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Quo vadis, Europa?

y lo decimos desde el profundo respeto a quienes están obligados a tomar decisiones y, por tanto, a errar en sus actuaciones. Pero lo que estamos viviendo es, fundamentalmente, la ausencia de un proyecto que vaya más allá de la mera pertenencia a una zona monetaria única. Pero vayamos por partes.

Comenzaremos con una cuestión que suscita un debate con posiciones encontradas: la necesidad de impulsar operaciones de compra de deuda soberana por parte del Banco Central Europeo (a partir de ahora BCE) ante el riesgo de deflación en el que se encuentra el área.

Como ustedes saben, los tipos de interés se encuentran prácticamente en niveles nulos y, por tanto, el BCE no dispone de la herramienta convencional de política monetaria. Es por ello, y porque otros intentos no han dado los frutos deseados, por lo que parece necesario implementar un programa al estilo de los países anglosajones. Es obvio que, al no existir un bono europeo sino bonos de los diferentes países que forman parte de la Unión, la operación no es tan sencilla porque habrá que tomar decisiones con respecto a cuánta deuda se compra de cada país y cómo se asume el riesgo de impago.

Pero lo que en nuestra opinión está fuera de duda es que esta operación debe considerarse como genuinamente monetaria y no de financiación o apoyo a los países con problemas. El mandato del BCE contempla a la inflación como variable clave y determinante de su actuación. Y la inflación puede ser elevada o muy baja (negativa), como es el caso en las circunstancias actuales. Es por ello, y por las dificultades que acarrea la lucha contra la deflación, por lo que entendemos que un programa de estas características es más que necesario.

Obviamente, se argumenta que el programa es muy limitado, y es así, pero también es una iniciativa a través del cual las autoridades europeas muestran su disposición a tomar decisiones conjuntas en materia fiscal, algo que hasta hace bien poco era competencia exclusiva de los países miembros.

El presente 2015 también es un año electoral en varios países de la zona y la política tendrá una influencia clave en la economía. Concretamente, hay elecciones parlamentarias en Dinamarca, Estonia, España, Finlandia, Grecia, Polonia, Portugal y Reino Unido. La crisis en la eurozona ha dejado al descubierto la escasa responsabilidad fiscal de algunos gobiernos que, a comienzos de siglo, en los años de bonanza, no aplicaron políticas económicas suficientemente anticíclicas. Ello propició desajustes de competitividad que finalmente han obligado a realizar ajustes que, lógicamente, han redundado en un descontento de la ciudadanía. Y fundamentalmente el descontento se ha traducido en el surgimiento de movimientos políticos que muestran su desacuerdo con las medidas implementadas en los países en coordinación con las autoridades económicas europeas o mundiales (FMI).

En cambio, en los países en los que el equilibrio macroeconómico era y es un hecho, el descontento para con Europa se manifiesta ante el temor a pagar la factura o rescate de los estados miembros que acumulan deudas que, o son insostenibles o cuyos montos dan cierto vértigo.

En definitiva, es posible que la globalización haya incrementado la desigualdad y la crisis haya profundizado aún más esta cuestión, quedando una parte de la población claramente perjudicada y siendo los nuevos movimientos políticos una válvula de escape y una esperanza para recuperar el nivel de vida perdido. Pues bien, de la lista de países con elecciones, los resultados de Grecia serán particularmente interesantes por las implicaciones que ello pueda tener a futuro. La pregunta, de difícil respuesta, es qué sucederá a nivel europeo si Syriza vence en las elecciones del domingo 25. Somos de la opinión de que lo lógico y deseable sería un escenario de común acuerdo entre el gobierno y las autoridades europeas. Y ello supone cesión por ambas partes. Concretamente, por la parte que atañe a las autoridades europeas, deberían, seguramente, cambiar algo la forma de encarar la crisis. Y es aquí donde ligamos el discurso con la necesidad de fortalecer Europa, de avanzar hacia una unión fiscal que vaya más allá de la unión bancaria y desemboque el proceso en una unión política. Con todo, si llegamos a ese destino no terminarán ahí los problemas, pero sí cuando menos la manera de afrontarlos.