Los esfuerzos de los últimos cuatro años para ocultar la senilidad del presidente norteamericano Joe Biden han fracasado totalmente y cada vez son más los correligionarios que le “aconsejan” dimitir y renunciar a la carrera electoral para permitir el acceso a los comicios de noviembre a un aspirante con mejores posibilidades.

Ciertamente, Biden se ha convertido en un candidato problemático: tras la reñida elección del año 2020, que todavía disputan muchos republicanos por considerar que hubo fraude en los recuentos, Biden ha tenido todo el apoyo de su partido y de los medios informativos, que han tratado de ocultar sus limitaciones evidentes, sus despistes, caídas y dificultades en expresarse, para lo que no hubo grandes dificultades: sus seguidores le han apoyado a ojos cerrados, igual que lo rechazan desde el primer día sus rivales.

Las limitaciones que la edad ha impuesto a Biden eran ya evidentes en las elecciones de hace cuatro años, pero han ido en aumento y hoy en día parece que no hay forma de ocultarlas: si en su discurso del Estado de la Unión parecía un motor hiper acelerado, en el primer debate presidencial sorprendió a propios y ajenos desde los primeros minutos, por su falta de coordinación, incoherencia y dificultad para expresarse.

Los medios informativos, que en general le han apoyado incondicionalmente, pues la alternativa era cuatro años más de Donald Trump, ya no han podido seguir dorando la píldora y muchos se han sumado a las peticiones y recomendaciones para una cara nueva.

La oportunidad más reciente de Biden para calmar los ánimos se la ofreció la cadena de televisión ABC, con una entrevista dedicada exclusivamente a su capacidad y perspectivas: Estuvo más compuesto y acabó casi todas sus frases, pero lo más importante es que aseguró su propósito de seguir en la campaña, una confianza total en su capacidad intelectual y la convicción de que volverá a ganar contra Trump.

Teóricamente, Joe Biden puede retirarse hasta dentro de seis semanas en la Convención Republicana de Chicago, pero cualquier persona que tome la antorcha demócrata se enfrentará a un grave problema: el dinero, que a Biden le sobra, para que no pueda pasar a su sucesor.

Y la cantidad es importante, de más de 200 millones de dólares que cualquier sucesor tendrá muchos problemas para conseguir. Tan solo su vicepresidenta, Kamala Harris, podría disponer de este dinero, pero el apoyo del que hoy dispone -y que probablemente tendría de ser la candidata presidencial- es muy reducido: en sus cuatro años junto al presidente Biden, se ha distinguido por su inoperancia en las únicas misiones que se le encargaron, que no son otras que controlar la frontera, por la que han entrado ilegalmente más de ocho millones de personas y representar a Estados Unidos en la reunión de 2022 para tratar la invasión rusa de Ucrania, donde además de no ofrecer soluciones se distinguió por su otra “marca”, que es la risa constante, injustificada e inoportuna, que oscurece la impresión de los talentos intelectuales que pueda tener.

No solo dispondría la todavía vicepresidenta Kamala Harris de un buen colchón monetario, sino que probablemente presionará por todos los medios para que se le abra el camino a la candidatura presidencial, apelando a su condición de pertenecer a una minoría racial y por ser una mujer.

De momento, Biden aún no ha renunciado a la carrera electoral y nos asegura que tratará de evitar una actuación como la del debate contra Donald Trump del pasado 27 de junio: su problema era falta de sueño y anunció este viernes que se retirará a descansar a partir de las ocho de la tarde.

Es posible que muchos votantes norteamericanos indecisos se pregunten ahora sobre quién tomará decisiones si los enemigos de Estados Unidos actúan por la noche. O tal vez sospechen que, seguramente, sean los mismos funcionarios, anónimos, nombrados a dedo y sin espaldarazo electoral, quienes deciden por el presidente.