sucede. Periódicamente y, lo que es peor, todos los días del año. Todos. Me explico: no sé por qué motivos pero resulta que en este país las fiestas populares y los momentos de ocio en los bares están indefectiblemente vinculados a la inmundicia.

Ejemplo: Festividad de Santo Tomás. Feria que rememora una entrañable tradición en la que nuestros antepasados vestían sus mejores galas, no sólo para entregar a los dueños de sus caseríos lo que anualmente les correspondía sino, sobre todo, para reencontrase con sus conocidos e intercambiar las novedades acaecidas desde la cita anterior. Un día de fiesta sana, emotiva y hasta elegante.

Eso debía de ser allá por las calendas del pleistoceno inferior. No hace falta que le describa con detalle lo que ocurre en Donostia, con motivo de tal efemérides, porque Vd. mismo lo ha visto. Jóvenes y jóvenas meando por las calles en cualquier rincón próximo; críos y crías borrachos como cubas, vomitando hasta la primera papilla -con sus padres y madres missing- y mierda -con perdón- por todas partes. Y cada año, más.

Si te aventuras a pasear por la Parte Vieja a una hora prudencial de la mañana del día siguiente -a pesar del ímprobo y poco reconocido esfuerzo del servicio de limpieza de la ciudad- el hedor sigue siendo insoportable. Y ya puedes ir con cuidado. A poco que te descuides resbalas con los restos de la mugre que perdura y terminas con las narices en el suelo, cual procede.

No lo puedo evitar. Me toca la fibra sensible -por emplear un eufemismo educado- que nuestras fiestas populares se vinculen, porque sí, porque sucede, porque pasa, porque la gente joven es como es y, ¿qué le vamos a hacer? A la suciedad más infecta. Me repugna.

Me repugna que Santo Tomás o la víspera de nuestro santo patrono sean los días señalados en el calendario de muchos y de muchas preadolescentes para ponerse ciegos de alcohol y de lo que se tercie. Y mucho más que sus progenitores se llamen andanas.

Me repugna que las autoridades de esta ciudad consientan lo que sucede con total y absoluta impunidad: que sus calles y plazas se conviertan en wáteres públicos y vertederos de toneladas de porquería. O sea: estercoleros a fecha fija, en el cogollo del "marco incomparable". ¡Bingo!

Me repugna que las festividades propias, insertas en nuestra cultura y en nuestras tradiciones, tengan irremediablemente que estar vinculadas a la basura, a la suciedad, a la bazofia, a la inmundicia, al pringue, a la asquerosidad y a la más absoluta falta de respeto hacia los ciudadanos en general y a las personas que limpian en particular.

Pero eso no sucede sólo en determinados días del año. Pasa en todos.

No sé si le habrá ocurrido a usted, pero a mí en varias ocasiones. Cuando llega cualquier amigo a conocer la ciudad no te queda más remedio -ejerciendo el grato cometido de anfitrión- que llevarle por las diversas rutas de los "templos" de pintxos.

Entras en un bar. Observas su barra multicolor repleta de manjares exquisitos. Impactante. Los jugos gástricos empiezan a regurgitar en el estómago.

Pegadita al mostrador hay una señora enjoyada, aparentosa, antigua alumna del sagrado corazón, que, después de mordisquear con parsimonia un pintxo de tres euros, pasa suavemente la servilleta de papel por sus labios y ¡plaf! La tira al suelo. Y a su lado, un señor, educado en los jesuitas, con corbata y un winston en la mano. Cuando lo termina, deja caer la colilla encendida y la restriega gentilmente con su Sebago. Y se quedan tan pichis.

Al rato de vivir escenas similares protagonizadas por casi todas y todos los clientes del bar el forastero te dice metiéndote cariñosamente el dedo en el ojo: "¿Has visto como están dejando el suelo lleno de porquería, con papeles grasientos, trozos de tortilla, restos de pimientos "estupijustis", colillas, huesos de aceituna, sobres de azúcar y hasta klínex pringosos?... Si uno de sus vecinos se comportara así el tío Evelio, de la taberna de Villacantos de Abajo, le daría con la cachava en la cabeza por cochino y le echaría de su establecimiento a patadas.

"¿Qué pasa? ¿Que tirar al suelo en un bar todo lo que te apetece es lo más fashion de la modernidad? ¿No me habías dicho que Donostia era una ciudad top? ¿No me habías comentado que aspira a la Capitalidad Europea de la Cultura del 2016? Lo que acabo de ver me parece tercermundista. No te cabrees, pero puedo asegurarte que he conocido pocilgas más limpias?".

Ya lo siento Sr. alcalde; Sr. concejal delegado de Medio Ambiente; Sr. jefe del servicio de Salud Pública y Actividades del Ayuntamiento: Sr. presidente de la Asociación de Hostelería: lo que admitimos con total normalidad en nuestros bares y en muchas de nuestras festividades es incompatible con una ciudad que pretende ser un referente cultural europeo. Lo dicen nuestros visitantes, no condicionados por compromisos institucionales y miles de donostiarras.

Es verdad que los hábitos de limpieza, de orden y de respeto hacia los demás se adquieren, sobre todo, en la familia y en los centros de enseñanza. Pero también es verdad que las costumbres sociales educan o maleducan si se permiten conductas incivilizadas. Y corresponde a los poderes públicos y a las organizaciones gremiales -derecho de admisión- establecer las pautas y los correctivos que procedan para contribuir a formar a la ciudadanía en hábitos saludables y comportamientos cívicos.

Cualquier foráneo que llega a nuestra ciudad atraído -entre otras cosas- por la calidad de su gastronomía, ni entiende ni puede entender que la inmensa mayoría de sus bares sean estercoleros públicos en los que cualquier patán actúa como no lo haría en su propia casa, ni en la de sus amigos, ni en cualquier lugar digno. Y, lo que es peor, se le consienta.

Y tampoco comprende que nuestras calles y plazas emulen, en determinadas festividades, a las de Benarés en India. Sin plastas de vaca, pero tan infectas y repugnantes como aquellas.

Algo tendrán que hacer ustedes.

Nuestros competidores a la capitalidad lo tendrían fácil editando un simple folleto de Donostia con fotografías de la Parte Vieja el día de Sto. Tomás a las tantas de la madrugada y primeros planos de los suelos de nuestros bares cualquier mediodía. No necesitarían mucho más para conseguir que nos mandaran a la cola? por marranos.

Así lo escribo porque así me lo parece.