CUANDO alguien no te pregunta nunca qué tal te va porque dice que no le gusta molestar, lo más posible es que realmente le importe muy poco no sólo ya como te va, sino probablemente tú en tu totalidad. El mundo de las relaciones, todo tipo de relaciones, es un permanente enigma envuelto en un misterio en el que nunca se llega a alcanzar lo que se desea, los ritmos son desiguales y todos consideramos, no sin cierta vanidad, que damos más que lo que recibimos. Pero, por uno de esos misterios insondables, seguimos persistiendo en el error, demostrando de forma científica que el hombre es el único animal que tropieza no una, ni dos, sino doscientas veces en la misma piedra, piedras que acaban convirtiéndose en pequeñas cárceles de insatisfacciones permanentes. Con nuestra inherente soberbia, solemos decir que superamos a los animales por la capacidad de raciocinio. En muchas ocasiones, cada vez más, envidio del animal su inteligencia para saber huir de allá donde resulta dañado, sin ninguna tentación de volver al lugar donde ha sido maltratado. Y es completamente cierto que no hay peor nostalgia que añorar lo que jamás sucedió pero los humanos, los seres con raciocinio más estúpidos que hemos pisado el planeta desde aquel día fatídico de la creación, seguimos empeñados en que le interesen tus cosas a quien no te pregunta cómo te va, por no molestar. No se debe permitir entrar en tus sueños a quien decidió cerrar la puerta para estar en los suyos. El único camino, siempre, es volver a volar.