Cartas a la Dirección

al leer algunas noticias he caído en la cuenta de que las carreteras vascas no son adecuadas para la práctica del ciclismo profesional, y menos aún para diseñar etapas que puedan resultar divertidas a los aficionados. Rutas anchísimas de asfaltos impecables y planas como una tabla de planchar, sin puertos que subir, sin bajadas sinuosas, ni bosques ni ríos ni valles ni montañas que atravesar. Vamos, que nuestras carreteras valen para todo menos para que los ciclistas se deslomen en ellas, que yo no sé qué problemas hay para poner un aeropuerto en Gipuzkoa con estas pistas de aterrizaje tan fabulosas que tenemos cruzando el territorio en todas direcciones. Además, no hay aficionados, ningún vasco va a Pirineos en el Tour o a Asturias en la Vuelta, nadie jamás ha visto una carrera por televisión, nadie ha oído hablar de Indurain, Olano, Beloki o Antón, y a nadie le suena Urkiola o Jaizkibel. ¿Los platos? Son para llenarlos de comida. ¿Los piñones? Para atragantarnos en Navidad. ¿Y el desarrollo? Es la época en la que nos salen espinillas y nos ponemos insoportables.

Y eso de que las vueltas ciclistas pasen por otros países, ¿desde cuándo se ha visto? Al parecer, de las cunetas belgas, holandesas, luxemburguesas, suizas, alemanas, británicas, italianas, catalanas o andorranas se piran hasta los árboles cada vez que el Tour decide atacar sus carreteras y los aficionados llegan a apagar los televisores en señal de protesta. Esto les tiene que sonar, recuerden que algo parecido sucedió aquí en el 92, cuando tomaron a la fuerza Donostia, o en el 96, cuando tuvieron la desfachatez de pasearse por Iruña. Calles vacías, ni un alma en la ruta, silencio absoluto.

Visto lo visto, negar que existe una componente política en realizar dos etapas en territorio euskaldun es tan ridículo como fabricar un equipo de corredores vascos si aquí no hay ni ciclistas ni bicicletas, que ni los niños saben lo que es eso. Y si me permiten quitarme ahora el disfraz de la ironía, es evidente que lo deportivo, aun de suma importancia, no ha sido el primer factor a considerar en esta decisión, porque ya me dirán si no corresponde a lo político el plantarlas en la última semana y, encima, en viernes y sábado, esto es, en el momento que se supone más interesante y al que se va a prestar más atención de toda la prueba; el que el Gobierno Vasco hiciese pública la petición a la organización, y que llegase a plantear una votación en el Parlamento para respaldar esta solicitud; el que se pase por las tres provincias de la CAV, para que nadie se ponga celoso; el que se publicite la noticia a diestro y siniestro en todos los medios por encima de cualquier otro aspecto meramente deportivo, como podría ser el esperado retorno del terrible Angliru? La política, el virus que infecta todo lo vasco, ha condicionado el diseño de la Vuelta del 2011, y esto es una verdad como un puño, y nadie puede negarlo. Pero, ¿no era acaso una decisión política el que no haya atravesado nuestras fronteras desde 1978? ¿No han sido 32 decisiones políticas las que propiciaron que no hubiese etapas vascas en la ronda hispana durante 32 ediciones? ¿No es la misma política el pedir a la organización que pase que el pedir que no pase? ¿Quién atizó primero el árbol de la política? Yo tengo claro que la Vuelta a España no.

Ignacio Rodríguez Bonilla