Finalizando los años 50, esta canción de la costa Caribe colombiana fue prohibida por la censura franquista. Lo mismo había ocurrido finalizando los años 40 en Nicaragua, cuando un grupo de opositores se la silbó al general Anastasio Somoza. Es un porro tan pegadizo que en un pueblo a orillas del río Magdalena le han dedicado a su autor plaza y monumento. Me acordé de ella cuando el 19 de diciembre todos los periódicos de la Villa y Corte destacaban la fotografía de Alfonso Guerra yéndose en medio del aplauso satisfecho de diputados de PP, PSOE, y UPyD en la Puerta de los Leones del Congreso.

El caimán andaluz se iba definitivamente a Sevilla, que no a Barranquilla, y dejaba el Congreso tras 37 años de actividad parlamentaria. Era para mí la mejor foto del bipartidismo monárquico de casi cuatro décadas despidiendo a uno de los más suyos. “¿Qué puedo echar en falta? -decía el ex vicepresidente de Felipe González- probablemente la imagen del edificio y del hemiciclo: lo demás, no”. Es decir, no las relaciones personales, sino la guarida.

El presidente del Congreso, Jesús Posada, pata negra conservadora del PP, calificó de “honor” el haber compartido escaño con él. Como se sabe, España entierra muy bien a sus muertos. Pero éste ha sido uno muy especial, sin contar las aventuras de un tal Juan Guerra, el hombre de la larga mano que montó un despacho de influencias en la delegación del Gobierno en Sevilla sin que su poderoso hermano aparentemente se enterara de nada. Y sin que nos olvidemos de sus frases, rotundas y tan gráficas, como aquel buen diagnóstico de que “Montesquieu había muerto” (es decir, la separación de poderes) o aquella otra de “el día en que nos vayamos, a España no la va a conocer ni la madre que la parió”, o aquel “tó p’al pueblo” o las alabanzas a Juanito el descamisado, o describir a Suarez como “el tahúr del Missisipi”... sin olvidar los insultos a dirigentes vascos. Curiosamente, ni mú sobre un Juan Carlos que acaba de pasar su fin de año en Beverly Hills.

En la despedida descrita no había nadie del PNV, de ERC, de CIU, ni del Bloque. Los malditos periféricos. De haber estado, habrían entonado el “se va el Caimán, se va el Caimán, se va para su Sevilla?.”. Y el gran Caimán quizás hubiera sonreído pensado que con él no se había perdido la vieja España, que es de lo que se trata. Nada que ver con aquel congreso de Suresnes con su barba de capuchino, pelo largo, traje de pana y un pin de Marx en la solapa que para sí, como imagen, hubiera querido Monedero hace dos años. Sin olvidar el miedo en el cuerpo que metieron él y Felipe González a ciertos españoles cuando recién elegidos diputados en diciembre de 1977 se fueron a Moscú, en plena Unión Soviética, y fueron recibidos con más protocolo que Carrillo por el secretario general del Partido Comunista. Y es que de aquel marxista asustaempresarios de los años 70, solo queda esta foto de despedida de un PSOE y un PP satisfechos por el trabajo de uno de los suyos. Podemos no inventa nada.

El tiempo y el poder, y sobre todo el pacto continuo con el PP, han domesticado a Alfonso Guerra, un falso progre asustaviejas con la entrada de España en la OTAN en su día y en esos mítines de la fiesta minera asturleonesa que cada septiembre organizaba en Rodiezno con Zapatero y con su amigo del alma el jefe Villa, ex líder de la minería asturiana que ocultó 1,4 millones a Hacienda mientras levantaba el puño desafiante junto al cáustico sevillano. Cuando le descubrieron a Villa sus manejos, en el Hórreo de Laviana, una decena de antiguos dirigentes del sindicato SOMA-UGT celebró la caída en desgracia del tal Fernández Villa cantando “¡Se va el caimán, se va el caimán!”.

Curiosamente, en estos primeros días de enero tanto Guerra como el PP han coincidido en sus dicterios contra Podemos. En la revista que dirige, Temas para el Debate, les define diciendo que “el lenguaje de Podemos recuerda al que usaron en los años treinta los fascistas y estalinistas”.

