Conocimiento, uso y persistencia del euskera: o sobre la tenue luz de Argitxo
aNTES de entrar de lleno en el contenido del artículo, voy a introducir tres reflexiones. En primer lugar, escribo en castellano porque entiendo que en este caso particular la reflexión tiene que huir de todo ámbito autorreferencial, es decir, de la aprobación de quienes ya pudieran compartir lo que quiero comentar en este artículo. Teniendo en cuenta el contenido podría parecer un contrasentido, pero otra forma de verlo es como aquella sentencia final del Tractatus de Wittgenstein: "esta obra es como una escalera que utilizas para llegar a algo y de la que, una vez alcanzado, puedes desprenderte". Confío en que me haya explicado.
En segundo lugar, quiero dejar claro que este artículo no es -o no quiere ser, vaya- aleccionador ni moralista. Respecto al uso del euskera -en el ámbito privado-, cada uno es libre de hacer lo que quiera, faltaría más. Lo único a lo que aspiro con esta reflexión es a invitar a una coherencia que, en mi opinión, demasiado a menudo abandonamos por una supuesta comodidad o practicidad impostadas.
Finalmente, quiero subrayar que, no por analizar la cuestión del euskera desde una perspectiva social, considero que no sea una cuestión a gestionar desde la política: como todo lo propio de lo común, el idioma -y, para algunos, especialmente- requiere de legislación, gestión y ordenación públicas. Que no lo enfoque desde esa perspectiva no significa, ni mucho menos, que lo considere menos relevante ni mucho menos desacertado. Nada más lejos de la realidad.
Ahora sí, centrándome en aquello a lo que quiero apuntar, es incuestionable que, tanto los datos de los últimos estudios estadísticos, así como el estudio El euskera en la Comunidad Autónoma Vasca: competencia, uso y opinión, realizado por Iñaki Martínez de Luna, requieren de una reflexión profunda. En ambos casos -datos y estudio presentados-, las perspectivas son cuanto menos desalentadoras y el diagnóstico, con toda la controversia que pueda acompañar a todo diagnóstico, esclarecedor. No por más que lo supiéramos resulta menos necesario recordarlo: la persistencia del euskera como idioma vivo, en uso, no está garantizada per se.
Es incuestionable que el hecho de que el euskera persista entre dos Estados de tradición jacobino-centralistas no facilita las cosas, en tanto que genera aquello que los lingüistas denominan diglosia. En muchos casos esto ha generado y sigue generando un entramado político, económico (especialmente en Iparralde) y social (especialmente en Navarra) desfavorecedor. Tampoco el número de hablantes potenciales es un determinante favorable. En este sentido, no cabe duda de que el número de indicadores que justifican muchas de las carencias en su arraigo es muy amplio. Más allá de todos estos indicadores, o especialmente entre ellos, destaca el que el euskera haya sido utilizado políticamente como arma arrojadiza durante las tres décadas largas de democracia. Siendo ello así, este artículo no pretende ahondar en el enfoque institucional, sino escrudiñar la vertiente social del problema. Respecto a este último punto, el que Gorka Maneiro (parlamentario vasco por UPyD) sepa euskera escenifica - mal que, posiblemente, le pese a más de uno - una realidad incuestionable: hoy por hoy el euskera puede situarse más allá del debate político. Habrá extremos que lo sigan zarandeando, pero hay lugar para una unión de euskalzales no necesariamente abertzales. Posiblemente su pervivencia dependa en mayor medida de la fortaleza y capacidad de aglutinar de los primeros que del éxito de los segundos.
