El último jueves de febrero tuve la oportunidad de asistir, junto a varios centenares de europeístas, a un acto de la Comisión Europea en Bilbao en el marco del nuevo programa de ‘Diálogo con los ciudadanos’. La figura central para esa campaña es uno de los miembros más jóvenes del colegio de comisarios, con rango de vicepresidente y responsable de fomento del empleo, crecimiento, inversión y competitividad. Con poco más de 40 años, Jyrki Katainen ya ha sido primer ministro de Finlandia de 2011 a 2014, cargo al que accedió tras ser previamente, 2007-2011, ministro de Economía. Combina juventud, éxito y experiencia. También es un alumno aventajado en imponer las recetas neoliberales. Su protagonismo en esa estrategia institucional le va a conducir a citas en decenas de ciudades europeas, a donde se desplazará acompañado de un plan de inversiones cifrado en 315.000 millones. Su reparto se vincula a las responsabilidades de Katainen y debería servir para impulsar el crecimiento de la economía europea y hacerla despegar en el año 2020.
Al olor del dinero -¿quien habló de su anosmia?- se congregaron empresarios, miembros del gobierno y representantes de otras instituciones vascas. Con un perfil e interés más académico, algunos profesores, bastantes erasmus y un público mayoritariamente universitario. Compartiendo escenario, el lehendakari Urkullu y el secretario de Estado español para la UE. Las intervenciones de este último, con dilatada experiencia en temas europeos, fueron sin embargo, dada su simpleza y banalidad, más propias de alguien que interpreta tener delante a un jardín de infancia. Por su parte, las esporádicas intervenciones del lehendakari, que siguió el inglés de Katainen con cascos, imaginamos que en su interpretación al euskara, se ajustaron a su habitual personalidad política característica del neoplatonismo católico. El espectáculo de aproximadamente dos horas estuvo aderezado con media docena de preguntas dirigidas a la audiencia para que fueran votadas mediante el empleo de un dispositivo electrónico. Se trataba de ofrecer in situ una experiencia participativa. La mañana se completó con la exposición de dos jóvenes premiados por su contribución a sugerir el destino de la bolsa de dinero. El clímax del encuentro entre instituciones y ciudadanos, en un diseño más propio de un régimen devoto al culto de la personalidad, fue la entrega de esas propuestas al comisario Katainen, rubricada en directo vía Twitter con aplausos y fotos. Antes, y al principio de la gala, media docena de activistas habían conseguido un selfi interrumpiendo el acto y enarbolando una ikurriña y una bandera griega pero los gritos que profirieron ¿en griego? resultaron ininteligibles. Una vez conseguida la foto, abandonaron la sala, de manera que cuando se inició el turno de preguntas abierto al público la única voz crítica que se escuchó fue la de Unai Sordo, el secretario de CC.OO. en Euskadi, que trató de interesar a Katainen en el diálogo social con los sindicatos y en el aumento del presupuesto comunitario para poder desarrollar políticas sociales. El resto de intervenciones, cerca de una decena, salvo la de Iñaki Anasagasti, centrada en Euskadi, tuvieron un tono muy comedido y un carácter más bien burocrático: sobre el modelo de comisión con vicepresidencias coordinativas o sobre cuestiones muy generales sobre el clima, la sostenibilidad, la juventud o el desempleo. Confieso al lector que pasó por mi cabeza intervenir en un sentido más crítico para agitar el clima de merienda intelectual, pero imagino que como otros de los allí presentes, interpreté que el objetivo fundamental del acto era conseguir inversiones para Euskadi y que no convenía alzar la voz en ese momento. También creo que en la estrategia de diálogo de la Comisión, el hecho de que el comisario responsable de la bolsa sea precisamente el interlocutor es una manera para soslayar críticas y centrar el interés en el acceso a los fondos. Una manera nada original de comprar voluntades y silenciar oposiciones.
