Bodas de plata en el Kremlin. En la nochevieja de 1999 un desconocido exagente del KGB cogía la batuta del poder de una nueva Rusia que daba tumbos por todos lados con un Boris Yeltsin en retirada y una sangrienta guerra en Chechenia, mientras se trataba de lograr una transición económica al capitalismo que no conseguía despegar. Pocos se hubieran atrevido a augurar hace 25 años no solo que aquel político desconocido fuera a permanecer en el poder un cuarto de siglo, sino que pudiera sobrevivir a la mayor afrenta al orden internacional establecido desde la Segunda Guerra Mundial.

Este 2025 puede ser crucial para el futuro del autócrata ruso. Ampliada legalmente la posibilidad de reelección hasta 2036 y descartados ya los rumores sobre la gravedad de sus problemas de salud, este nuevo año será clave para el futuro de Rusia como potencia mundial. A pesar del desastre en Siria, país al que Rusia e Irán han sido incapaces de sostener, desfondados ambos por los denodados esfuerzos por parte de los rusos en los campos de Ucrania y, en el caso de los iraníes, por su participación en el eje de resistencia contra la Israel de Benjamín Netanyahu, Putin necesita seguir marcando la agenda internacional con el fin de continuar manteniendo todo el poder en su nuevo imperio ruso.

Ucrania será la gran baza de Putin para protagonizar un papel estelar en el nuevo orden internacional que estamos viendo nacer, ya que aparecerá un nuevo actor en la partida, cuya mano será esencial para decantar el juego hacia uno u otro lado. Éste, el nuevo presidente norteamericano Donald Trump, no ha hecho más que repetir el mismo mantra durante su campaña electoral, él parará la guerra a través de un tratado de paz entre Putin y Zelenski. Si la promesa trumpista llegara a realizarse, ¿conseguirá Trump atraer al presidente ruso al club de los chicos buenos de Occidente? O, por el contrario, ¿sellaría una paz con Putin permitiéndole seguir con sus deseos de aumento de influencia en el este de Europa?

Pocas son las voces expertas que abogan por el optimismo a la hora de pronosticar la futura relación entre Putin y Occidente. Aunque Trump lograse un acuerdo que pusiese fin a la guerra de Ucrania, no es esperable que Putin renuncie a aumentar su influencia política en lo que el presidente ruso denomina su patio trasero. Numerosas son las ocasiones en las que Putin ha subrayado que la expansión occidental a los antiguos estados soviéticos es una amenaza existencial para Rusia. Putin jamás transigirá en este punto. Para los rusos, el intento europeo y norteamericano de atraer a la esfera de la Unión Europea y la OTAN de sus históricos vecinos ha sido el desencadenante y la razón última de la guerra de Ucrania. Una línea roja que Occidente no ha dudado en traspasar, aún a sabiendas de las consecuencias que podría conllevar el hecho. El conflicto en el este de Europa, la lucha por lograr influencia política sobre los países que flanquean Rusia, por la actividad desplegada en los últimos meses en Rumanía, Georgia o Moldavia por parte de los servicios de inteligencia rusos, no parece que se limite únicamente a territorio ucraniano.

A pesar de que existen voces, tanto de analistas civiles y militares, que alertan de una posible amenaza bélica, baste de muestra el ejemplo polaco que han entrado en un proceso de rearme ante una posible invasión rusa, parece difícil una intervención militar de Putin en el este europeo. El desgaste al que está llevando Ucrania al ejército ruso ha tenido su constatación en Siria, donde Putin ha dejado caer al régimen de Al Asad sin mover un dedo. Bastante tiene el ejército ruso con aguantar el frente ucraniano y apoyar militarmente a sus aliados del Sahel africano.

Ucrania será la gran baza de Putin para protagonizar un papel estelar en el nuevo orden internacional que estamos viendo nacer

Pero no solo las intervenciones militares pueden lograr el control sobre un país. Si existe un término que haya logrado difundirse hasta llegar a ser el más utilizado en las relaciones internacionales actualmente es el de guerra híbrida. Aparecida hace una década, uno de sus máximos defensores, el antiguo marine Frank Hoffman, caracterizó el término como un nuevo paradigma de conflicto entre distintos bandos. En la guerra híbrida ya no solo se utilizarían las estrategias de guerra convencionales, sino que se usarían todo tipo de tácticas, desde los sabotajes, las fake news y la desinformación hasta los fenómenos sociales como la migración, pasando por el apoyo a grupos políticos opositores o la manipulación de elecciones, todo sería válido y utilizable con el fin de causar daño al bando enemigo.

Definida de este modo, la guerra híbrida no es ninguna novedad, históricamente ha sido utilizada en todas las guerras habidas hasta hoy. La novedad estriba en que lo que hasta ahora se utilizaba de forma puntual habría pasado a ser la estrategia principal y con una variedad mayor de recursos y formas de llevarla adelante. Es decir, un nuevo tipo de conflicto en el que se utilizarían estrategias no solo militares para tratar de infringir daño, controlar o influir en el enemigo. En la guerra híbrida todo tipo de recursos y estrategias posibles serían utilizables, principalmente los avances tecnológicos. La utilización de las redes sociales o los ataques informáticos de hackers son el ejemplo más claro de lo que hoy en día sería un ataque híbrido de un país a otro.

