El próximo 23 de febrero se celebran elecciones generales en Alemania. El país germánico es la principal potencia europea por población –84 millones de habitantes– y por PIB –4,1 billones de euros, el 24,2% de la riqueza europea. Solo estos datos serían suficientes para subrayar la trascendencia de la cita, pero es que además, Alemania es fundador e impulsor fundamental del proyecto común Europeo y por primera vez desde el final de la Guerra Mundial provocada por los nazis, un partido heredero de aquellos batalla por hacerse con una plaza en el gobierno.

Ingredientes más que suficientes para que la Unión Europea esté en vilo y a la espera de los resultados, mientras asimila la llegada de un Trump amenazante a la Casa Blanca. En gran medida, del Bundestag saliente de estos comicios dependerá la posición europea en materias críticas como la migración, la defensa y seguridad, los presupuestos, la lucha contra el cambio climático o la guerra en Ucrania.

Escenarios de partida

Llegamos a estas elecciones anticipadas por la caída del Ejecutivo semáforo, compuesto por socialdemócratas (simbolizados por el color rojo), liberales (amarillo) y verdes, presidido por el canciller Olaf Scholz. Todo un signo de debilidad y un fracaso de una fórmula novedosa que no ha dado los frutos esperados para sus miembros, ni para la sociedad alemana si nos atenemos a sus expectativas de voto en las últimas encuestas publicadas de intención de voto.

Durante los últimos dos años, los tres partidos gobernantes han visto como su apoyo electoral se reducía en las elecciones de los länders – regionales -, en beneficio de las opciones de centro derecha de la CDU y más aun, de las posiciones ultraderechistas de Alternativa para Alemania. A ello ha contribuido de manera significativa la situación económica en Alemania que lleva ya años en práctica recesión, cuando no en crecimientos exiguos.

Por un lado, la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias del Oeste, la más industrializada del país y, por otra, el frenazo en seco a las expectativas de los ciudadanos del Este de Alemania, que ven frustrados sus ansias de mejorar económicamente por primera vez desde la reunificación, componen un coctel demoledor para las esperanzas políticas de Scholz y sus aliados.

Ascenso de AfD

Todos los focos de estos comicios están puestos en las posibilidades de crecimiento de Alternativa para Alemania (AfD), cuyas posiciones se inscriben en la nueva ola de la extrema derecha europea. Si grave puede resultar el auge continuo de estas formaciones en la UE, lo es más si cabe en el caso alemán, dado que se les puede considerar herederos del nazismo y que Alemania es, como ya se ha dicho, la principal potencia europea.

Su programa electoral no deja lugar a dudas de sus intenciones: salir de la UE y del euro; programa de remigración; reconectar diplomáticamente con Rusia y comprar gas ruso y parada inmediata del despliegue de aerogeneradores y demolición de los existentes. Es decir, proponen dinamitar el proyecto común europeo.

La entrada en escena del hombre más rico de la Tierra, Elon Musk, pidiendo el voto para ellos “para salvar a Alemania”, les convierte aun más si cabe en el centro de atención de los comicios, contando con un plus de campaña gratuito sin tener casi que desgastarse. Todos hablan de ellos, mientras callan sobre sus auténticas intenciones.

Hipótesis de gobernabilidad

Con las encuestas en la mano, parece claro que el centro derecha de la coalición democristiana y socialcristiana bávara CDU-CSU será la ganadora, lo que le dará la responsabilidad de formar gobierno a su candidato Friedrich Merz. Éstos en ningún caso se plantean aliarse con AfD, practicando el llamado cordón sanitario para impedir que las políticas ultras lleguen al Ejecutivo.

De ahí que lo normal es que solo haya dos hipótesis posibles de gobernabilidad: o repetir el tripartido, pero esta vez con el centro derecha en vez de los socialdemócratas en la Cancillería, es decir, con liberales y verdes; o en caso de que la suma de estos no dé, la necesidad de reeditar una grosse koalition, entre derecha e izquierda como ya hizo en dos ocasiones la canciller Merkel en el pasado.

Pero de una u otra manera, si bien muy probablemente se salve este round del combate contra los ultras con alguna de estas fórmulas de gobierno, la realidad es que si llegan a ser segunda fuerza en el Parlamento de Berlín, será imposible que sus posiciones políticas no permeabilicen e influyan poderosamente en la acción del gobierno alemán y, con ello, en la agenda europea de Bruselas. Sea como fuere, la suerte de Europa pasa, como sucedió un día en España, por un 23-F.