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Estado fallido

EL otro día lo oí comentar en la tertulia de una radio, una radio nada sospechosa de revoluciones, involuciones y nacionalismos, y pensé para mis adentros: ya está aquí. Quizá porque en euskera hay un dicho que vale su peso en oro (izena duenak izana du, o lo que es lo mismo, lo que tiene nombre existe), el hecho de que alguien se atreva a comentar que España es un Estado fallido es como para subrayarlo. Por ser honrada, el tertuliano de la mañana no se atrevió a tanto (sería una indigestión demasiado severa para esa opinión pública nacional que aún vive en el síndrome de Peter Pan) y empezó a decir que si estamos ante un Estado que ha fallado, que él no se atrevería a llamar fallido pero que hay gente que empieza a pensarlo... en fin, piruetas en el aire para decir lo que hace tiempo se tenía que haber dicho pero que nadie se atrevía a decirlo porque la juerga duraba y duraba y no es cuestión de ir de aguafiestas por la vida. Estado fallido, dícese de un Estado soberano que ha fallado en la garantía de servicios básicos. Nada más cercano a la realidad. Este tinglado se montó con el único objetivo de que a vascos y catalanes no se nos fuera la olla, y aunque algunas comunidades tuvieran que inventarse himnos y banderas, ha sobrevivido gracias a los fondos europeos, a la razón de Estado y a los gürteles de turno. Atando perros con longanizas, como en Valencia, tierra de presidentes imputados y aeropuertos sin aviones. Estado fallido, Estado fallado... Estado pillado. Ha llegado Paco con las rebajas y pagamos justos por pecadores. Que me digan por dónde está la salida.