Si uno pregunta a la gente cuántas veces al día suspira, responderá que dos o tres. Pero la realidad es que todos suspiramos con mucha mayor frecuencia sin que seamos demasiado conscientes de ello. Y suspiramos diez veces más a menudo por sentimientos negativos que por razones positivas. En este sentido, podemos catalogar así los suspiros relacionados con el amor. Cuando lo hacemos por este motivo dejamos de respirar de forma inconsciente y el corazón late más rápido necesitando más oxígeno y, al darse cuenta el cuerpo de este requerimiento, lo sacia con un suspiro. Sucede también cuando escuchamos canciones o vemos películas que asociamos a etapas románticas del pasado, el primer enamoramiento... Son suspiros que encierran más amor que cualquier beso.

Entre dolor y tristeza

Al suspiro se le ha llamado doble inhalación o respiración aumentada por su capacidad de expandir los pulmones. Se trata, pues, de una inhalación más profunda antes de exhalar el aire y pertenece a las reacciones fisiológicas involuntarias. Algunos filósofos, psicólogos y pensadores han atribuido al suspiro una mayor implicación con el dolor y la tristeza, y lo han definido como un amplificador para la gente que sufre en silencio. También ha sido calificado como el aire que nos sobra por alguien que nos falta. O, como expresaba Ulises Sandoz : “Suspiramos en silencio lo que callamos a gritos”. En el peor de los casos nos recuerdan que la vida empieza con un gemido y termina con un suspiro. Todo este tipo de pensamientos no hace más que enfatizar en la vinculación que el suspiro tiene con nuestros estados pesarosos o preocupados. 

El suspiro es una profunda inhalación que responde a una necesidad puramente biológica (si pasáramos mucho tiempo sin suspirar podría provocar que los pulmones fallasen), y aporta aproximadamente el doble de volumen de una respiración normal, siendo la forma natural de inflar los alvéolos (miríada de diminutos sacos que hay en los pulmones). 

En busca del equilibrio

Al margen de su función biológica, también se sabe que cuando los seres humanos nos sentimos estresados, ansiosos, intranquilos, o bajo los efectos de una situación de alta presión, el suspiro juega un papel determinante desde el punto de vista psicológico

La otra pregunta que suscita este fenómeno físico es: ¿Podría el suspiro suministrar un profundo calmante del estado emocional de la persona? Aunque se precisa aún de más investigaciones, el cerebro interpreta los suspiros involuntarios como un desahogo ante la frustración, la decepción, la derrota o la pena. El suspiro no es otra cosa que una respuesta a la orden inconsciente del cerebro de volver a inflar los alvéolos que controlan el tráfico corporal de oxígeno y dióxido de carbono que, a veces, se colapsan porque ha habido un mayor desgaste de oxígeno.

De hecho, considerando que este tipo de respiración lenta y profunda puede tener un efecto calmante en el estado emocional de la persona, los suspiros pueden aprovecharse para programarlos a voluntad con cierta regularidad.  

Trabajar con suspiros programados aliviará sustancialmente el estrés y rebajará el estado emocional alterado por la frustración causada por cualquier circunstancia negativa imprevista (a veces, el gesto más banal puede inducirte al recuerdo más emotivo). 

Los hallazgos experimentados apoyan la fascinante hipótesis de que los suspiros son reajustes psicológicos y fisiológicos. Este restablecimiento físico y mental también puede obtenerse a través de una catarsis. Ésta, según Freud, es “una purga de la mente para librarla de lo que actúa como un estorbo o es causa de perturbación”. El psicoanálisis le confiere un nuevo significado que consiste en que el paciente diga al psicólogo todo lo que se le ocurra sobre lo que le preocupa. Esta descarga es también una apertura hacia la recuperación del equilibrio físico y emocional, como te explicará el psicólogo en su consulta, pero ésta resulta bastante más cara que el suspiro involuntario o provocado. Es sólo una sugerencia.