Apenas convertida en la nueva candidata presidencial del Partido Demócrata, Kamala Harris se vio catapultada a una de las áreas más difíciles de la política internacional de Estados Unidos, con la visita a Washington del primer ministro del gobierno israelí, Benjamín Netanyahu, quien vino a pedir apoyo militar y diplomático en su lucha contra Hamás.

Harris, cuya principal preocupación en estos momentos es ganar las elecciones de noviembre contra el candidato republicano Donald Trump, caminó por una difícil cuerda floja para demostrar, por una parte, que no retira el apoyo al aliado tradicional de Estados Unidos, pero que tampoco le permitirá cercenar los derechos humanos de sus vecinos palestinos en la Franja de Gaza.

Kamala Harris se tuvo que enfrentar a la situación en el Medio Oriente prácticamente sin experiencia internacional y con el riesgo de que su actitud tenga un alto precio electoral ante las exigencias de la política interior norteamericana: los progresistas del Partido Demócrata favorecen a Hamás mientras que Washington mantiene con Jerusalén su tradicional alianza, respaldada por los fuertes grupos de presión judíos en Estados Unidos.

La política internacional es una asignatura pendiente para la actual vicepresidenta y aspirante a la Casa Blanca: Harris hizo su carrera en la rama judicial, como fiscal en su estado natal de California y sin dedicarse para nada a las relaciones internacionales. Sus viajes al extranjero comenzaron cuando se convirtió en vicepresidenta, con visitas a Francia, África y varios países del hemisferio americano.

Ahora, convertida en la candidata presidencial del Partido Demócrata tras la retirada del actual presidente Joe Biden, ha tenido que lanzarse de lleno a la situación en el Medio Oriente y lidiar con la visita del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Kamala Harris debía satisfacer al ala progresista de su partido, favorable a los palestinos en Gaza y mantener también el apoyo al aliado tradicional que es Israel.

No asistió al discurso de Netanyahu

La martingala de Harris consistió en no asistir al discurso en Washington del líder israelí ante las dos cámaras de Congreso mientras que horas más tarde se reunió con él en privado. En declaraciones posteriores, Harris trató de conciliar lo imposible: las peticiones de quienes defienden a los palestinos y las de los aliados acérrimos de Israel.

Está por ver si consiguió satisfacer a ambos… o tal vez a ninguno. Los críticos de Israel amenazan ya con llevar sus protestas a la Convención Demócrata de agosto en Chicago, donde Harris ha de ser coronada como candidata del partido, a pesar de no haber sido elegida por los delegados como es tradicional y no haber recibido el “traspaso” de los 14 millones de votos demócratas favorables a la candidatura de Joe Biden. Necesitará muestras de unidad, pero la amenazan manifestaciones de protesta, en vez de la coreografía de la coronación.

De momento, Kamala Harris está viviendo la luna de miel de su nueva candidatura: a sus 59 años, ofrece una imagen dinámica frente al octogenario y senil Joe Biden, y da esperanzas a sus correligionarios de que conseguirá imponerse al republicano Donald Trump, el millonario expresidente quien ,a sus 78 años, ha tomado la imagen del viejo en esta contienda.

Reforzada por los apoyos de los Obama

Harris llega a la carrera electoral reforzada por los apoyos de los grandes bonzos del partido, especialmente desde que el pasado jueves el expresidente Obama le prestó oficialmente su apoyo, lo que descarta de una vez por todas la posible candidatura de su mujer, Michelle Obama.

Sin embargo, aún faltan meses hasta las elecciones del 5 de noviembre y se verá obligada a definirse, lo que puede mejorar o empeorar su posición frente a diversos grupos influyentes, como el poderoso lobby judío. Aunque tradicionalmente este grupo ha apoyado al Partido Demócrata, es fácil imaginar que se pase a los republicanos si la política de la Casa Blanca cambia de orientación, como respuesta al aumento de población islámica en Estados Unidos y a las protestas estudiantiles de los últimos meses.

El visitante israelí no quiso correr riesgos: después de reunirse con Kamala Harris en Washington, Benjamín Netanyahu se apresuró a visitar a su rival electoral, Donald Trump, el presidente más pro Israel de la historia: en su herencia está el traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, algo siempre deseado por Israel, pero a lo que se habían resistido los predecesores de Trump en la Casa Blanca.