Faltas de respeto constantes, incapacidad de estar cinco minutos escuchando sin interrumpir, hablar tranquilamente con el de al lado con carácter desafiante mientras miran a los profesores que están intentando dar la clase, insultos entre el alumnado, enfrentamientos verbales con el profesorado, destrozo de sillas o material educativo… Presenciamos en primera persona incrédulos y preocupados cómo en muchos centros los propios tutores, principalmente en la ESO pero también en primaria, son incapaces de poner orden y de hacerse respetar. 

Al mismo tiempo cada año vemos cómo niños y adolescentes pasan demasiado tiempo en redes sociales y juegos online, muchos bordeando la adicción, cada año a edades más tempranas y durante más tiempo. El ambiente generalizado de las redes sociales y juegos online es también cada vez más tóxico, tanto que se han normalizado los insultos, las amenazas, los menosprecios, la violencia verbal, los videos de violencia física, las humillaciones y la violencia digital en general.

Aunque no hay estudios específicos que muestren una correlación entre el uso excesivo de las pantallas con el aumento de clases difíciles en primaria y secundaria, sí que hay estudios que relacionan la exposición a la violencia con un aumento del comportamiento violento. Esto no quiere decir que porque un niño o adolescente se exponga a videojuegos violentos o contenidos violentos en redes sociales o en la televisión vaya a salir a la calle a pegar una paliza a alguien o a repetir esos comportamientos.

Dicho esto, cada persona tenemos un baremo de aceptación de la violencia, a partir del cual tenemos respuestas emocionales negativas a la violencia. Mientras el cerebro se desarrolla, más o menos hasta la edad adulta, cuanto más nos exponemos a la violencia o a contenidos violentos, ese baremo va aumentando. Eso significa que cuando en nuestra vida diaria presenciamos actos violentos que están por debajo de nuestro baremo, no les damos importancia y no desarrollamos empatía con las víctimas. Por ejemplo, si estamos constantemente viendo o jugando a juegos donde pegamos y matamos a otras personas, vídeos , series o películas con peleas… cuando en la calle veamos que alguien le grita, le insulta o le empuja a otra persona, le restamos importancia y no empatizamos con la víctima. 

También está demostrado que la exposición habitual a contenidos violentos hace que niños y adolescentes sean más propensos a tener respuestas violentas verbales y pequeñas respuestas violentas físicas. A largo plazo, esta exposición continuada hace que la parte del cerebro que se encarga de la inhibición de comportamientos violentos se vaya desgastando.

Agresiones

Hace un par de semanas en un centro educativo una profesora me comentaba horrorizada, cómo por la mañana unos alumnos de la ESO habían formado un pasillo, mientras varias personas pasaban les iban dando collejas fuertes riéndose, y a la última persona que pasó le tiraron al suelo y le comenzaron a dar patadas. Las familias de esos agresores, eran todos chicos, seguramente se sorprenderán mucho al escuchar lo que han hecho y se preguntarán cómo ha podido pasar, cómo puede ser que sus hijos, que ellos conocen perfectamente, hayan sido capaces de hacer algo así. Esos adolescentes no tenían “historiales conflictivos”. La profesora me decía con resignación que las familias cada vez participan menos en las sesiones que los centros ofrecen para familias, da lo mismo el tema a tratar y que los padres de esos adolescentes que habían agredido a los demás nunca habían acudido a ninguna.

A la espera de estudios que lo demuestren, yo intuyo que la toxicidad y la violencia que se respira cada día en las redes sociales y en los juegos online, mezclado con el uso excesivo de pantallas (la mayoría sin control) y con la bajada de edad en el inicio de uso, es una receta que inevitablemente nos lleva a situaciones cada vez más difíciles. Día a día los profesionales del sector repetimos los riesgos del uso excesivo de las pantallas, pero parece que solamente nos escuchan aquellas familias que están más concienciadas.

Hay algo que como sociedad estamos haciendo muy mal y que muchas las familias deberían reconocer. La educación comienza en casa y el buen ejemplo es fundamental porque habitualmente lo único que hacen niños y adolescentes es reflejar actitudes y comportamientos que ven, tanto en el mundo digital como en el mundo físico. Tanto en la cantidad de tiempo de uso de pantallas como en el comportamiento con los demás.