La Marcha Verde, 50 años después
Unos 350.000 marroquíes, enarbolando banderas y ejemplares del Corán, se lanzaron el 6 de noviembre de 1975 sobre la frontera del Sáhara Occidental
6 de noviembre de 1975, más de 350.000 marroquíes se lanzan sobre la frontera del Sáhara Occidental, entonces colonia española. Siguiendo la proclama lanzada semanas antes por la televisión por su rey Hassan II, se internaban en tierra saharaui para hacerse con un territorio que, según el propio monarca marroquí, pertenecía históricamente a Marruecos. Aquel acto se convertiría en el mayor hito político del Marruecos moderno y para muchos españoles un lunar más del franquismo y de los primeros pasos de la transición de la dictadura a la democracia. Para el pueblo saharaui, el verdadero protagonista de aquel drama, significó el inicio de una tragedia propiciada por la traición y el abandono de la potencia colonial y de toda la comunidad internacional, además de, qué duda cabe, de la opinión pública internacional. Un olvido, que 50 años después, por desgracia, aún perdura.
El conflicto del Sáhara Occidental arrancó hace mucho tiempo. La presencia española en el territorio se remonta a varios siglos, cuando convirtió esta parte de la costa atlántica sahariana en puesto de vigilancia para los barcos de su bandera. Pero fue a partir de 1934 cuando la antigua colonia jurídicamente se convirtió en parte de España. La II República española no estaba dispuesta a perder aquella región, por lo que convirtió a la colonia en parte del país, estatus legal que la dictadura de Franco perpetuó asegurando la presencia y el dominio español sobre el Sáhara Occidental. No sería hasta después de la II Guerra Mundial, cuando comenzaron los procesos de descolonización en Asia y África, cuando la supuesta españolidad fue puesta a prueba.
La descolonización fue abriéndose paso poco a poco resquebrajando imperios europeos haciendo que las antiguas posesiones ultramarinas lograsen su independencia, a la vez que estas naciones recién independizadas presionaban para que todas las posesiones coloniales encontraran su propio camino a la libertad. El momento para el Sáhara llegó en 1965 cuando la ONU acordó una resolución para solucionar la cuestión de la colonia española. Según acordaron las Naciones Unidas, los ciudadanos saharauis debían tomar la responsabilidad de decidir cuál sería su futuro, optando entre permanecer en el país colonizador o independizarse, tal y como habían decidido el resto de los países africanos. Llegaba el momento de su descolonización.
Ni el dictador Francisco Franco ni su segundo Luis Carrero Blanco tenían la más mínima intención de ceder el Sáhara. Era conocida la riqueza pesquera de las aguas saharianas y por aquellos años se descubrió un importante yacimiento de fosfatos bajo suelo de la posesión española, el más importante del mundo según los científicos de la época. El régimen franquista no estaba dispuesto a dar posibilidad alguna de independencia a los saharauis, lo que no hizo más que aumentar las ansias de libertad de los colonizados. En este clima, en 1973 nació el Frente Polisario, iniciando su lucha por un Sáhara Occidental independiente y su actividad armada contra los españoles. Con el tiempo, el Polisario se convirtió en el principal agente político en la lucha de la independencia del pueblo saharaui.
Pero no solo España cerró las puertas a la libertad a los saharauis. Marruecos y Mauritania, ambas recién independizadas de Francia, adujeron derechos históricos sobre los territorios de la colonia española. En el caso marroquí, el rey Hassan II se encontraba con dificultades políticas internas amenazado por muchos de sus jefes militares, por lo que la cuestión saharaui implicaba también su supervivencia política. Esto, junto al interés norteamericano en que el territorio en disputa estuviera controlado por los marroquíes y no por los argelinos, sin olvidar la desidia y la indecisión española, explica la arriesgada maniobra que significó la Marcha Verde. Un órdago del monarca alauí que tuvo como final que Marruecos fuese la gran vencedora de aquella crisis.
