Lejos de lo que puedan pensar, el Reino Unido es un país de contrastes. Un país soberano en el que, durante muchos años, han chocado con fuerza un norte más pobre frente a un sur más rico y próspero. Los defensores de las ideas de un Estado del bienestar frente al más puro tatcherismo liberador que popularizó la Dama de Hierro. Una relamida clase alta, heredera de ducados, condados, marquesados y parte de esa flema tan propia de su carácter, frente a una clase baja chandalera, bastante malhablada, hacinada en barrios populares y excepcionalmente representada en la película This Is England, dirigida y escrita en 2006 por Shane Meadows.

Pues bien, más allá de clichés y convencionalismos, lo cierto es que el reino de Carlos III nunca se ha caracterizado por su buen vestir y gusto. A diferencia de lo que durante siglos representó la exquisita corte de Versalles, o el estilazo italiano que emanan ciudades como Milán, Roma, Venecia o Florencia. Londres es, sin duda, la capital cultural de Europa. El epicentro de tendencias, vanguardias, movimientos alternativos y, muy especialmente, movimientos bancarios. Dicen las malas lenguas que en la City de la capital inglesa se negocian cada día acciones por valor de unos 637 billones de dólares, un movimiento más alto que en los mercados de Nueva York, Tokio y Singapur juntos. Pero todo ello se puede hacer sin ir de punta en blanco. Sin lucir tus mejores galas.

Algo que nunca ha practicado, por ejemplo, el ex primer ministro británico Boris Johnson, defensor de un acusado despeine, no solo en las finanzas, sino también en su propio cabello. Y es que, el excéntrico expremier sigue dando titulares gracias a su particular estilo. ¿Su último look sonado? Un gorro de lana de un estridente color azul y con forma de perrito (largas orejas incluidas) con el que sorprendió a propios y extraños en una boda en Venecia. Sin ser todavía, por supuesto, tiempo de carnaval.