HAY que ir acostumbrándose a oír hablar, de manera negativa y conflictiva siempre, de los velos, los burkas y otras cuestiones que marcan la radical diferencia cultural y religiosa de y una manera de entender la libertad individual.

En Vitoria acaban de archivar una causa abierta contra un médico acusado de no querer atender a una mujer por no quitarse el niqab, ese velo que sólo permite que se vean los ojos de la mujer; velo que la mujer se negó a quitarse delante de la jueza.

No era verdad que el médico se negara a atender a la mujer, sino una denuncia en falso del marido que amenazó al médico que sólo pretendía cumplir con una reglamentación válida erga omnes, cosa que, se ve, el riguroso mahometano no entiende, y que entre dejar correr un atropello habitual y denunciarlo, optó por lo segundo. Lo mismo que los senegaleses agredidos hace dos días. Ni más ni menos.

Como es habitual, resulta muy instructivo asomarse al eco que tienen estas noticias, en los que se encuentran donosuras que van desde el ya crónico insulto al origen del "moro" a la sarcástica petición de que, ya puestos a respetar costumbres y manías religiosas, la Seguridad Social pague las ablaciones, pasando por las más comunes de que hay leyes que todos deben respetar, sobre todo los inmigrantes, y las que hablan de la radical falta de reciprocidad entre unos países y otros cifrado en la acusación de que ellos, los otros siempre, piden lo que en su país no están dispuestos a conceder, algo que según de donde estés es verdad o mentira.

Las amenazas del airado marido de Vitoria, guardián de las esencias religiosas de su esposa, han dado en un procedimiento por atentado contra la autoridad, ya que el médico, por su profesión, tiene la consideración de autoridad, cosa que no sabía.

Me digo que tengo que comprarme un código penal nuevo. Hay que saber con quién tratamos. La reaparición del delito de desacato o ampliación del de desobediencia a la autoridad es cosa hecha. Hay matones en los supermercados y pronto los veremos en todas las consultas médicas. Porque ¿cómo se defiende un médico de un marido airado que no entiende, porque no quiere, el mundo en el que vive?

Me consta que esos incidentes, en Vitoria precisamente, no son nuevos. Vienen de lejos, de cuando no eran noticia, tal vez porque se los consideraban políticamente incorrecta y porque todavía no sabemos cómo hablar de ellos sin cogernos los dedos, ¿qué es lo correcto en estos casos? No lo sabemos. Sólo nos damos cuenta de que la defensa de una estricta laicidad llega demasiado tarde y de unas transigencia tan suicida como de callejón sin salida. Siempre a base de prohibiciones no apoyadas socialmente de una manera mayoritaria.