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Bonhomía

Cualquier palabra que fonéticamente suene bien es siempre un regalo para los sentidos, aunque lo importante es el significado real del concepto asociado a la misma, dándose frecuentemente la concurrencia de ambas circunstancias, tal y como sucede con el término bonhomía, hermoso galicismo adaptado recientemente por la RAE, que nos habla de la afabilidad, de la bondad, de la honradez y de la sencillez del ser humano, tanto en el carácter como en su comportamiento, modos y maneras. El problema reside en que ejercer de buen hombre, de buena persona, en una sociedad eminentemente materialista es una batalla perdida de antemano, por cuanto quien lo intente va a ser enseguida tildado de ingenuo, convirtiéndose en una rara avis dentro de la despiadada jungla humana donde vivimos, resultando complicada su simple supervivencia, no digamos ya llegar a triunfar o brillar en ella. Craso error, porque sería altamente beneficioso para todos (yo diría incluso que estamos ante la solución definitiva para la humanidad) una generalización de la bonhomía como doctrina universal a seguir, pero lo que ocurre es precisamente lo contrario, hasta tal punto que se puede afirmar que quienes la practican pertenecen a una especie en peligro de extinción.