Uno de los casos más recientes de esta guerra híbrida se ha dado en las elecciones rumanas. El tribunal constitucional rumano ha anulado la primera vuelta de las elecciones del país, en las que ganó el ultranacionalista Calin Georgescu, candidato prorruso. Según el auto del tribunal constitucional, Georgescu habría sido ayudado por los servicios de inteligencia rusos, los cuales habrían activado al mismo tiempo decenas de miles de cuentas ficticias de Tik Tok y Telegram de apoyo al candidato, siendo estas claves en su victoria. Una clara injerencia en las elecciones de un país que este año se incorpora al espacio Schengen de la Unión Europea.

Los casos de Georgia y Moldavia

Otro caso flagrante es el de Georgia, antigua república soviética, que desde su independencia en los 90 se encuentra dividida entre los cantos de sirena europeos y el abrazo de la Madre Rusia. Una situación que ha provocado la inestabilidad del país en sus más de tres décadas de independencia, llegando a ser militarmente atacada por Rusia en 2008. Las recientes elecciones generales, ganadas por los prorrusos de Sueño Georgiano, han sacado a las calles durante semanas a decenas de miles de georgianos pro-europeos que tachan los comicios de fraudulentos, sospechosos de haber sido condicionados por Rusia. Las sombras de un nuevo Euro-Maidán planean sobre Tiblisi, llevando la angustia de una nueva intervención rusa a todo el país.

La nueva guerra fría entre Occidente y Rusia no terminará en Ucrania, aunque su resolución condicionará las futuras guerras de Putin

Míjeil Kavelashvili, el nuevo presidente georgiano, a pesar de haber prometido intentar unir el país de nuevo, parece tener su futuro itinerario político bastante concretado por su partido, Sueño Georgiano. La decisión de aplazar el proceso de integración en la Unión Europea hasta 2028 deja bastante clara la política pro-Kremlin del nuevo gobierno. La misión de la OSCE atestiguó múltiples irregularidades en las elecciones, junto a presiones a trabajadores del sector público para que apoyasen a Sueño Georgiano. Pocos dudan de la mano del Kremlin en todo esto, que no parece estar dispuesto a que su patio trasero en el Cáucaso abrace a Occidente.

Un caso similar al de Georgia es el de Moldavia, también antigua república soviética. Moldavia sufrió una guerra civil nada más lograr su independencia, en la que, apoyada por Rusia, se desanexionó la zona prorrusa de Transnistria, donde continúa un pequeño contingente de soldados rusos en la región. Esta situación hizo que Moldavia fuese designada como potencial objetivo para un nuevo intento de invasión de Putin, que podría utilizar la Transnistria para atacar al gobierno pro-occidental de Chisinau, ejerciendo al mismo tiempo mayor presión sobre Ucrania.

La presidenta moldava, Maia Sandu, ha pedido en numerosas ocasiones la ayuda europea para afrontar el peligro ruso, encarnado en el magnate prorruso Ilan Sor, líder de la oposición prorrusa de Moldavia. Con varios escándalos de corrupción a sus espaldas, Sor ha sido explícitamente apoyado por el Kremlin, en el objetivo de devolver el país a la órbita rusa. El fracaso de Sor parece haber endurecido la postura del Kremlin, que desde el 1 de enero ha decidido cortar el paso de gas a Moldavia, lo que puede dejar al país sin luz y electricidad, abriendo paso de nuevo a un invierno de inestabilidad y caos político en el que la oposición prorrusa pueda obtener una ventaja.

Sabotaje de infraestructuras

Otra de las regiones europeas a tener en cuenta es Bosnia-Herzegovina. La inestabilidad en la zona autónoma de los serbobosnios, la república de Srpska, puede hacer saltar el statu quo surgido de los acuerdos de Dayton. Una región que dejó huella en la historia reciente de Europa y que puede volver a la primera plana si su máximo líder, el ultranacionalista Milorad Dodik, junto al también extremista prorruso presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, logran llevar adelante su sueño de anexionar la república de Srpska a Serbia.

Al mismo tiempo que la búsqueda de influir en los gobiernos cercanos a Rusia, aumentan también los miedos respecto al sabotaje de infraestructuras claves en suelo europeo. El reciente corte del cable de suministro de datos submarino entre Finlandia y Suecia por parte de un barco con bandera de las islas Cook se une a otros episodios semejantes de rupturas de tendidos submarinos de comunicación de datos y también de suministro de gas entre países europeos. Lo que comenzó como una supuesta venganza por el sabotaje del Nord Stream parece haberse convertido en una actividad más allá de lo puntual.

Sin olvidar los sabotajes informáticos, como el reciente sabotaje del GPS aéreo del Reino Unido, un recurso que se está convirtiendo en usual en los sistemas informáticos de los gobiernos e instituciones europeas. Parece que la nueva guerra fría entre Occidente y Rusia no terminará en Ucrania, aunque será la resolución de este conflicto el que condicionará las futuras guerras de Putin contra Occidente. Veremos cuál será la solución que encuentre Donald Trump a este problema y si es capaz de lograr la paz de Putin con Occidente y a qué precio, lo que podría ser, quién sabe, dejar a Europa del este bajo influencia rusa a cambio de la paz con Washington y Bruselas.