El Estatut, la doble hélice y el Nescafé
hace más de 50 años, dos brillantes científicos, Watson y Crick, usaron 130 líneas, en una página a doble columna (en una sola habrían sido 65 líneas) para describir nuestro ADN, la molécula más bella del mundo, como una doble hélice, en forma de escalera de caracol. Acababan de resolver un problema que había sido formulado mucho antes y que había traído de cabeza a distinguidos científicos (y científicas, el sexo es pertinente en esta ocasión). La descripción en términos tan simples y efectivos de esta estructura ha tenido un impacto enorme en la ciencia, revolucionó ramas enteras de la biología y ha abierto caminos insospechados para la medicina. Gracias a Watson y Crick, vamos a poder vivir mejor.
Los diez magistrados del Tribunal Constitucional han necesitado cuatro años de discusiones políticas y 881 páginas para redactar la sentencia definitiva contra el Estatut. En medio han terciado, con el PP atizando y Federico Trillo de mamporrero en la hoguera inquisitiva -el mismo que era ministro cuando cayeron los aviones de los que era responsable, ¿lo recuerdan?, ¿recuerdan a las decenas de muertos?-, recursos, recusaciones y triquiñuelas jurídicas varias. Así, el tribunal ha redactado una sentencia impecable desde el punto de vista político. Aunque hubiera dicho lo contrario, la sentencia sería igual de impecable desde ese punto de vista. Afecta sólo al 6%, es verdad, del Estatut que fue aprobado en referéndum. Pero afecta a la yugular: lengua, descentralización de la justicia, blindaje de competencias...
Se trataba de un problema, éste del Estatut, que rebasa por completo a Cataluña, y que afecta a la convivencia entre distintas sensibilidades en España. Como las investigaciones sobre la estructura del ADN, también esta esperada sentencia, ejemplo sublime de la supeditación de la justicia al poder político, ha traído de cabeza a muchas personas, partidos y organizaciones. Pero al contrario de lo ocurrido con los científicos citados, los magistrados no han resuelto nada, han utilizado muchas páginas y la sentencia se caracteriza, sobre todo, por su farragosidad. No vamos a vivir mejor.
Una farragosidad y una extensión de todo punto imprescindibles cuando se quiere vestir con ropaje jurídico lo que no es sino una manera indisimulada de hacer política. Pero era lo esperable. Aunque hubiesen dicho lo contrario, también entraba dentro de lo esperable. Porque cabe esperar cualquier cosa de la actividad política, y como el Tribunal Constitucional se ha convertido desde hace años en una especia de tercera Cámara, y no es sino un órgano más político que jurídico, nadie nos debemos de sorprender con lo que ha pasado. La sentencia va a tener consecuencias y, por su torpeza, va a volver a abrir caminos nuevos: justamente aquellos que pretende cerrar. El franquismo dio alas al independentismo vasco en su versión salvaje. El alto tribunal se los va a dar al catalán, no sé en qué versión.
La argumentación utilizada por alguno de los magistrados resume bien el fervor utilizado para resolver el problema que tenían entre manos. Así, el magistrado Rodríguez Zapata cita a Adán, el del paraíso, aunque me da la impresión de que lo confunde con Noe, cuando dice que "sólo Adán pudo tener ante sí a todos los animales del campo". Yo diría que eso suena más a Noe, cuando intenta echar el guante a todos los animales que había en el mundo para meterlos en su barca. Porque Adán estaba, después de todo, más ocupado con su costilla y con una manzanita provocadora.
Otro de los magistrados, Vicente Conde, indica que "sólo desde la radicalidad de las ideas de nación y Estado (?) pueden imponerse deberes básicos de la índole del referido al conocimiento de un idioma". ¡Atiza! ¿Será radical la Constitución cuyos artículos se empeña en descifrar nuestro docto y equilibrado magistrado, esa Constitución que impone el conocimiento del español a todos los españoles? (y a todas, también el sexo es pertinente en esta ocasión). Son dos ejemplos que muestran el enorme peso jurídico de la sentencia. Al final se ha hecho la luz, y todos hemos dado un paso más en la loapización del Estado de las Autonomías. Tejero sigue avanzando, con calma, paso a paso, y con juventud recuperada. La indisoluble nación española (¡tomen un poco de Nescafé, por Dios!), que tanto preocupaba a Suárez cuando los militares le ponían el sable en ese porcentaje ínfimo de su cuerpo, la yugular, ha quedado de nuevo a salvo. Es evidente que entre la espalda y la pared tenía un general franquista con su espada en alto, o unos cuantos, mientras repasaba el borrador de nuestra Carta Magna.
Era imposible que hubiera sucedido lo contrario, porque en la tercera Cámara mandan los de siempre, no en vano el franquismo sembró bien los campos, no sólo con los cadáveres todavía sin recuperar de sus adversarios sino, sobre todo, de exaltados patriotas que nunca perdieron ni vergüenza ni influencia. Resulta preocupante la cantidad de internacionalistas sueltos que hay en España y el desdén con que miran a los patriotismos periféricos de segunda. Defienden con fervor eso que les debe dar tanta inseguridad, la unidad indisoluble, con una mente ejemplar y sana, libre de ataduras, llena de lenguas internacionales, viajes internacionales y relaciones internacionales, no como los de la boina. Con ese internacionalismo que comienza en Cádiz, o un poco más arriba, y que termina en los Pirineos, o un poco más abajo, no hay más que verlo. Con ese desprecio a sensibilidades diferentes, por muy mayoritarias que sean.
La composición del Tribunal Constitucional pudo haberse realizado sobre otras bases, unas bases que respetasen con un poco más de fidelidad (y si eso no fuera posible, con un poco más de vergüenza al menos) el espíritu de los acuerdos a los que llegaron los distintos grupos en la Transición. Pero hace tiempo que se rompieron las formas y se rompió el fondo. La sentencia, cuya redacción se ha retrasado cuatro años por razones estrictamente políticas (todos sabíamos lo que cada miembro iba a votar, en estrecho paralelismo con sus inclinaciones políticas), no es sino otra tuerca en ese tornillo que cada vez nos complica un poco más una convivencia civilizada.
I need Spain.