NADIE ignora la existencia de la teoría de la selección de las especies como mecanismo de selección natural, que Charles Darwin nos propuso. Pero seguramente la gran mayoría ignoramos las investigaciones de Lynn Margulis (1967) y otros, sobre la endosimbiosis, que explica la creación de organismos con núcleo como las células, a partir de organismos sin núcleo, lo que pone en evidencia que no es la depredación sino la simbiosis lo que realmente está detrás de cada salto evolutivo importante. La construcción de lo nuevo y su funcionamiento, obedecen a reglas de simbiosis o de mutuo beneficio, y no de eliminación por depredación, del más fuerte sobre el más débil.
Aquella célula de la que provenimos todos los animales y las plantas, se formó mediante la fusión de tres bacterias preexistentes completas, con los genes de cada una incluidos, por supuesto. En resumen, el gran salto a la vida surge por la simbiosis y no por la competencia destructiva.
Tenemos un gran problema de fondo de esta época, y es que las teorías que sustentan nuestro pensamiento y los marcos mentales que barajan los expertos y las máximas autoridades que deciden en los distintos campos del conocimiento aplicado, no se están actualizando debidamente y con la suficiente diligencia. Por ejemplo, en este asunto de la evolución, tenemos un repertorio de teorías que van desde el creacionismo (2 milenios), a la evolución de las especies (200 años), y la más refinada teoría de Margulis (50 años). Las consecuencias de este desconocimiento de lo que la ciencia demuestra y la lentitud en su asimilación social e institucional conducen a problemas graves.
Los debates sectarios son el resultado natural de la asincronía que existe entre la aparición de conocimientos nuevos y la capacidad de la sociedad para reconocerlos y asimilarlos. Hoy, el desajuste en la socialización del conocimiento es una cuestión muy candente, pero va a serlo todavía mucho más durante las próximas décadas, en las que la aparición de cambios relevantes y nuevos retos sociales se van a producir a una velocidad muchísimo más alta de la acostumbrada.
Ahora, sabemos que la aparición de formas de vida más complejas no depende de la selección natural, sino del establecimiento de relaciones mutuamente beneficiosas entre formas de vida preexistentes, que eran más simples. Y esto ocurre también en las relaciones entre individuos y organizaciones. Iguales juntos no trae el progreso sino la competencia de suma cero. Por contra Distintos juntos es la formula del progreso, sobre una base homogénea de fines y principios, y una dosis de generosidad mutua. Son estas relaciones simbióticas las que dan lugar a la formación de organismos nuevos con futuro.
Y esto ocurre a cualquier escala: a nivel bacteriano, celular, a nivel funcional de nuestros órganos vitales y a nivel social entre individuos y grupos. Esta confusión de principios -entre el competir o el cooperar- nos conduce a aceptar como verdades incuestionables que el más grande se come al chico, que siempre unos dominan y otros son dominados, que la vida evoluciona por la supremacía de los más aptos, y no es así.
Y siguiendo con lo que no sabemos, para cuando nos sintamos muy solos, pensemos que por cada célula que forma nuestro cuerpo nos acompañan del orden de unos de 100 huéspedes de todo tipo, microorganismos, bacterias y virus.
El organismo humano es el resultado de un compuesto formado por billones de células y billones de microbios (entre 10 y 100 veces más numerosos que las células llamadas propias). Este compuesto complejo y en constante transformación se mantiene cohesionado y en estado de funcionamiento durante decenas de años, gracias a la existencia de relaciones simbióticas entre todos ellos.
La salud no es otra cosa que la armonía en esta colonia de pequeños microorganismos. Nos creemos -y nos enseñan-, que somos singulares y que el "yo" es solo esa parte, el 1% de los organismos vivos que cohabitan con nuestras células, pero no es así. Las fluctuaciones en el grado de simbiosis -de la globalidad de organismos vivos- ocasionan variaciones en el nivel de eficiencia vital del conjunto. Si aumenta la depredación, el parasitismo o la necrosis entre los microorganismos presentes en el interior del cuerpo, el nivel general de simbiosis disminuye y su grado de eficiencia vital decae. Así llega la enfermedad.
La realidad es que la mayoría de nuestra vida es vida simbiótica. Quién lo iba a decir, en la época de "ego", que somos más o menos una colonia móvil de billones de virus, bacterias, microorganismos y células en mutua simbiosis.
Las relaciones económicas se hallan también sujetas a esta mecánica. La crisis económica actual ha sido ocasionada por un aumento de la proporción de relaciones depredadoras, parasitarias y necróticas que se produjo entre 2004 y 2007, en el seno de la actividad económica, sobre las relaciones simbióticas que se deterioraron, que son los mutuos y saludables intercambios de valor real.
Las ideas emergentes que podían haber ayudado a prevenir la crisis ya existían en el 2004 pero seguían sofocadas por las formas institucionalizadas de pensar, que utilizaban las elites de expertos en economía, y que eran las mismas que seguían y se siguen enseñando todavía hoy, en 2011, en las universidades y las escuelas de negocios.
El conocimiento emergente y demostrado necesita demasiado tiempo antes de que llegue a recalar y alojarse en las instituciones académicas e influir en las decisiones políticas. Pero lo peor es que requiere mucho más tiempo todavía para llegar a integrarse y formar parte de las maneras de pensar y de sentir de toda la población. Como vemos no es tan cierto que el conocimiento se mueva a gran velocidad, aunque sí lo es si hablamos de información, gracias a las tecnologías.
La aceptación de nuevas teorías por quienes dirigen la sociedad no ocurre con la suficiente velocidad. Se enseña y dirige con "viejos esquemas", lo que nos lleva a faltas evidentes de liderazgo con futuro, o a liderazgos más reaccionarios que progresistas, por no uso del conocimiento disponible.