muchos de los que padecieron el infierno de los campos de concentración y exterminio puestos en siniestra marcha por el nacionalsocialismo no se sentían, recién salidos del universo concentracionario, con la capacidad de hablar de lo padecido y de lo visto. Algunos lo hicieron de inmediato tratando de hallar el tono adecuado (Primo Levi, David Rousset o Robert Antelme, entre los más rápidos), otros tardaron más tiempo ya que revolver o chapotear en aquella existencia infame les parecía un freno para seguir viviendo, y testimoniaron por medio de la ficción (ahí están Jorge Semprún, Imre Kérstez, Elie Wiesel o Boris Pahor, entre otros).
Varios eran los problemas que dificultaban narrar lo vivido: por una parte, está el sueño recurrente, que relata Primo Levi (y otros que pasaron por la misma experiencia), de que contaba a su hermana y a otros familiares su vida en el lager, y ella se levantaba de la mesa y se marchaba como no queriendo oír lo que su hermano contaba; cuando salió del encierro -cuando él, sin poder reprimirse, pretendía dar testimonio de lo vivido-, la gente se marchaba de su lado, pues la gente no quería oír más desgracias de las ya pasadas, al tiempo que en no pocos el relato de tales salvajadas les removía su conciencia por no haber hecho nada o haber mirado para otro lado cuando cantidad de vecinos o conocidos suyos eran llevados al matadero en trenes de ganado.
Entre a quienes el alma gravemente herida no les dejaba hablar del asunto estaba Shlomo Venecia, quien acaba de fallecer en Roma el pasado 1 de octubre.
Testimonios sobre el infierno de los campos de concentración y los de exterminio puestos en marcha por los industriales de la muerte nacionalsocialistas, los hay bastantes, y obviamente cada vez los habrá menos en la medida que quienes padecieron tales abominables experiencias vayan desapareciendo. Ahora bien, no es tan fácil encontrar testigos que hubiesen pertenecido a los Sonderkommandos, ya que los componentes de estos eran liquidados al poco tiempo de ejercer su siniestra labor. Elegidos entre los propios judíos, los componentes de estos comandos estaban encargados de dar la bienvenida a los recién llegados en los vagones de ganado, e invitarles a desnudarse para ir a la ducha, que se convertía para los seleccionados en una ducha de zyklon B, ese gas utilizado originariamente para matar ratas y otros parásitos. Después se encargaban de recoger los cadáveres y llevarlos a los hornos crematorios para que no quedase ni rastro. Los nazis pretendían no dejar pruebas de las tropelías al por mayor que habían organizado, de ahí que se encargasen de liquidar cada poco tiempo a los componentes de los mentados comandos, para lograr así el sepulcral silencio de posibles testigos de primera mano. Varios de ellos se sublevaron, siendo liquidados en su totalidad; otros dejaron bajo las baldosas de los siniestros lugares de la muerte sus testimonios escritos y también, y esto es más probatorio, algunas fotografías del amontonamiento de cadáveres, etc. Documentos descubiertos años después, como detallase Georges Didi-Huberman, en su necesario y deconstructor Images malgré tout (me suena que fue traducido por Paidós), en el que frente a las falacias negacionistas y revisionistas, encabezadas por el falsario Faurisson, que dijese Paul Veyne, saca a relucir, en la senda de más vale una imagen que mil palabras, los documentos gráficos de los que hablo, que fueron hallados años después en los campos de exterminio. Desmonta la supuesta aporía en la que se detenía -para desmontarla- Jean-François Lyotard (Le Différend) refiriéndose al profesor lionés recién nombrado que sentenciaba, sin sonrojo, que si ha estado allá no puede contarlo pues está muerto y si lo cuenta es que es mentira lo que dice. Como digo, la falacia, camuflada bajo forma lógica, queda absolutamente desmontada: las fotos no mienten y, desde luego, allá las condiciones no eran como para hacer montajes o trucos? sino para espeluznar.
El ahora fallecido, Shlomo Venezia, nacido en Salónica el 29 de diciembre de 1923, es de los pocos componentes de estos comandos que escaparon de la muerte y así su testimonio se convierte en un conmovedor documento del horror, de la infamia, del daño que unos humanos fueron capaces de provocar a otros, alegando el carácter parasitario de los otros, no arios. Béatrice Prasquier sostuvo una serie de entrevistas con el judío italiano Shlomo Venezia en Roma, entre el 13 de abril y el 20 de mayo de 2006. El fruto está recogido en un escalofriante libro (Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas. RBA, 2010).
Las entrevistas, recogidas en tal volumen, van dando cuenta, con pelos y señales, de todos los avatares de la movida y angustiosa existencia del protagonista desde su más tierna (?) infancia en Grecia: muerte prematura de su padre, hambre y marginación enormes, inicio de la guerra europea, leyes raciales de 1938 en Italia. Y los lugares en los que vive se van convirtiendo en base desde las que van a salir los trenes de la deportación. Participa activamente, como un andartis más, en la resistencia antifascista griega, con una familia diezmada, y él a la edad de 21 años es arrojado al siniestro campo de Auschwitz (llegó en 1944), en donde participó en los sonderkommandos, tarea en la que tuvo que soportar la visión de la muerte de familiares, etc. El funcionamiento de tales organizaciones, ideadas por siniestras mentes, y las tareas a ellas encomendadas son detalladas por Venezia (el nombre fue puesto a sus antepasados al llegar a la población italiana tras su expulsión por los muy católicos reyes hispanos; Isabel y Fernando ellos), que también explica la sublevación ante la vileza de las tareas encomendadas por los jerifaltes de los campos. Un par de apéndices completan la obra: uno sobre la Shoah, Auschwitz y los sonderkommandos, y el otro, sobre los italianos huidos a Grecia en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. ¡Dante revisitado y elevado a la ene potencia!
Sin lugar a dudas, el autor de este durísimo testimonio fue uno de los pocos que pudo hablar desde una posición tan próxima a la muerte, al asesinato al por mayor, y lo hizo tras 40 años de silencio en los que parecía haber sido tocado por una ataque afásico? Ahora él descansa en paz, pero nos queda su testimonio único.