Alfonso Guerra, el cepillador del estatuto catalán a carcajada limpia, persona que además se jactó de ello al lado del presidente Rodríguez Zapatero, el mismo que incumplió su palabra en relación con lo que saliera aprobado del Parlamento catalán diciendo que él lo haría suyo, el mismo socialista que se alió con Mariano Rajoy para en 2005 echar para atrás el plan del lehendakari Ibarretxe aprobado por el Parlamento Vasco, y quien cambió con Rajoy la Constitución en una semana para fijar el techo de gasto. Son viejos caimanes que están preocupados por lo que puede venir.

Y es que la sensación dada es de democracia secuestrada. Los ciudadanos han percibido que el bipartidismo monárquico está agotado y que las grandes decisiones sobre su destino no dependen de lo que pase en las Cortes Generales. Por si fuera poco, desde el rey hasta gentes principales de dichos partidos han resultado personas corruptas. Con la mezcla de ambas cosas te dices: “Mira, si no tienes capacidad para decidir y si lo que votas no se cumple y nadie te da explicaciones y lo único que hacen es enriquecerse, se acabó”. Ha sido una combinación letal porque además no se ha entendido la revolución tecnológica que estamos viviendo desde 2004, cuando la penetración de Internet en España era del 30% y ahora está cercana al 80%. Si traduces la edad a la sociedad digital, ves que los partidos grandes se han quedado con la sociedad analógica. No significa que entre sus votantes no haya gente con Internet. Pero eso no solo significa que te has quedado con una sociedad envejecida, sino también que tu organización no está sabiendo responder al cambio de mentalidad que significa la sociedad digital. Puedes criticar mucho, pero el Estado español es el quinto país en redes sociales. Y en las redes sociales las exigencias de información son enormes, así como la capacidad de contrastar informaciones falsas. Eso significa una sociedad más rápida y más vigilante. Cualquier mentira se va a descubrir y denunciar. Es una sociedad a la que no te puedes dirigir con un eslogan. Es una sociedad más sutil, más vigilante, más informada y que exige que hagas las cosas mejor. Antes había un control sobre la información y todo esto se está terminando.

Por eso, los responsables de que aquí no haya habido una real separación de poderes, los que han mantenido una justicia a dos con los árbitros comprados, los que crearon los GAL sin que aparentemente nadie se enterara de nada, los que se cargaron las centenarias Cajas de Ahorro, los que mantuvieron y permitieron sueldos, comisiones y dádivas multimillonarias mientras el paro crecía hasta la luna, los que siguen manteniendo a Franco en el Valle de los Caídos y en las cunetas a decenas de miles de esqueletos de socialistas y republicanos, los que han convivido tan a gusto con un rey corrupto, los que sin una noción de historia nos dicen que el Concierto Económico es un privilegio, los que han tardado 35 años en aprobar una ley de Memoria Histórica y de Transparencia, los que prefieren la doctrina Botín a la doctrina Atutxa y la aplican según les va, los que no mostraban el menor estremecimiento ante pobres gentes desahuciadas mientras ellos se iban de cacería, los que siguen sin completar el Estatuto de Gernika... entiendo que estén, todos, asustados.

Pero ¿nosotros? Ya sabemos lo que dan de sí estos caimanes en el poder. Se lo dije a Pablo Iglesias al final de diciembre en su programa La Tuerka, cuando me invitó para una larga entrevista. ¿Preocupados por qué? ¿Por el antecedente venezolano? El estado español está en la UE y no tiene petróleo.

El PSOE, gracias entre otros a Guerra, está en una situación de grave riesgo de que le pase como al PASOK griego si no reacciona a tiempo y recompone su relación con la sociedad. El PP también está mal, pero su electorado se ha ido a la abstención y eso es menos peligroso que irse a otro partido. IU tiene el riesgo de que el voto útil de la izquierda se lo lleve Podemos.

Pero, de todo esto, lo que sí nos puede preocupar como vascos son las mayorías absolutas en Madrid, como la que hemos tenido estos tres años con Rajoy. Han matado al parlamento y a la política. Y eso es lo que hay que denunciar mientras nos alegremos de que los caimanes se vayan. Y que no vuelvan.