La regata de la bahía de Donostia del pasado 4 de septiembre puede ser una efemérides inspiradora de poemas -o bertsos- homéricos. Enorme txalo para los ocho botes masculinos -y no olvidemos los femeninos- que pudieron bogar en aquel piélago "proceloso" que impresionaba, por no decir otra palabra. La Concha puede tener estos matices de dificultad que pueden plasmar actitudes de boga que rozan la épica. Y luego sorprendernos con una mar bare-bare que plantea otro tipo de lucha en las tostas. La Concha no puntúa ni sirve para obtener un puesto en una determinada Liga. Pero todas las traineras se empeñan en obtener un puesto en la clasificatorias que les permitan remar en la llamada Olimpiada del banco fijo. Ganarla da un prestigio con una cierta remembranza de honor. Aunque Aitor Balda. el ejemplar remero de la Libia ya retirado, escriba en NOTICIAS DE GIPUZKOA que prefiere ganar la Liga que La Concha.
Con la regata de Donostia sucede lo mismo que en ese otro gran deporte llamado rugby, que en Europa, en su torneo anual de las Seis Naciones, tiene una audiencia mundial, ya hecha tradición, con retransmisiones televisivas y estadios de enorme aforo llenos a reventar. En el transcurso del torneo, Francia, Italia, Gales, Escocia, Inglaterra e Irlanda se empeñan en ganar, dejándose la piel en el campo y sin cobrar un céntimo, aunque sus respectivas federaciones nacionales obtengan pingues beneficios en la taquilla. Aunque no nos demos cuenta, el honor sigue siendo "un patrimonio del alma" que tiene su importancia, incluso en el deporte profesional de alto nivel. Incluso con algunas gotas de romanticismo? Valga la redundancia.