Las elecciones norteamericanas están aún muy lejos, pero la situación internacional interfiere ya en los planes de ambos partidos, especialmente el demócrata que se enfrenta a una perpleja situación de alianzas cruzadas. Se debe a algo tan inesperado hace algunas semanas como la lucha de Israel contra Hamás tras el ataque del pasado mes de octubre: las manifestaciones contra el Partido Demócrata por su apoyo a Israel provienen de votantes tradicionales de ese mismo partido.

En realidad, la política que Estados Unidos ha seguido desde hace casi un siglo favorece a Israel, tanto si está en el poder un partido como otro, pero en estos momentos los demócratas tienen la mala suerte de estar al frente de esta política y las protestas de los simpatizantes palestinos no van contra los republicanos sino contra los mismos líderes a los que apoyan.

Para poner las cosas más difíciles, el número de simpatizantes de la causa palestina, o en general del mundo árabe, ha ido en aumento a causa de la inmigración y ahora en el Congreso hay legisladores demócratas de origen árabe, que protestan contra su propio partido.

En cambio, los republicanos no atacan ya la política del gobierno al que en general se oponen, pues están de acuerdo en que proteja a Israel.

La situación tiene un cariz claramente irónico, pues si el voto palestino-árabe es demócrata, también lo es el de la población judía, de forma que el gobierno del presidente Biden tiene las manos atadas –y las críticas garantizadas: si mantiene su apoyo a Israel, recibe protestas del ala progresista del partido, donde estamos oyendo incluso slogans de estilo nazi. Si modera su apoyo a Tel Aviv, puede perder el apoyo de la población judía, algo gravísimo por el control que tiene de los medios informativos y por sus grandes recursos económicos.

También hay contradicciones en las relaciones con la China, un país que tradicionalmente le da sopas con onda en el comercio exterior y en los niveles de crecimiento: ahora el gigante chino parece estancado, el crecimiento de Estados Unidos es la envidia de casi todo el mundo y a Pekín le preocupa que el mercado financiero norteamericano reduzca los capitales invertidos en China.

Son cosas que tratarán la próxima semana en la cumbre de Cooperación Asiática-Pacífica, pero no hay conversación capaz de substituir las realidades económicas que devuelven a Estados Unidos la situación privilegiada de que gozó durante años.

También en política electoral abundan las contradicciones: está ya probado desde la creación de la Unión Americana que tan sólo ganan las elecciones los candidatos del Partido Demócrata o del Republicano. Siempre que hay algún “independiente”, altera los resultados de los grandes partidos, pero nunca gana.

Ahora, ante el escaso atractivo de los candidatos de ambos partidos, Biden por su senilidad evidente y Trump por sus exabruptos y problemas legales, no hay solamente uno, sino posiblemente dos personajes dispuestos a presentarse por su cuenta. Uno ya lo ha hecho: Robert Kennedy, sobrino del asesinado presidente John Kennedy, y es probable que se le sume el hasta ahora senador demócrata del estado de Virginia Occidental, Joe Manchin, quien ya ha dicho que va a explorar el campo político y ver si hay un espacio A pesar de las repetidas declaraciones de confianza del presidente Biden, existe la posibilidad de que comprenda –o le hagan comprender– que es mejor dejar el camino abierto a otros candidatos. Incluso podría ser que también el ex presidente Trump se retire a causa de sus problemas legales, lo que abriría un camino de posibilidades a ambos partidos y permitiría a los norteamericanos votar por candidatos a los que favorecen. Ahora, tan sólo pueden escoger entre males menores o mayores.