Antes que la actual emisora, hemos tenido cuatro Radio Euskadi en funcionamiento. La primera, en Bilbao, nacida con el mensaje de Gabon del lehendakari Aguirre en la Navidad de 1936. Caída Euskadi, pasa a Barcelona. En el exilio y en tierra vasca, se monta la tercera en Mouguerre, cerca de Baiona, que es cerrada por Mitterrand a causa de la presión de Franco. Y la cuarta, en Venezuela, funcionó trece años transmitiendo en onda corta con un programa de media hora desde Santa Lucía (Valle del Tuy). En el mitin de cierre de campaña de La Casilla en junio de 1977 anunciamos su cierre. No teníamos la quinta Radio Euskadi pero sí la libertad de expresión suficiente para dejar aquella quijotada del Grupo EGI de Caracas funcionando todos los días a más de siete mil kilómetros de distancia.

En su génesis, cinco personas clave. Alberto Elósegui, abogado, con un sentido de la noticia y de la información que no he visto a nadie. Su nombre de guerra era Paul de Garat. Había trabajado con Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza en la revista Momento. El donostiarra José Joaquín Azurza en la parte técnica. Le llamábamos Jota Jota y era como una IBM. Se había tenido que ir de Donostia perseguido por la policía por haber interferido Radio San Sebastián un día de regatas y colado un mensaje abertzale con el grito reivindicativo de “Gora Euzkadi Askatuta!”. Un inmenso delito.

Jokin Inza, El Gordo, de Bergara, un gigantón con un corazón tan grande como su cabeza que sacaba dinero debajo de las piedras para financiar aquel tinglado. Iñaki Zubizarreta, un magnífico arquitecto de Las Arenas, amigo de los adecos en el poder que logró los permisos necesarios, y Xabier Leizaola, sobrino del lehendakari, una persona sensible, un hombre de bien, un bombero cuando la casa se quemaba. Fue presidente del Consejo de Deia.

Alrededor de estas cinco personalidades, treinta egikides, cada uno ayudando en lo suyo. Pello Irujo, Iñaki Aretxabaleta, Guillermo Ramos, Paul Aguirre, Félix Aranguren, Mendi, Jon Mikel Olabarrieta, Jon Gómez, Garbiñe Urresti, Julene Urcelay, Maite Leizaola, Aita Patxi, Mendiguren, Mitxelena, Lekue, Olabarri, Atxurra, Gómez, López Mendizabal, Líbano, Amezaga. Unos, en la parte técnica; otros, recogiendo quinielas; los de aquí, de locutores;los de allá, de conseguidores; los curas, entre semana; los que iban a visitarle los sábados a Ixaka Atutxa, un gudari del Jagi Jagi metido en la selva como un salvaje, con sus perros y su cabaña poniendo cada día en funcionamiento los transmisores Pedro y Pablo mientras lanzaba imprecaciones y jaculatorias contra Franco y su régimen. Sin olvidar a quienes llevaban el talo (la cinta) a macuto (lugar de emisión) todos los días, el algorteño Juantxo Ortiz y el andino Pedro Briceño. Gente muy meritoria, anónima, entregada, idealista, fantástica.

Los programas se componían de un editorial, una reflexión en euskera y otra en castellano y las noticias que conseguíamos por cartas, informaciones de agencias, publicaciones y llamadas. Y así, trece años, todos los días.

Una vez nos metimos en la misma franja que la Voz de América y nos llamaron de la embajada estadounidense. Otra salió que íbamos a dar el paradero de la secuestrada Patricia Hearst por el ejército Simbiótico de Liberación. Hacíamos daño y con esa argucia querían sacarnos de circuito. En otra ocasión se nos quemó la oficina, estábamos en el tercer piso, y nadie me preguntó como salté de una ventana al brazo de una grúa de un edificio en construcción colindante.

Pero el mayor enemigo que teníamos era lo que llamábamos “la cotorra franquista”. Se trataba de una potente interferencia que era manipulada por una brigadilla del ejército que nos dijeron funcionaba desde Artxanda. El franquismo sabía que los partidos democráticos de Venezuela nos protegían y solucionaban la cuestión con la maldita chicharra. Me imagino que harían lo mismo con Radio Pirenaica y Radio París. Cuando algo no gusta, se le anula a la brava.

