America first. América primero. Un lema que recorre la política norteamericana desde finales del siglo XIX y que parece volver a primera plana con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Sus primeras declaraciones de política exterior, antes incluso de jurar su cargo, anticipan que su segundo advenimiento significará un punto y aparte en el statu quo internacional. Una posible alteración radical del orden mundial que no solo afectará a sus enemigos, sino que, por lo que parece, incluso a sus propios aliados.

El lema America first engloba múltiples sentidos para los norteamericanos, pues, a pesar de su origen antiguo, no ha tenido un significado único a lo largo de la historia. En sus orígenes implicaba la adopción del aislacionismo respecto a los problemas de otras naciones, siendo utilizado por Woodrow Wilson para, en 1915, justificar su neutralidad inicial en la Primera Guerra Mundial. Más tarde, sirvió a políticas económicas proteccionistas para, años después, en las décadas de los 20 y 30, servir al Ku Klux Klan y los nazis norteamericanos como arma contra las últimas oleadas de inmigrantes.

Parece que el nuevo inquilino de la Casa Blanca no se conforma con rescatar el término utilizando al mismo tiempo los tres distintos significados históricos de la expresión. Trump parece querer utilizar el America first con un nuevo significado, entendiéndolo como el derecho de EEUU para regir el mundo según sus propios intereses, saltándose por encima las fronteras y las convenciones internacionales, sin respetar siquiera a sus propios aliados si los intereses norteamericanos así lo requieren. Las declaraciones del nuevo presidente sobre la unión con Canadá, la anexión de Groenlandia y la toma del control del canal de Panamá lo dejan claro. Estamos ante una nueva era en la política exterior norteamericana.

Para muchos, estas declaraciones no son más que las típicas salidas de tono y bravuconadas de Trump, pero nada más lejos de la realidad. Lo que podría significar materializar ese deseo expansionista tiene un mayor sentido estratégico de lo que podría parecer. Con todo, lo preocupante serían las funestas consecuencias que se derivarían si Trump llevase sus deseos a la realidad. No solo para los países protagonistas del litigio, también para todo el orden internacional, y, como veremos, sobre todo, para la Unión Europea.

Groenlandia, un viejo anhelo

Los norteamericanos llevan más de un siglo tras las riquezas de la isla, pero actualmente, el cambio climático ha convertido la enorme región del Ártico en uno de los lugares más importantes por los recursos naturales que se encuentran bajo su suelo, y no solo es gas y petróleo lo que abunda bajo el hielo. El aceleramiento actual del deshielo permitirá el acceso a minerales groelandeses que pueden ser claves en la guerra tecnológica que actualmente se está librando entre Estados Unidos y China.

La región, con sus 54.000 habitantes, tiene pocas opciones para resistirse a las presiones norteamericanas, y menos si logra la independencia de Dinamarca, país al que en la actualidad pertenece como región autónoma. Quizás esta podría ser la estrategia; facilitar y alentar la independencia, para así lograr convenir en un futuro algún tipo de estatus con Estados Unidos con el fin de explotar los recursos naturales del país.

Pero el interés estratégico de Groenlandia no solo radica en sus recursos, y aquí entra el siguiente objetivo de la nueva lógica expansionista de los Estados Unidos. La unión con Canadá, además del aumento de población, de escala económica y de recursos naturales, implicaría la unión de la mitad del continente americano, convirtiendo a Estados Unidos en el país geográficamente más extenso del planeta, con miles y miles de kilómetros de costa al norte, al este y al oeste, a la vez que con una posición privilegiada incluso a la hora de controlar las distintas rutas marítimas comerciales que cruzan los mares que rodean el continente americano.

A esto debería unirse otro objetivo, el del canal de Panamá, clave a la hora de facilitar el contacto entre las costas este y oeste del país. El canal, construido por los norteamericanos, fue monopolizado por estos hasta que Jimmy Carter decidió devolverlo a Panamá. El incremento de tarifas a los barcos comerciales norteamericanos parece haber enfurecido tanto a Trump que este se muestra decidido a volver a retomar el control del canal. Una aspiración que solo se antoja posible si se usa la fuerza contra la pequeña república centroamericana.

Un barco navega por las esclusas de Miraflores del Canal de Panamá. | FOTO: EFE

Saltarse el orden internacional

El logro de todos estos objetivos estratégicos convertiría a Estados Unidos en una potencia aún mayor de lo que en la actualidad es, lo que le daría un auténtico espaldarazo a la hora de afrontar su competencia con China colocando la balanza estratégica y comercial de nuevo del lado norteamericano. Sin embargo, y al mismo tiempo, estas ventajas estratégica y comercial traerían unas consecuencias desastrosas para el orden liberal en el que vivimos.

Tras la II Guerra Mundial, los Estados Unidos establecieron un nuevo orden tanto político como económico, asociando el sistema democrático liberal y la economía de mercado, a las que se les añadieron las instituciones internacionales como reguladoras del equilibrio entre las potencias. Los deseos expansionistas expresados por Trump, conllevarían el abandono del statu quo que EEUU instauró tras la última gran guerra, el propio Estados Unidos terminaría con el sistema mundial que él mismo creó.

