Para Petrarca “humanitas” denotaba filantropía, es decir, amor hacia nuestros semejantes y como teoría de la educación, opuesta a la escolástica, extendía el término al hecho del resurgimiento de los estudios clásicos. Sólo en el siglo XIX se creó el neologismo “Humanismus”. El Humanismo renacentista propugnaba una formación íntegra del hombre fundada en los cánones clásicos grecolatinos. Se buscaba como medios para alcanzar este fin el uso de un latín puro y el conocimiento del griego para así abarcar en su totalidad la cultura clásica.

El descubrimiento de la Antigüedad clásica conllevó el estudio de la arqueología, de la escultura y de la arquitectura del mundo greco-romano. De esta forma el humanismo buscó restaurar todas las ciencias que promovían el conocimiento de la Antigüedad clásica, superados los tiempos obscuros de la Edad Media. Se promovieron la literatura, la filosofía moral, la historia y todas las ciencias ligadas al desarrollo del espíritu de libertad y de la mayoría de edad del espíritu humano. Y principalmente de la filosofía que debía olvidar el largo período en el que había jugado el papel de ser “ancilla theologiae”, es decir, sierva de la teología. Se promovieron los géneros literarios llamados humanísticos como el diálogo, el intercambio epistolar y la biografía de personajes célebres. Y se desterraron las hagiografías, las mitologías y las literaturas religiosas piadosas de santos y milagros.

El prototipo digno de imitación del humanismo fue Erasmo de Rótterdam del que se prodigaron sus escritos por medio de la recién descubierta imprenta. A este resurgir se sumaron los mecenas civiles como Lorenzo de Médicis y su hermano Juliano de Médicis en Florencia y los mecenas religiosos como los Papas Julio II y León X. Y a este movimiento se engancharon algunas universidades como la de Alcalá de Henares o la de Lovaina, erigidas para promocionar este nuevo espíritu cívico denominado “studia humanitatis”.

El estudio y la imitación de los ejemplos clásicos desembocaron en el antropocentrismo o en la referencia explícita de que el hombre era la medida de todos los saberes y de todas las ciencias. La razón humana adquiría el valor máximo de la existencia. Y en consecuencia se promovió la fama, la gloria, el prestigio, el poder y se redujo la incidencia del pecado, sobre todo el original. Y finalmente se valoró toda actividad del hombre libre como el comercio usando del préstamo a interés contra la prohibición medieval y católica que lo tildaba de usura.

El humanismo debía acceder al plano social universal. Todos los hombres eran libres por lo que se buscó la mayoría de edad de la mujer, la promoción de la infancia, la liberación de los esclavos y el auge de todos los pueblos especialmente orientales. Y del mismo modo el humanismo trabajó por la unidad de la Cristiandad, rota con el nacimiento de las corrientes protestantes buscando principalmente una nueva Europa.

Este humanismo se lanzó a la colonización de otras tierras y a la evangelización. Era, aun en el mejor de los casos, un humanismo interesado para los colonizadores y aun para los misioneros que iban a tierras lejanas de América, Asia o África. Como para el jesuita, Francés de Xabier, que viajó a la India y al Japón al servicio del rey de Portugal con la idea de convertir a la fe cristiana a los paganos “hasta que sus brazos se cansaban de tanto bautizar”.

Siglos más tarde el humanismo postmoderno se purificó de toda finalidad interesada aun espiritual al crearse las ONG sin fronteras, como las de los “Médicos sin frontera” y aun los “Bomberos sin fronteras” que se desplazan a los lugares calientes por las tragedias con el fin de prestar una ayuda a los hombres sufrientes.

Pero este humanismo no ha logrado su objetivo de ser universal. No hace falta detallar el número de pueblos y tribus expoliados, de niños que mueren de hambrunas, de familias desahuciadas por el impago de sus cuotas, de las numerosas muertes de mujeres a mano de sus parejas para concluir que tanto el humanismo renacentista como el humanismo postmoderno han fracasado. Porque podemos constatar que nunca han proliferado con mayor virulencia las guerras, las matanzas, las hambres, las persecuciones a los pobres y desvalidos como en este mundo globalizado en el que nos movemos. La razón de este fracaso estriba en haber iniciado estos humanismos desde un presupuesto falso de que el hombre (masculino, culto, occidental y de poder) era la medida y la referencia de todos los bienes del mundo globalizado y del universo.

Sin embargo hay unos referentes nuevos que nos impulsan a repensar un nuevo humanismo que denominaremos humanismo cósmico. La humanidad se ha abierto al Universo. Hay algunos hechos que han volcado al hombre hacia el espacio cósmico. Como el lanzamiento del Sputnik I enviado por los rusos al espacio en octubre de 1957 o la llegada del hombre americano a la Luna el 21 de julio de 1969.

Esta experiencia espacial nos lleva a concluir que el hombre no es la medida de todas las cosas del Universo ya que el Cosmos había nacido muchos años de luz antes de que apareciera el hombre sobre la tierra. Por esto el Génesis 2,20 constata que el hombre llegó a la tierra después de todos los animales ya que “Adán puso nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo”. Y porque el hombre (a pesar de ser el único inteligente) es el último llegado no dispone de derecho de propiedad sobre todo ser que vive en la Naturaleza.

En el principio existía la energía que luego se transformó en materia y la energía-materia, es decir la naturaleza, era Dios. La Naturaleza en nuestra generación ha cambiado de declinación sintáctica. Es decir, ha pasado de ser objeto de expolios humanos a sujeto de prioridades y de derechos. Se ha desventrado el doble falso supuesto de que los bienes de la Naturaleza son inagotables y el de que el único usufructuario de los mismos es la raza humana. La Naturaleza ha decaído del falso supuesto de ser un objeto de explotación de la raza humana para revertir a lo que era antes de la llegada del hombre, es decir, ser un sujeto de derecho de todos los seres. Y la primera y fundamental afirmación es que la Tierra es un ser vivo.

El antropocentrismo en la explotación de la naturaleza debe dejar paso a un punto de vista biocéntrico y cósmico en el que tienen un papel de referencia todos los seres vivos no humanos, al que hay que sumar el respeto a las leyes físicas y cosmológicas del Universo. De estos derechos los hombres no somos sino corresponsables ante las generaciones futuras.

Además los derechos de la Madre Tierra son el fundamento último de los derechos verdaderamente humanos de nuestro mundo actual y el de las generaciones futuras. Por lo que por nuestro propio interés todos los humanos somos responsables de consensuar una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra.

El Humanismo cósmico disuelve y reduce a la nada los ideales del Humanismo Renacentista y del Humanismo Postmoderno. La referencia estará (como ya estaba de siempre) en los derechos de la Naturaleza, con todos sus seres vivos, con sus elementos inertes y con el respeto de las leyes de los ecosistemas aun cósmicos.

Por esta razón la nueva sociedad humana global en la que estamos inmersos no nos permite desistir de nuestro ideal de cosoberanía para dirigir tanto el proceso de desarrollo individual como social y para no dejar en otras mentes ni manos la efectividad de los derechos de la Naturaleza.