En noviembre de 1975 el dictador Franco agonizaba y su sucesor Juan Carlos I veía en el Sáhara más un problema que una necesidad. Al mismo tiempo, sus aliados norteamericanos preferían agradar a su nuevo aliado marroquí antes que dejar que una Argelia bajo influencia soviética pudiese poner bajo su influencia a un Sáhara independiente. Todo parecía alineado para que la realización de un referéndum en el que los saharauis pudiesen optar por la independencia de manera libre no se diese jamás. Esta fue la intención última de la Marcha Verde, evitar bajo cualquier concepto que el pueblo saharaui pudiese tener voz respecto a su futuro. Algo que 50 años después sigue siendo, como entonces y por similares razones, imposible por el régimen marroquí, por la traición de España y por los intereses de la comunidad internacional.
El 6 de noviembre comenzó la tragedia para los saharauis. Unos 350.000 marroquíes formando varias columnas humanas que enarbolaban banderas marroquíes y ejemplares del Corán, movidos por la deseo del retorno del Sáhara a manos de sus verdaderos dueños marcharon hacia la colonia española. Para aquellos hombres y mujeres la ocupación del Sáhara Occidental era también cumplir con el deseo de hacerse con una propiedad en la que instalarse y prosperar en la vida. A medida que ocupaban ciudades y aldeas, la marea de gente fue tomando el control de los lugares a la vez que expulsaban a los saharauis hacia las regiones desérticas. Una invasión en toda regla vendida a la opinión pública como una marcha pacífica que tomaba posesión de una tierra marroquí colonizada por los españoles.
Nada más lejos de la realidad. Al mismo tiempo que la marcha avanzaba, soldados marroquíes se hacían con puestos militares españoles y aniquilaban la resistencia militar que trataba de organizar el Polisario. Al principio la duda se centró en la actitud que tomarían los militares españoles. ¿Responderían con las armas a los asaltantes? ¿Se enfrentarían a civiles desarmados? Ante el mundo, España era la responsable administrativa del Sáhara. Es decir, era quien debía organizar el referéndum en el que los saharauis elegirían su destino de forma libre e independiente, sin injerencia exterior. Claramente, las autoridades españolas eludieron su responsabilidad y decidieron dejar en manos de Marruecos al pueblo saharaui. Aquello ya estaba pactado. España evitaba problemas mayores, al mismo tiempo que no enfadaba a quien iba a tutelar la futura transición democrática, Estados Unidos. Loa americanos entregando la antigua colonia a Marruecos lograban que el Sáhara Occidental pasase a manos aliadas y no terminase bajo la influencia de la prosoviética Argelia. Todos ganaban, menos los saharauis.
Los saharauis se refugiaron en el desierto, dejando las ciudades y la mitad poblada del país en manos marroquíes. Pero la tragedia no se limitó a la expulsión. El ejército marroquí atacó a los refugiados bombardeándolos incluso con napalm y fósforo blanco. Numerosos fugitivos, mujeres, ancianos y niños murieron en su camino hacia Argelia, donde los que lograron llegar crearon los campos de refugiados del Tiduf en los que todavía vive y resiste en condiciones extremas la gran mayoría del pueblo saharaui. Un crimen de guerra que incluso tuvo una querella en un juzgado español interpuesta por asociaciones de refugiados saharauis, pero que todavía no ha sido resuelta del todo.
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Tras la Marcha Verde comenzó una guerra de guerrillas iniciada por parte del Frente Polisario que desde Argelia luchó contra los nuevos ocupantes, Mauritania y Marruecos, llegando a tener el control sobre la zona desértica del país. Mauritania no pudo resistir la ofensiva saharaui y se retiró de la guerra firmando la paz con el Frente Polisario. Sin embargo, Marruecos, con la ayuda norteamericana y la construcción de un muro que rodea las zonas urbanas del país, ha logrado retener al Polisario en el desierto, reafirmando el control sobre el territorio económicamente interesante. En esta zona, el control de las autoridades marroquíes es total sobre la población.
