La guerra en Gaza ha puesto a prueba, una vez más, la coherencia y eficacia de la política exterior común de la Unión Europea. Lo que comenzó como un respaldo prácticamente unánime a Israel tras los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023 ha evolucionado hacia un lento, pero significativo, giro diplomático que refleja la presión humanitaria, el desgaste político y las divisiones internas entre los Estados miembros. La semana pasada, en Bruselas, el Consejo de ministros de Exteriores de la UE dejó claro que el consenso inicial se ha resquebrajado. Por primera vez se debatieron abiertamente propuestas como la suspensión del Acuerdo de Asociación con Israel, un embargo europeo a la exportación de armas y la imposición de sanciones a individuos que obstaculicen el proceso de paz. No se tomaron decisiones ejecutivas, pero el cambio de tono fue evidente. Kaja Kallas, actual Alta Representante para la Política Exterior, instó a los Estados a responder con “firmeza, unidad y respeto al derecho internacional humanitario”.
Posturas enfrentadas
Este giro marca una ruptura con la línea seguida durante los primeros meses del conflicto, cuando la mayoría de los gobiernos europeos evitaban cualquier reproche directo a Israel. Sin embargo, la magnitud de la catástrofe humanitaria en Gaza, con más de 35.000 muertos según fuentes locales, y el bloqueo de cualquier horizonte político han forzado una revisión. Los Estados miembros no han llegado a una posición común, pero se configuran ya dos bloques visibles. España, Irlanda y Eslovenia anunciaron el reconocimiento oficial del Estado palestino, uniéndose a Suecia, que lo hizo en 2014. A ellos se suma Noruega, aunque fuera del marco comunitario. Este paso, aún simbólico en términos diplomáticos, marca una voluntad clara de señalar que el statu quo es insostenible y que la solución de los dos Estados no puede seguir siendo una consigna vacía.
Los complejos alemanes
Frente a este grupo, Alemania —ahora bajo el liderazgo del canciller Friedrich Merz— ha reafirmado su oposición a cualquier medida que suponga presionar directamente a Israel. Berlín insiste en que el reconocimiento unilateral de Palestina solo profundiza la polarización y complica una salida negociada. Austria, Hungría y Chequia comparten esa postura, y han bloqueado intentos de introducir sanciones o revisar el acuerdo de asociación. El resultado es una Unión dividida, atrapada entre sus principios fundacionales y sus limitaciones estructurales. La declaración del Consejo contiene términos firmes -exige el respeto del derecho humanitario, reclama acceso humanitario y condena la violencia indiscriminada-, pero evita cualquier consecuencia práctica o jurídica. El lenguaje ha cambiado, pero los equilibrios políticos impiden una estrategia común.
El intento de ser relevante
Y, sin embargo, algo se ha movido. La iniciativa de varios Estados de reconocer a Palestina, las críticas públicas a la ocupación prolongada y el creciente distanciamiento respecto a la línea de Washington, muestran que Europa busca recuperar voz propia. No está claro si lo logrará. Lo que sí es del todo evidente es que la guerra en Gaza ha obligado a la UE a mirarse en el espejo. Y la imagen reflejada es la de un actor dividido, cuya influencia global está en juego. Porque reconocer al Estado de Palestina no es solo un acto simbólico. Es también una decisión sobre qué papel quiere jugar Europa en el mundo.