A pesar de ello, se nos escuchaba, pues Jota Jota movía la banda, y los marinos vascos por todo el mundo nos enviaban informes de escucha a la sede del Gobierno Vasco en París. Era una voz con mil ecos. Toda una época, hoy desconocida.

¿A qué viene esto?

Más de una vez he pensado si no sería bueno poner en la actualidad en el Gorbea una cotorra mediática, tipo cotorra franquista, en justa reciprocidad por lo que nos hicieron, y que desde sus ondas anulara toda esa nube tóxica informativa que nos viene de un Madrid ensimismado en sus problemas y que pretende que los hagamos nuestros. No sé que tenemos nosotros que ver con Bárcenas, Blesa, Camps, Gürtel, Púnica, tarjetas black, Rato, El Bigotes, Cristina de Borbón, Pujol Ferrusola, los ERE, Chaves y Griñán, el tranvía de Parla, Villar Mir, Núñez, la lista Falciani, Díaz Ferrán, Rouco, el Código Calixtino, Elpidio Silva, Ruz, Isabel Pantoja, Kiko, Belén Esteban, Tomás Gómez, Ciudadanos, Monedero, Corinna, El Pequeño Nicolás, Arturo Fernández, el rescate, la prima de riesgo, la agencia tributaria,? que día a día nos ofrecen como único menú informativo con tal volumen que, al final, llegamos a creer que son nuestras noticias y que ante ellas hemos de reaccionar.

Seguramente, en Francia informaciones como éstas se producen cada día, pero como no nos enteramos de ellas, vivimos tan felices y afortunadamente no se ha creado en Euzkadi un partido de extrema derecha del tipo de Le Pen, como tienen ellos en su país, pese a los esfuerzos de Maroto y del PP por montarlo aquí.

Y sin embargo ellos lo tienen. Estoy seguro que sin esa ración diaria de delitos y corrupciones, que nos llega gratuitamente a Euzkadi, el fenómeno Podemos sería un fenómeno exclusivamente español y lo veríamos de lejos.

La democracia es un régimen de opinión pública y esta se mueve por estados de opinión que, si no existen, se crean. Es como el aire acondicionado o la calefacción. Se enchufa y el frío y el calor se combaten. Solo el hecho de que La Sexta y T5 sean las televisiones de mayor audiencia en Euzkadi nos ilustra sobre esta deformación de la realidad. La política-espectáculo española que cada día necesita raciones gigantescas de circo está distorsionando nuestra realidad vasca.

The Washington Post narró lo que hizo el violinista Joshua Bell con su Stradivarius de 1714. No había entradas para escucharle en el Symphony Hall de Boston, a mil dólares la localidad, y decidió hacer la prueba al día siguiente en el Metro. Allí estuvo tocando ante la indiferencia de la gente que pasaba a su lado, consiguiendo en el día cuarenta dólares. Y el periódico sacaba sus conclusiones en relación con la consideración que se le da hoy a las etiquetas de diseñador, al lugar que las cosas ocupan y al valor que tienen en un contexto o en otro.

Le escuchaba el 14 de febrero a Pernando Barrena en Basauri asegurar que “algunos tienen tanto interés en que el conflicto político no se solucione nunca porque se han forrado a costa del antiterrorismo”. “Robaron a manos llenas y, con ese dinero, pagaban sedes, se apañaba la vida laboral y la cuenta corriente”. Y el tipo, después de semejante rebuzno, se quedaba tan fresco. Un Barrena que, en la época más dura de ETA, justificaba en sus ruedas de prensa los asesinatos más crueles en explicación del “conflicto” y del por qué se asesinaba es hoy un misionero de la paz que señala a los demás con su dedo acusador, cuando mucho mejor estaría callado o dejando ese papel a otro de biografía más limpia.

Pero estoy seguro de que Pernando, preocupado por el fenómeno Podemos, eleva el tono para hacerse notar y demostrar que a decir burradas no le gana nadie, ni nadie tiene que decirle a él y a los suyos lo que tienen que hacer en su corralito.

En Portugal dicen que de España solo les llegan malos vientos y malos casamientos y don Pernando, inmerso en ese contexto hispano, no quiere que no se note su impronta.

A lo dicho, pues. Tenemos que poner en el Gorbea, lejos de la Cruz, una cotorra mediática que nos aísle del patio de monipodio informativo español, del que solo nos vienen malos vientos y pésimos entendimientos. Nada de esto nos hace falta para ir conquistando un futuro mejor y un día a día más serio.