¿Queremos seguir el ejemplo de Gales o de Escocia, es decir, de una nación sin idioma propio o de carácter residual (en términos cuantitativos, claro)? Es una opción viable, aunque hay quienes consideramos preferible una nación vasca reconocida dentro de un Estado plurinacional plenamente constituido que tenga un euskera vivo a un Estado vasco independiente que guarde el euskera en un museo. Es un ejercicio de prognosis poco relevante - y dadas las circunstancias la primera salida política parece tan poco probable en el corto plazo como inviable se presenta la segunda - pero en cualquier caso, una reflexión a fondo de la sociedad civil parece un primer paso a tener en cuenta. No hay que olvidar que una de las justificaciones morales más relevantes para la persistencia política de los pueblos -es decir, para la persistencia de las naciones como instituciones políticas (no necesariamente estatales)- es preservar la diversidad cultural. No porque la diversidad cultural sea un valor en sí mismo, sino porque es la única forma de que el individuo tenga opción de escoger. Precisamente por eso, resulta aparentemente contradictorio que una sociedad muestre una actitud favorable -e incluso proactiva- ante el mantenimiento de un idioma, su idioma, y luego haga un uso escaso o limitado del mismo.
La no por manida menos acertada frase de Joxean Artze "hizkuntza bat ez da galtzen ez dakitenek ikasten ez dutelako, dakitenek hitz egiten ez dutelako baizik" (un idioma no se pierde porque quienes no lo saben no lo aprendan, sino porque quienes lo saben no lo hablan) parece hoy insuficiente. Sin ánimo de profanar al maestro, introduciría la siguiente variación o añadido para dar énfasis a lo que hoy por hoy (y en aumento exponencial) se presenta como problema de fondo: "hizkuntza bat ez da jakiten ikasi delako, ikasi ondoren erabiltzen delako baizik". Es decir, una sociedad como la vasca que en número creciente está escolarizándose en euskera y, sin embargo, no crece en número de hablantes (o incluso decrece, como muestran los últimos datos), está necesariamente abocada a perder ese idioma. Resulta cuanto menos curioso escuchar expresiones tales como "vaya, he aprendido más inglés en un año de Erasmus que en doce de ikastola y academia juntas" de personas que a su vez, valorando positivamente el mantenimiento del euskera, hacen uso omiso del idioma en su día a día. Entre tanto, pensamos que con tres estrofas de Lau Teilatu, Ikusi Mendizaleak y, en el mejor de los casos, Boga-Boga, mantendremos un conocimiento adecuado del euskera y garantizaremos su supervivencia.
Para más inri, en el caso del euskera situamos la delgada línea de la pedantería en un listón mucho más rebajado que en el caso del castellano o del propio inglés. Esto lleva a que en muchos ámbitos un uso correcto del euskera sea considerado pedante: es decir, si alguien dice promover/comentario/detalle/evitar en castellano (por poner unos ejemplos), nadie lo considera una pedantería. Si, por el contrario, se utilizan expresiones como sustatu/iruzkin/xehetasun/ekidin la gente lo considerará un uso artificial del lenguaje. Es evidente que el idioma se ha de adaptar a los usos y su transformación es una característica innegable que afecta a todos y cada uno de los idiomas. Asimismo, hay contextos y contextos. Sin embargo, el doble rasero que afecta a uno y otro idioma resulta sintomático de una percepción social que no se corresponde con el sentir aparente que la inmensa mayoría de habitantes de Euskal Herria tiene respecto a su idioma. Sin ser filólogo y convencido de que habrá una explicación detallada de por qué se generan estas situaciones, considero que la exigencia de cierta responsabilidad individual es incuestionable. Está en juego la persistencia de algo que sin ser ontológica, metafísica ni mucho menos lógicamente explicable - al menos a ciencia cierta -, queremos como nuestro. Porque la lámpara de Argitxo (figura infantil, más o menos afortunada, que buscaba inculcar aquello a lo que apuntaba Artze) no se apagará porque un niño diga bokadiloa o tenedorea en la ikastola en lugar de ogitartekoa o sardeska. Pero posiblemente si que se irá volviendo más tenue si la incoherencia que aquí describo no se corrige más pronto que tarde. Gure esku dago, ez dezagun ahaztu.