No se debe caer en idealismos a la hora de enjuiciar la política exterior de EEUU en las últimas décadas. A pesar del objetivo democratizador del orden mundial norteamericano, Estados Unidos, para defender sus propios intereses, no ha dudado en interferir en otros países. Vietnam, Bosnia, Nicaragua, Serbia, Somalia… incluso la propia Panamá, han sido testigos del intervencionismo de Estados Unidos. Sin embargo, las anexiones forzosas de Groenlandia o del canal de Panamá, harían saltar por los aires el orden liberal internacional. Más si cabe si se hicieran mediante el uso de la fuerza, algo que no descartó el propio Trump al ser preguntado por ello.

Este tipo de acciones determinarían una ruptura del equilibrio mundial comparable al realizado por Vladímir Putin con la invasión de Ucrania en febrero de 2022. Todo ello, inauguraría una nueva fase en la hegemonía norteamericana, donde su demostración de poder no se limitaría a la economía o a la industria cultural, o a la injerencia más o menos disimulada en ciertas regiones. Trump inauguraría una nueva fase imperialista en la que serían los intereses norteamericanos los que marcarían sus políticas expansionistas de manera abierta, saltándose la soberanía de cualquier país, incluso el de sus históricos aliados.

Ya no serían solo los estados fallidos o las autocracias orientales las que intentasen aplastar el orden occidental. Estados Unidos, el garante de la democracia liberal, haría trampas delante de todo el mundo en el juego de cartas creado por el mismo y a al que durante décadas ha tratado de defender. Un orden que, además, no saltaría por los aires por cuestiones ideológicas, algo mucho más aterrador si cabe. Sería el comienzo de un nuevo populismo geopolítico, en el que lo ideológico se convertiría en una reliquia del pasado y donde las potencias se atacarían o se aliarían por sus meros intereses, lo que aumentaría la desconfianza entre países y, al mismo tiempo, la inestabilidad de todo el sistema de poder internacional.

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump ALLISON DINNER

Las consecuencias para Europa

Esta quizás sería la consecuencia más impactante de este nuevo imperialismo norteamericano, y aquí entraría la cuestión de Europa. En el caso de Groenlandia, Trump parece olvidar que ésta pertenece a un país de la Unión Europea, Dinamarca. Ya no parece que el problema respecto a Europa se limite al poco financiamiento europeo a la OTAN. Las declaraciones sobre Groenlandia abren la posibilidad a cualquier decisión respecto a Europa, al margen de la alianza histórica con los Estados Unidos.

Europa no puede descartar un abandono de los Estados Unidos en manos de la órbita rusa, si una alianza con Putin fuese posible para Trump, atrayéndolo a su lado contra China, retomando la tradicional política de acercamiento a Rusia de los gobiernos republicanos. Un acercamiento norteamericano-ruso sería una estrategia inteligente, pues dejaría a China sin su principal aliado, pero, a la vez, rompería la histórica alianza entre Europa y EE.UU. y, sobre todo, fragmentaría lo que ahora entendemos por el bloque democrático occidental.

Otra posibilidad, quizás la más probable, es la que se vislumbra por el furibundo ataque de Elon Musk a Olaf Scholz y Keir Starmer, y su apoyo a AfD y Reform Uk. Más allá de un ataque de verborrea y protagonismo, los intentos de Musk de influir en los gobiernos europeos, pueden ser indicativos del deseo del gobierno de Trump de un cambio político en Europa. Un cambio en el que los partidos democráticos liberales, tanto socialistas como conservadores o de centro, los históricos agentes del desarrollo de la democracia liberal europea, sean arrinconados por la derecha radical populista que cada vez cuenta con mayor influencia en el Viejo Continente, dando paso a una Europa en la que ya no gobiernen democracias liberales, sino las democracias iliberales al estilo Viktor Orban.

El deseo de una nueva Europa, que ya no sea la de Adenauer, Brandt, Mitterrand o Havel; sino la de los regímenes populistas de Melloni, Le Pen, Farage o Wilders. Si después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos utilizó a los partidos democráticos europeos en la construcción del orden liberal que ha perdurado hasta ahora, parece que a partir del 20 de enero la nueva América trumpista creará un nuevo orden internacional en el que un nuevo imperialismo populista pondrá primero a Estados Unidos y relegará a Europa a un papel subordinado, eso si los países europeos se pliegan a la derecha radical populista que la acecha en sus entrañas.

Si este escenario se hace real, la Unión Europa tendrá que tomar la decisión más importante de su historia. Una hegemonía de la derecha radical populista europea en todo el continente significaría el fin de los ideales del sueño de una Europa unida tal como la entendieron los fundadores. Como Alice Weidel ha expresado, si AfD gana se cerrarán fronteras y se deportarán extranjeros. Y una Europa que siga ese camino, renunciará a sus valores y dinamitará sus propios cimientos. Veremos si el nuevo imperialismo populista de Trump se hace realidad y si Europa por primera vez llega a su madurez y empieza a tener una voz única y fuerte frente a Estados Unidos. Lo único de lo que no podemos dudar es de que el mundo no será el mismo a partir de hoy.