Donald Trump no lleva ni un mes en la Casa Blanca, tiempo en el que ha desplegado una actividad extraordinariamente intensa y ha conseguido lo que muchos no creían posible, además de sorprender por convertir en realidad promesas electorales que parecían más bien eslóganes de campaña que programas de gobierno.
En este segundo mandato, Trump ha llegado con ideas muy claras, buen conocimiento de cómo funciona el gobierno norteamericano y colaboradores estridentes que parecen tenerle una fidelidad numantina.
Sus abultados objetivos son tanto de índole interna como internacionales. En cuestiones internas se concentra sobre todo en lo que prometió durante la campaña, que es más o menos desmontar las estructuras del gobierno norteamericano por considerarlas ineficientes y caras, aunque no sabemos cómo piensa substituirlas, o incluso si eliminará grandes sectores de los servicios públicos.
Internacionalmente, parece inclinado a un cambio de alianzas, o por lo menos a un distanciamiento de sus aliados tradicionales europeos, de quienes ya no exige como cuatro años atrás que cumplan con sus compromisos de dedicar el 2% de su Producto Nacional Bruto (PNB) a los presupuestos de Defensa, sino que ahora ya habla de un 5%.
Pero ni así será suficiente para satisfacerle, porque sus intereses están en otra parte, especialmente en China y Rusia. Europa no es ya vista como un centro de cultura y el aliado natural de Estados Unidos, sino que se ha convertido políticamente en lo mismo que es geográficamente: una península de Asia, cuyos principales protagonistas son primero Pekín y después Moscú.
Para llevar a la práctica su visión, pues ni Trump ni cualquier otro presidente lo puede hacer sólo, ha puesto al multimillonario Elon Musk al frente del DOGE, o Departamento de Eficiencia Gubernamental, por mucho que DOGE no sea “departamento” (nombre que se usa aquí para ministerio) alguno, toda vez que los departamentos tan solo puede establecerlos el Congreso.
Musk, quien se ha tomado tan a pecho el encargo por el cual no recibe remuneración alguna, trabaja tanto que prácticamente se ha mudado a la Casa Blanca, en la que prosigue su vida familiar como hemos podido ver en las imágenes en que lleva a su hijo colgado al cuello.
Su trabajo se nota, pues ha entrado a saco en diferentes organismos, ha conseguido la dimisión voluntaria de unos 75.000 funcionarios y no ha hecho más que empezar. También se nota porque, después de la sorpresa y la parálisis inicial, los tribunales han recuperado su papel político con sentencias que bloquean algunas de las acciones de Musk quien no podrá, al igual que Trump, imponer su voluntad sin controles ni anulaciones.
En el escenario internacional, el emisario ha sido su vicepresidente JD Vance, quien dejó atónitos recientemente a sus anfitriones europeos, cuando dijo en Múnich que los países de nuestro continente han de buscarse la vida sin la ayuda norteamericana que resulta ya demasiado cara para Washington, tanto en dinero como en tropas y en armamento, porque EEUU ha de reforzar su presencia en Asia y ha de ahorrar en las cajas propias.
Algunos medios informativos norteamericanos hablan de la consternación que Vance llevó a sus interlocutores europeos, pero también indican que posiblemente reforzará la capacidad defensiva de Europa, pues se verá obligada a mejorar sus defensas y negociar con sus posibles enemigos.
Semejantes declaraciones, unidas a los deseos anunciados por Trump de controlar el Canal de Panamá, anexionar Canadá y ocupar Groenlandia, provocan satisfacción entre muchos con escasos conocimientos del panorama internacional, pero empiezan a inquietar en estados que votaron por Trump: los recortes de empleos no se limitarán a Washington, donde vive la sexta parte de los funcionarios, sino que alcanzarán también a estados que votaron por Trump y que no desean ver a sus ciudadanos en las listas de paro laboral.
Y aún no se ha empezado a considerar el precio de expulsar a inmigrantes indocumentados: se calcula que estos millones de personas aportan un 3% al PNB y sus puestos de trabajo probablemente quedarán vacantes porque no interesan a los ciudadanos norteamericanos. Si bien ahora aplauden las detenciones y expulsiones de delincuentes, a los aplausos puede seguir el malestar cuando no haya mano de obra para alimentar la economía. Por mucho que se niegue a reconocerlo, Estados Unidos, ahora como en el siglo 18, no tiene suficientes trabajadores.