Los diez meses de campaña electoral norteamericana comenzaron en la segunda semana de enero en un frío intenso en el oeste del país y con el resultado previsto de dar una gran victoria y un espaldarazo a Donad Trump y a su marca de conservadurismo.

La participación fue escasa en el estado de Iowa, en parte al menos debido al frío, pero Trump se llevó la victoria mayor de cualquier candidato que no ocupase la Casa Blanca, con nada menos que el 52% de los votos. Muy por detrás quedaban casi al mismo nivel dos gobernadores, la exgobernadora de Carolina del Sur Nikki Haley y el actual gobernador de Florida Ron DeSantis. Muy por detrás quedaba un rival de familia hindú, Vivek Ramaswamy, quien, a la vista de los resultados, abandonó inmediatamente la contienda y cerró filas tras Trump.

El amplio margen de victoria del expresidente y la composición del grupo de aspirantes coloca al Partido Republicano en un campo conservador con escasos matices, aunque Haley es algo más centrista que sus rivales. Ahora que la campaña ha empezado, Trump encuentra motivos para criticarla pero, cuando era presidente, Haley ocupaba el primer puesto en la diplomacia norteamericana, como embajadora ante las Naciones Unidas.

Las ideas políticas de este país-continente cambian mucho según la geografía, con el interior de tendencias conservadoras y las costas más progresistas, lo que da más fuerza al Partido Demócrata porque las zonas más pobladas son precisamente las riberas de los dos océanos.

Es algo que seguramente se ha de ver reflejado en las siguientes primarias, en el estado de New Hampshire, en la costa atlántica, en las que se convoca a ambos partidos. Ya las encuestas indican que Trump volverá a ganar por un margen amplio, pero seguramente menor que en Iowa y es probable que Haley se beneficie de sus posiciones algo más centristas y quede en segundo lugar. El gran riesgo era para DeSantis, un hombre que los republicanos vieron durante todo el año pasado como la gran esperanza del partido que muchos deseaban ocupe el lugar de Trump. En el fin de semana, las encuestas tan solo le daban un 6% de intención de voto en New Hampshire, lo que terminó por ser una invitación a que abandonara la lucha.

En realidad, al Partido Republicano le conviene que los rivales de Trump permanezcan en la campaña, pues no es todavía seguro que el expresidente tenga el derecho legal a concurrir a las elecciones, ante la gran cantidad de denuncias y pleitos, civiles y penales, a que debe enfrentarse.

La decisión no está en manos de los tribunales locales en los diferentes estados, sino que ya le ha llegado al Supremo el encargo de resolver la cuestión de si el posible autor de un delito de traición a las normas constitucionales tiene el derecho de presentarse a elecciones presidenciales. Hay una serie de leyes en cuanto a políticos y delitos, pero corresponden a situaciones concretas como la Guerra Civil y no contemplan la figura de un presidente.

Los resultados de mañana arrojarán más luz sobre las posibilidades de Trump de regresar a la Casa Blanca, pues es probable que los votos reflejen las posiciones de una sociedad menos conservadora y tal vez nos indiquen cuáles podrían ser las actitudes de las áreas menos conservadoras del país.

De momento, ante la incertidumbre reinante por los problemas particulares de ambos candidatos, nadie quiere correr riesgos: Trump ha moderado de forma evidente su conducta, hay menos exabruptos, es más conciliador en sus contactos con los medios informativos o en sus críticas a los rivales políticos, e incluso trata de domar el rebelde flequillo que le caracteriza.

Al mismo tiempo, el gobierno de Biden, que tiene, gracias al poder que ostenta, mucha más capacidad de maniobra, hace cuanto está en su mano para tener a la población contenta: crea esperanzas de estímulos económicos, perdona deudas a los estudiantes universitarios, promueve mano de obra barata con entradas masivas de inmigrantes indocumentados y no para de jalear cuanto pueda parecer un logro social o económico.

La reacción popular es tan positiva como previsible, empezando por la espectacular subida de las bolsas al acabar esta semana, algo poco entendido fuera de Estados Unidos pero de gran consecuencia aquí donde la inversión bursátil está generalizada.

La gente piensa más en la subida de sus salarios y el volumen de sus ahorros que en los riesgos del enorme déficit público o de la mala preparación escolar de sus futuras fuerzas de trabajo, que difícilmente podrán adaptarse a los avances tecnológicos necesarios para una economía desarrollada. Son riesgos que aún no son evidentes y que se trata de alejar por lo menos hasta el 5 de noviembre, cuando el país haya votado ya. La misión ahora de las huestes de Trump es señalar estos peligros.