Las churras y las "meninas"
no hace mucho tiempo les hablaba del mundo superficial y frívolo que nos ha tocado vivir. Todo el mundo habla de todo y, la mayor parte de las veces, sin tener ni pajolera idea de nada. El mundo de la gastronomía no es ajeno a este cacao mental, mezcla de ignorancia y atrevimiento, cuando no de desvergüenza. Hace poco un pedante que se jacta de ser un implacable crítico gastronómico, me llamaba desde el foro madrileño para escribir una crónica de "oídas" sobre el estado de la cocina y restaurantes de mi ámbito. Al citarle dos nombres, de los que más considero, me espeta con contundencia propia de los sabelotodo. "¡No!, ésos no me interesan, que creo que andan muy mal". Hacía justo una semana que había papeado de lujo en ambas casas. Con productos de los que ya no se encuentran, con el añadido de unas bases culinarias y un fondo de sabores que rozan la perfección. Y así se lo hice saber con un cabreo de aúpa, pero contenido. A lo que me contestó sin cortarse un pelo : "Te creo, pero es que eso vende poco". Por otra parte, algunos consideran el "no va más" de lo modelno poner en todo, venga o no a cuento, vinagre balsámico de Módena, la mayor parte de las veces de una calidad del tres al cuarto. O atiborrar en la finalización de un plato con la inevitable sal Maldon, dando un chute de sobredosis salada que resulta a veces casi incomestible. O aquéllos que han oído campanas sobre el uso de flores y no saben dónde ponerlas, convirtiendo su ensalada en un emperejilado ramo de novia que recuerda lo que decía un tío mío: "Ser más cursi que una coliflor con lazo". O esa persona que en un restaurante de postín se queja de que tiene posos (y por eso se lo decantan) un sublime Oporto vintage. Qué clarividente la madre, más bien madraza, de Andreíta cuando dijo en la tele (claro, dónde si no puede ser) aquello de "no mezclar las churras con las meninas". Cultura, ¿para qué?