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El turista Tejero y el embajador alemán

DECÍA Javier Landaburu que el PNV era una gran familia, además de un gran partido político. Con ese criterio, senadores, asistentes y amigos viajamos el 8 de enero a Roma, y, a título particular, estuvimos en la Audiencia General en el Vaticano, saludamos al Papa Francisco y le regalamos una argizaiola. Pero, además, nos pasó algo curioso.

En el vuelo a Roma viajaba Antonio Tejero con su mujer. Un jubilado aparentemente inofensivo de 83 años que a pocos llamaba la atención. En el aeropuerto le recibió su hijo cura, un tipo grandote y, por lo que escribe, bastante carca. Ese día por la tarde estuvimos, como no podía ser menos, en la Fontana de Trevi y en el Panteón. Y allí estaba de nuevo Tejero, de turista. Al día siguiente por la tarde, fuimos a ver el Coliseo. Y allí estaba Tejero con su mujer Carmen y su hijo. Yo me aparté y mis compañeros furtivamente le sacaron fotos. No es habitual estar en el Coliseo con un ex guardia civil golpista que con su tricornio, su mostacho, sus gritos y su pistola desenfundada obligó a los diputados a besar la alfombra del Congreso y dio aquel golpe de Estado de opereta.

En una de estas, Tejero pidió a uno de los nuestros que le sacara una foto, cosa que hizo; pero cuando oyó unas palabras en euskera cogió el portante y huyó de allí como si hubiera visto al diablo. Yo me quedé con las ganas de preguntarle lo que él demandó tras el golpe. "Algún día alguien tiene que explicarme que pasó aquella noche".

No estaría nada mal, pues aquel juicio a los complotados fue una de las muchas farsas de la llamada Transición. Por de pronto, no se investigó la trama civil. Poco después del Tejerazo, el PSOE, que se perfilaba como ganador de las siguientes elecciones, solicitó informaciones al CESID al respecto del 23-F. El 11 de marzo de 1981, algunos dirigentes del partido se reunieron con agentes secretos, quienes les informaron de que Luis Mª Ansón, Emilio Romero, Rafael Calvo Serer, Carlos Ferrer Salat (CEOE) y Antonio Segurado habían apoyado la Operación Armada y que el colectivo Almendros utilizaba servicios del Departamento de Estudios del Banco Santander.

Tejero cumplió 15 de los 30 años a los que fue condenado. No era la primera vez que pasaba por la cárcel. Había sido procesado en 1979 por un intento de golpe de Estado conocido como la Operación Galaxia. Por este hecho fue condenado a siete meses de cárcel. Durante sus servicios en Euzkadi fue arrestado en tres ocasiones. La primera, por discrepar con el ministro Martin Villa en relación con la retirada de la Guardia Civil de todos los lugares mayores de 20.000 habitantes; la segunda, por negarse a arrestar a dos guardias civiles; y la tercera, por pedir instrucciones sobre los honores que debía dispensar a la ikurriña, recién legalizada.

En 1981, a pesar de la muerte de Franco, el ejército español era franquista. Lo describió bien el recientemente fallecido Blas Piñar tras las pintadas de "Ejército al poder": "El ejército español es un ejército político porque surgió de una contienda política y estamos en un estado de guerra civil universal. Queramos o no, la guerra no ha terminado". Y es que cuando murió Franco en 1975 todos los generales españoles eran bastante más jóvenes que él, habían comenzado la guerra como tenientes o cadetes y pasaron toda su vida comulgando con la ideología oficial, vinculados por la lealtad y domesticados por la dictadura. Fue muy gráfico lo que dijo el Capitán General de Madrid, Quintana Lacacci, el 23 de febrero de 1981. "Soy un franquista que admiro la memoria del General Franco, he sido ocho años coronel de su regimiento. Llevo esta medalla militar que gané en Rusia e hice la Guerra Civil. Pero el caudillo me dio orden de obedecer a su sucesor y el rey me ordenó parar el golpe del 23-F y lo paré. Si me hubiera mandado asaltar las Cortes, las asalto". El golpe, pues, se produjo porque el ejército era franquista y por eso mismo fracasó, pues el franquismo era disciplinado y jerárquico. Y seguramente hubo dos golpes en uno. El chapucero de Tejero y el del antiguo preceptor del rey y jefe de su Casa Militar, Alfonso Armada, al que Suárez había obligado a dimitir cuando se enteró de que en las elecciones de junio de 1977 apoyó con papel de la Casa Real a la Alianza Popular de Manuel Fraga. Otro angelito.

Y, detrás, como gran telón de fondo, la situación vasca. Los militares consideraban que se había ido muy lejos con el Estatuto y la prueba está en que tras el golpe se aprobó una Ley de Armonización del Proceso Autonómico, la famosa Loapa, que sigue contando con excelente salud. De hecho, tras la asonada, el rey, uno de los grandes responsables del golpe de Armada, llamó a Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Agustín Rodríguez Sahagún, y Manuel Fraga. No fue llamado ningún dirigente de Euzkadi o de Catalunya. Toda una declaración de principios. Hay que recordar siempre que la UCD, AP y el PSOE pactaron la Loapa. España una y no cincuenta y una.

¿Se sabrá algún día lo que pasó aquella tarde y noche? Posiblemente, pero muy poco a poco. En el 2012, la revista Der Spiegel informó a su país de que el rey español habría mostrado comprensión hacia los artífices del golpe de Estado, cuando no simpatía. La revista difundió extractos del Despacho 524, recientemente desclasificado por el Ministerio alemán de Exteriores, donde aparecía el documento del embajador en Madrid Lothar Lahn al gobierno del Canciller Helmut Schmidt. Lahn fue embajador de 1977 a 1982 y mantuvo una conversación con Juan Carlos el 26 de marzo de 1981. En la misma, Juan Carlos le contó sus impresiones acerca del fallido golpe. El rey, según el informe, "no mostró ni desprecio ni indignación frente a los actores; es más, mostró comprensión, cuando no simpatía". Según ese mismo texto, el monarca le habría dicho al embajador que los "cabecillas solo pretendían lo que todos deseábamos: la reinstauración de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad". Siempre según el embajador, Juan Carlos le habría manifestado que la responsabilidad última del golpe, no fue de sus cabecillas, sino del entonces presidente Adolfo Suárez, a quien reprochó despreciar a los militares. Por ello habría aconsejado influir en los tribunales para evitar un castigo severo a los artífices del 23-F. No me extraña, pues, que tras las sentencia, el mismo Suárez escribiera un durísimo y silenciado artículo titulado "Yo discrepo". Lo del embajador es realmente esclarecedor.

La mentirosa Casa Real, como siempre, sacó un comunicado ante estas verdades diciendo que el rey actuó en defensa de la democracia. Falso. Fue uno de los propiciadores del golpe, por su ligereza previa al mismo.

En fin, que entre Tejero en Roma de turista, el rey poniéndose medallas democráticas que nunca mereció, el PSOE avalándolo todo, la extrema derecha de uñas, los procesos judiciales empantanados, el Fiscal General de abogado defensor de la infanta, nos llega nuevamente el 23-F y nos volverán a contar las mismas mentiras de siempre. Y la mayoría se las creerán. ¡Qué país Miquelarena!