Tregua de treinta años
En 1990, bajo el auspicio de la ONU, se llegó a un acuerdo entre el Frente Polisario y Marruecos, por el que se acordó una tregua y el envío a la antigua colonia española de una misión de las Naciones Unidas, la MINURSO. La tregua se basó en la promesa por parte de Marruecos de promover el tan ansiado referéndum que en su día España no llevó adelante. Sin embargo, pronto quedó claro que la promesa marroquí de respetar el referéndum encerraba una trampa, el censo sobre el que debía realizarse. Durante años Marruecos aplicó una política de repoblación del país con ciudadanos marroquíes, lo que hacía que el censo de 1990 en poco se pareciera al de 1975, haciendo de esta forma difícil la opción saharaui por la independencia. Prácticamente los habitantes de origen marroquí y saharaui estaban al 50 por cien en las zonas urbanas. La repoblación llevada por Marruecos desde 1975 había sido un éxito para sus intereses. La tregua de 1990 se rompió en 2020 y se volvió a reactivar el conflicto con la ruptura de las hostilidades por parte del Frente Polisario.
Pero el gran giro se dio en 2023, cuando Pedro Sánchez apoyó la propuesta de autonomía para el Sáhara de Marruecos. Donald Trump en 2020 fue el primero en bendecir el plan marroquí de dotar de autonomía a la antigua colonia española, dando un fuerte golpe a las ansias de libertad del pueblo saharaui. En estas fechas cercanas al 50 aniversario del inicio de la invasión, la administración Trump ha planteado una nueva resolución en la ONU que refuerza la solución autonómica para el Sáhara Occidental, cerrando casi completamente la posibilidad de independencia para el pueblo saharaui. España no se ha opuesto a la propuesta de resolución norteamericana y ha votado sin enfadar a Donald Trump.
La gran incógnita está en Argelia. Enfrentada históricamente con Marruecos, Argelia siempre ha sido el gran valedor del pueblo saharaui y del Frente Polisario, guiado, eso sí, por su propio interés. La incorporación del Sáhara a Marruecos significa el fortalecimiento económico y territorial de su gran vecino y rival, el reino alauí. Además, el hecho de que Marruecos se haya convertido en el gran aliado norteamericano en el norte de África, aumenta la suspicacia argelina respecto al reino de Mohamed V.
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Pero esto puede haber cambiado. Un acercamiento entre Argelia y Marruecos podría ser la última estocada a las ansias de libertad del pueblo saharaui. Parece que Francia también trabaja en este sentido. Para los Estados Unidos sería un nuevo éxito diplomático y propiciaría el acceso a los fosfatos saharianos. Para Argelia una paz con su vecino podría abrir la posibilidad de un aumento en la capacidad de ambos países para construir gasoductos hacia Europa, una vez que se corte totalmente el camino del gas ruso hacia el viejo continente. Para el lado argelino, un régimen que aún teme la desafección social que surgió en las Primaveras Árabes y que acabó en su caso particular con el longevo régimen de Ben Alí, el gasoducto podría suponer una importante fuente de ingresos.
Nubarrones muy oscuros se cuelan en el horizonte de la lucha por la libertad del pueblo saharaui. 50 años después del inicio de su tragedia, los saharauis vuelven a sufrir el abandono y la traición de las potencias occidentales y, si las sospechas se convierten en realidad, entre los que les den la espalda puede hallarse, además de los de siempre, su histórico gran valedor, Argelia. Esta última traición sería fatal para el Frente Polisario. A la vez que se dan estos movimientos diplomáticos, la opinión pública y la ciudadanía, volcadas únicamente sobre la tragedia de Gaza, parecen también haber olvidado la causa saharaui. Una causa que históricamente ha sido defendida en nuestro país. Parece que esta vez, cuando se cumple medio siglo de la Marcha Verde, todas y todos al unísono traicionaremos al pueblo saharaui. Una lucha de liberación para el último país sin descolonizar de África que, por desgracia, parece cada día más difícil que llegue a buen puerto.
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