La posición estelar que se ha concedido a Katainen deriva de la confianza que ofrece como representante de la ortodoxia neoliberal que se quiere imponer desde Alemania y por su capacidad para gestionar ejecutivos de coalición como lo es la Comisión Juncker. El luteranismo finlandés de Katainen le asocia con Merkel, hija de pastor luterano emigrado en misión evangélica a la RDA. Pero en Finlandia las políticas de austeridad y recortes tampoco han dado resultado. Su puesta en práctica debilitó enormemente al Partido de Centro que las impuso, lo que posibilitó al nuevo partido de Katainen -Coalición Nacional, ligado al Partido Popular Europeo- ganar las siguientes elecciones. La clásica operación uno se divide en dos para así poder liderar el gobierno y la oposición. Pero el resultado más importante de aquellas elecciones finlandesas de 2011 fue el espectacular ascenso del populismo xenófobo de Verdaderos Finlandeses, que pasó de contar con cinco parlamentarios a tener 39, multiplicando sus votos un 400% y quedándose a 40.000 del triunfo. Desde entonces, la atomización de la política finlandesa ha seguido aumentando. Hace unos meses, la coalición de gobierno, en origen de seis partidos, a duras penas superó una cuestión de confianza, un mecanismo que en Finlandia no se había utilizado desde 1958. Las próximas elecciones, previstas para abril de este año, auguran un cambio de gobierno y el retorno del Partido de Centro, lo que permitiría seguir manteniendo las mismas políticas en un bucle de permanente inestabilidad política y deterioro social y económico. Katainen es el sustituto en Europa de Ollie Rehn, otro finlandés miembro del Partido de Centro, anterior comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, y abanderado de la austeridad en la Comisión Barroso. Katainen forma parte de una pequeña y aislada comunidad lingüística que es sensible y simpatiza con los vascos. Tuvo el detalle de emplear el euskara al principio y al final de sus intervenciones. También recordó que no era su primera vez en Euskadi. Hace unos años nos visitó con algunos amigos para degustar nuestra gastronomía. A primera hora de la mañana, se había reunido en el Parque Tecnológico de Zamudio con empresarios y alabó la vocación industrial vasca. Hasta Méndez de Vigo, miembro de un partido que en una democracia avanzada habría sido probablemente ya intervenido judicialmente, se animó a despedirse con un “eskerrik asko”. Aunque es evidente que en múltiples sentidos nos iría mejor con finlandeses luteranos que con catolicones hispanos, en otros aspectos nuestra personalidad atlántica está más cerca del Mediterráneo que del Báltico. No somos españoles como tampoco seremos nunca finlandeses.
El tema de fondo, después de este largo aperitivo, es que debiéramos ser más precavidos sobre los fundamentos del Plan Juncker, que esencialmente plantea construir una suerte de Europa Digital. Podría resultar una fantasía semejante a la Agenda 2000 de Lisboa. De un lado, porque su financiación, al margen del presupuesto comunitario, se puede parecer, a un cuento de la lechera. De otro, porque la eficacia práctica de esas inversiones a través de intermediarios, dado el grado de corrupción, no está garantizada. En todo caso, una industria digital europea de alta tecnología, sería en realidad una fuente de empleo muy pequeña. Como demuestra Apple -la empresa con mayor cotización en bolsa de la historia, 700.000 millones de dólares, en cuya nómina solo hay 70.000 personas porque los millones que trabajan en la producción de las novedades de su I+D+I, no residen en Estados Unidos sino fundamentalmente en China y otros países asiáticos-, si Europa fuera capaz de crear una industria digital, no contribuiría a mejorar significativamente el desempleo masivo. La mayoría de los empleos que generaría estarían en Asia. Este modelo de globalización que alimenta la Comisión Europea beneficia a las grandes corporaciones, que además apenas pagan impuestos, y perjudica a las pequeñas y medianas empresas que, como las vascas, cuentan con tecnología media-baja y carecen de parejos recursos competitivos de financiación o de mercado. Sin embargo, son las que crean empleo en Europa y pagan impuestos. Katainen pasó de largo sobre esas y otras cuestiones, sin llegar a conectar la globalización con las políticas de austeridad, ni el desempleo con la elusión fiscal o los paraísos fiscales. Tampoco hubo una reflexión sobre las consecuencias de las asimetrías de la zona euro o sobre la imposibilidad de que en unas elecciones europeas los ciudadanos elijamos un gobierno europeo o la orientación de sus políticas, es decir: diálogo democrático. Una vez más, se evitó debatir de las políticas que agudizan la crisis, el estancamiento económico y el desempleo, el aumento de la pobreza y de las desigualdades o la errática política exterior que conduce a una inestabilidad creciente en sus fronteras. Labur bildurik, el Partido Popular Europeo y sus aliados aprovecharon la ocasión para blanquear sus responsabilidades y disfrutaron de una plácida mañana.
Profesor de Derecho Constitucional y Europeo UPV/EHU