con tal motivo nos reunimos a modo de despedida hace unas semanas. Y las sensaciones, todo hay que decirlo, son contradictorias y algo confusas. No es la primera vez que abordo esta cuestión y cada vez que vuelvo a ella aumenta la desazón.

Los datos son irrefutables. De la anécdota hemos pasado a un fenómeno generalizado, algo que puede llegar a no conmovernos. No es mi caso.

Para algunos no es nada alarmante. Es un fenómeno que siempre se ha dado, y más en momentos como los que vivimos ahora. En el grupo de los optimistas, no tienen ninguna duda al respecto, la mayoría vuelve, estén donde estén su máximo objetivo y su máximo deseo es volver. Podría aceptar que posiblemente esta haya sido la tendencia mayoritaria hasta hace no mucho. Hoy ya no. Los que se han acostumbrado al calor poco añoran el frio. Y, en general, han llegado a la conclusión de que es posible el desarrollo de cualquier proyecto vital o profesional en cualquier rincón del mundo. Por cierto, entre los optimistas, gusta poco hablar de estas cosas.

Entre cerrar los ojos y la catástrofe, en el terreno medio se sitúan los que comienzan a pensar sobre un fenómeno, sobre sus razones y en sus posibles consecuencias. Nada más claro que explicar la salida en términos de crisis económica. Si hubiera trabajo nadie saldría, se zanja cualquier atisbo de matizar una creencia muy extendida. Pero ello no explica todo. En absoluto. El razonamiento es mucho más complejo de lo que algunos piensan.

En este grupo de amigos, por seguir con el ejemplo, no hay científicos de primer orden a los que ante ofertas irrechazables poco se puede contraponer. Son, para más señas, licenciados en Derecho, acogidos a programas de internacionalización puestos en marcha por diferentes gobiernos. En algún caso, algo cada vez más frecuente, repiten además con esta vía que queda en mitad entre lo que es una beca y la inmersión en el mundo laboral.

Precisamente, en el contexto actual, donde se impone por obligación el análisis y el posible cuestionamiento de todo aquello que en los momentos gloriosos ha entrado a formar parte de nuestros hábitos y creencias , también deberíamos empezar a analizar el alcance y los resultados de estos programas aparentemente intachables. Comenzando por las preguntas, cabe preguntarse así por el retorno a la sociedad en relación con la inversión realizada y que costeamos todos en términos de formación y de aprendizaje. O, dicho de otra manera, si el retorno solo beneficia a aquel a quien disfruta de este tipo de ayudas económicas. O si esto es asumido. O que, además, entra dentro de las hipótesis diseñadas que quien disfruta de este tipo de ayuda prosiga ya de manera definitiva su carrera profesional en el lugar de acogida de su periplo formativo. Es decir, si asumimos que se pueda producir un distanciamiento definitivo respecto a los que han posibilitado su despegue. ¿Existen datos evaluativos sobre las circunstancias que rodean a estas iniciativas? La sociedad que se ha encargado de costear el programa se queda sin saber a ciencia cierta si ha merecido el esfuerzo y, aparentemente, sin recompensa colectiva tras el esfuerzo que cada uno de nosotros hemos realizado. Hoy, los miles de estudiantes brasileños y brasileñas que se están formando en Estados Unidos gracias a las iniciativas puestas en marcha por el Gobierno de Dilma Rousseff saben de su vuelta a Brasil con base en el contrato de compromiso previamente firmado. Lo asumen y, sobre todo, se muestran tremendamente agradecidos con el sacrificio de la sociedad brasileña. Valga como ejemplo de que ante los mismos hechos caben respuestas diferentes.

En cualquier caso, otro de los amigos, asistente a la despedida, estudiante tardío, reflexionaba sobre si ha habido por parte de nuestros jóvenes amigos intentos serios por iniciar el periplo profesional en tierra propia. O si, por el contrario, sucumben ante la idea de vivir experiencias diferentes y retrasar la entrada en la vida real, hasta que ello sea posible.

La realidad es la que es. Se habla de poner en marcha estrategias para poder recuperar el talento, hoy repartido en el mundo. La tarea no es sencilla, en cualquier caso. Más allá de ofrecer condiciones objetivas de cara a recuperarlos, el atractivo que hoy el mundo ofrece a nuestra juventud no resulta fácil de compensarlo.

Un mundo cada vez más amplio, en términos geográficos y mentales, con cada vez más oportunidades, garantiza una juventud formada y experimentada. Y ello es un gran logro, al nivel de otras sociedades punteras, sin duda. Debemos congratularnos por ello.

Además, y no es un dato baladí, existe algo psicológico en el ambiente que también se abre paso con fuerza. La psicosis de la huida, de que el que se queda entra a formar parte del grupo minoritario y ello hoy gusta menos que nunca. Incluso los más reacios, aquellos que profesaban el amor infinito y el compromiso inquebrantable, experimentan y las dudas florecen, en relación con las posibilidades y deseos de vuelta.

Frente a ello, en el otro lado de la balanza, al igual que otras sociedades avanzadas, nos enfrentamos a grandes retos, y sobre todo al posiblemente mayor de ellos: el envejecimiento de nuestra sociedad. Y para ello, necesitamos de nuestros amigos que hoy están en Yakarta, Ciudad Panamá y Aberdeen. Que aprendan, y que vuelvan, a poder ser, y si así lo deciden. Pero, para ello, hay que ponerles las cosas, no solo fáciles. Para que se produzca la vuelta, sobre todo, debemos ser tan atractivos como sus lugares de residencia actuales.

Y el primer paso que debemos dar es pensar de una vez por todas que el futuro no se gana solamente a base de supervivencias personales ni en agarrarse a clavos ardiendo, mientras se van quemando generaciones enteras y se van cerrando tantas puertas que se torna inevitable lo que podría ser evitable con algo más de generosidad.

Porque, si no vuelven, el futuro será cada vez más complicado, incluso para los que siguen amarrados a sus pequeños resortes.