El imperio austro-húngaro fue igualmente conocido como la diarquía, por tratarse en realidad de dos monarquías, la austriaca y la húngara, que por avatares de la historia y la política acabaron encarnados en una sola persona, la del emperador. Una monarquía dual cuya representación simbólica era un águila con dos cabezas que refrendaba la dualidad-unicidad de la corona. Tuve ocasión de coincidir y tratar con Otto de Habsburgo, penúltimo heredero aspirante a la doble corona, miembro del Parlamento Europeo, hombre políglota que, además, creo, de otros nueve idiomas, hablaba algo de euskera, producto de su niñez en Lekeitio, adonde arribó durante el exilio de su madre, la emperatriz Zita.

Recuerdo su pasión por los derechos de las minoría nacionales en Europa, lógico en quien pretendía, con mayor o menor convicción, un reordenamiento de la Europa Central a la manera de la monarquía danubiana, donde austriacos, húngaros, eslovenos, serbios, rutenos, checos, eslovacos... pudieran coexistir en armonía y respeto mutuo, cosa que él sostenía ocurrió durante el largo reinado de su familia, los Habsburgo.

En eso estaba cuando, con motivo del debate en comisión del Parlamento Europeo de un texto acerca de Los derechos de las minorías étnicas en Europa, se produjo una irrepetible alineación entre el señor archiduque de Habsburgo, el parlamentario bávaro conde de Stauffenberg (sí, el mismo, el hijo del coronel que atentó contra Hitler en su cuartel de Prusia Oriental) y el parlamentario sans culotte que firma estas líneas. La conjunción, presentando y defendiendo el texto, de tan atípicos y extraños compañeros de moción, generó una colérica reacción por parte de los colegas griegos -unionistas exacerbados por lo general, a los cuales el término heimat (en alemán patria, hogar) utilizado en el documento les sacaba de quicio- y, naturalmente, de la derecha española. Así que en la tercera ocasión en que me referí al "Estado español", el señor García Amigo, parlamentario del PP, se puso como una pantera exigiéndome a voz en grito: "¡Diga España, diga España!".

La cosa no fue a mayores, pero al finalizar la reunión se me acercó el también pepero Pío Cabanillas, quien, reconociéndome que el término "Estado español" era "técnicamente preciso", me sugirió que no lo utilizase en lo sucesivo porque si bien él, como gallego, tenía sensibilidad de minoría nacional, el espectáculo que habíamos dado dentro "mejor no repetirlo", para lo que proponía "nos pusiésemos de antemano de acuerdo todos los... íberos". Alonso Puerta, parlamentario socialista que estaba al quite, intervino diciendo: "¡Coño, Pío, tú con tal de conciliar eres capaz de remontarte al Paleolítico Inferior!". Y así acabó el trance.

Ayer leía que el PSE y el PP se reunieron "para proteger su alianza ante posibles desacuerdos electorales" y que ambas formaciones "preservarán lo sustancial de su compromiso ante las diferencias que aflorarán progresivamente por el procedimiento de que sean tratadas, medidas y limitadas previamente y de común acuerdo en su alcance real y su proyección pública". De ser cierta la información periodística, desde luego no desmentida, el PSE y el PP han sellado una alianza contra viento, desavenencias en Madrid y marea, contradicciones en Euskadi; y aún más, se cuidarán muy mucho de airear públicamente la mínima diferencia que tengan, pues la imagen es lo único que en verdad les preocupa.

Así pues, la diarquía, la monarquía dual López-Basagoiti, el gobierno único con dos cabezas, queda instituido y reafirmado. Y la normalidad habsbúrgica imperará, a pesar de los avatares, en el mosaico compuesto por alaveses, vizcaínos, guipuzcoanos y... aledaños. Y la alternancia -¿llegados a este punto deberíamos llamarla sucesión?- sólo se dará entre monarcas. Tal es, se atisba, la pretensión última del enjuague* llamado Gobierno del cambio, perpetuo, si no lo remediamos.

Volviendo a Otto de Habsburgo, en cierta ocasión fue preguntado por el resultado de un inminente partido de fútbol entre la selecciones de Austria y Hungría: "¿Contra quién?", fue su antológica respuesta. Es el destino que auguro para la diarquía PSE-PP, su antagonismo común contra-quien sea y su progresiva confusión entre-ellos mismos.

* Negociación oculta y artificiosa para conseguir lo que no se espera lograr por los medios regulares (DRAE).