Privilegio
EN la década prodigiosa, en esos años en los que los aeropuertos surgían como champiñones, las líneas del tren de alta velocidad se estiraban como el chicle y los palacios de congresos rivalizaban por los más afamados arquitectos; la época en la que la costa mediterránea fue privatizada para convertirla en un monstruo de cemento, los tiempos en los que se construían tantos pisos como en Alemania, Italia y Francia juntas, o cuando el sistema financiero vestía slip para alardear de su cuerpo culturista ante la atónita mirada de los ciudadanos de la Unión, a nadie en España le importaba un carajo, el Concierto, el Cupo, el privilegio ni la solidaridad. Se había descubierto una mina de oro que se pensaba inagotable y el afán por esquilmarla era la principal preocupación. Pero todo esto estalló, llegó la ruina y ahora se levanta el dedo acusador contra los vascos por disfrutar de privilegios y ser una pandilla de insolidarios. ¿Autocrítica por el dinero y el tiempo perdidos? Para qué. Llama la atención que este ataque al Concierto y al Cupo provenga de un socialismo que fue expulsado de las instituciones con una derrota humillante. Una estrategia para ganar votos en la CAV y Navarra no parece. Lo más gracioso es escuchar a algunos políticos y tertualianos cargar duro contra el régimen foral vasco empleando el argumento de la edad para concluir que es un anacronismo y una antigualla. Curiosamente, el mismo argumento, el de la antigüedad, es el que sirve para hablar de España como una realidad irrompible.