Oro’. Socialistas y ‘populares’ han mantenido el robo que nos hizo el régimen de Franco

Seguimos bajo un sistema con mentalidad franquista y ministros franquistas como Margallo y Catalá, y sigue vigente el derecho de conquista