"Este es nuestro 11 de septiembre”. Así calificaba Nir Dinar, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel a la Embestida de al-Aqsa del 7 de octubre. Una comparación que deja claro el efecto del brutal ataque de Hamás sobre la opinión pública israelí. Si el 11-S cambió el destino de los Estados Unidos y Oriente Medio, consagrando a Al Qaeda como la gran amenaza mundial, Hamás ha logrado el mismo efecto, alterando el equilibrio de fuerzas de la región y atrayendo la mayor atención mediática de su historia.

Una historia que refleja en su trayectoria el desarrollo del islamismo radical moderno y sus grandes contradicciones. Por un lado, la apuesta por un activismo social que aboga por construir un movimiento político popular de amplia base y, por otro, el uso de la violencia y la intransigencia en sus postulados para alcanzar sus objetivos. Dos aspectos que muchas veces se muestran irreconciliables y que muestran las claves para entender el ayer, el hoy y el futuro de Hamás.

Las raíces de Hamás se encuentran en los Hermanos Musulmanes, la organización formada por Hassan Al Banna, una de las figuras claves del islamismo político moderno, que ya en los inicios del siglo XX proclamaba un retorno a las fuentes tradicionales del islam para superar la occidentalización cultural del Medio Oriente y la injerencia de las potencias occidentales en la política de la región. “El islam es la solución”, era el lema de Al Banna. Su movimiento conformaría uno de los pilares de la construcción del futuro movimiento islamista moderno.

Desde Egipto los Hermanos Musulmanes se multiplicaron por toda la región, formando un movimiento en el que se trataba de ir más allá de la simple predicación y el proselitismo. Apostaban por un fuerte activismo social a través de la fundación de escuelas, hospitales, redes de ayuda a los necesitados e incluso creando pequeñas empresas, en un claro intento de llegar a todas las clases sociales. La ayuda social se combinaba con la asistencia religiosa, con el objetivo de formar un amplio movimiento político que fuese capaz de instaurar regímenes bajo su interpretación del islam.

Al mismo tiempo, otro miembro de los Hermanos Musulmanes, que había vuelto de los Estados Unidos horrorizado por el materialismo de la sociedad occidental, comenzó a predicar la reislamización de los gobiernos, abogando por la instauración de regímenes cuyos únicos principios estuvieran basados en la tradición islámica. Su nombre era Sayyid Qutb. Su llamada a una revolución internacional para eliminar todo rasgo secular y occidental de los sistemas políticos de los países musulmanes, utilizando todos los medios posibles, marcó un giro radical y violento de los principios de Al Banna, dando según muchos autores una justificación de la violencia que el islamismo radical contemporáneo haría suyo.

Hamás bebió de las enseñanzas de ambos, ya que en sus orígenes no era más que los primeros intentos de organizar una rama palestina de los Hermanos Musulmanes. En Gaza se formó un primer grupo, que durante décadas fue tomando fuerza, en torno a la figura del jeque Yassin, que en 1987 tuvo que adaptarse al terremoto político y social que asoló Palestina. Aquel año un camión israelí embistió a cuatro trabajadores refugiados palestinos, siendo la chispa que encendió la ira de una sociedad palestina asfixiada por la ocupación y la represión del ejército israelí en los territorios ocupados. Comenzó así la primera Intifada, una explosión de violencia masiva contra las consecuencias inhumanas de una ocupación en la que los palestinos no veían futuro alguno para su pueblo.

La Intifada tuvo un origen espontáneo sin dirección política alguna. En aquellos momentos, la causa palestina se encontraba liderada por la larga figura de Yasser Arafat, con su partido Al Fatah, que mezclaba el socialismo y el nacionalismo con un pan-arabismo de vocación laica y modernizadora. Arafat y Al Fatah fueron el pilar de la OLP, la alianza de los distintos movimientos palestinos que luchaban por la causa palestina, siendo la punta de lanza de la resistencia palestina a la ocupación israelí durante décadas.

Aquel 1987 nació Hamás, acrónimo de Movimientos Islámico de Resistencia Armada, pero cuyas siglas conforman la palabra “fervor” o “entusiasmo”. El movimiento del jeque Yassin tomó la decisión de sumarse a la Intifada, lo que lo empujó, saliéndose del mero activismo social, a tomar parte a través de la violencia en el levantamiento popular. Surgió así lo que será la histórica contradicción de Hamás en un futuro, el intento de crear un movimiento popular de masas, pero sin renunciar al uso de la violencia indiscriminada, lo que limita la capacidad de su movimiento para la negociación política.

A partir de la Intifada, Hamás fue utilizando cada vez más la violencia generalizada, haciendo una clara apuesta por la utilización de kamikazes y atentados indiscriminados contra la población civil, siguiendo el ejemplo del yihadismo moderno. Su apuesta es clara por esta vía, llegando a ver la necesidad de separar su brazo militar debido a la importancia que había logrado. Surgieron así las Brigadas Al Qassam, brazo armado de Hamás, y que con el tiempo se ha convertido en el enemigo más letal del estado de Israel.

Los acuerdos de Oslo

En 1993, Yasser Arafat e Isaac Rabin firmaron los acuerdos de Oslo, por los que ambos contendientes sellaban el nacimiento de un estado palestino como solución al conflicto. Hamás se negó a firmar los acuerdos, rechazando a cualquier solución que reconociese al estado israelí. Comenzó una nueva oleada de violencia, cuyo objetivo fue sabotear las negociaciones, dificultando enormemente la aplicación de lo convenido en los acuerdos, dando razones a los extremistas israelíes críticos con el proceso de paz.

2004 fue un año clave para Hamás. El jeque Yassin fue abatido por un misil lanzado por un helicóptero israelí. Las imágenes de su silla de ruedas destrozada dieron la vuelta al mundo. Hamás clamó venganza, profundizando en sus campañas de violencia indiscriminada. Pero aquel mismo año falleció también Yasser Arafat, símbolo de la resistencia palestina y columna central de la OLP. Una pérdida que sirvió para que Hamás, por primera vez, pudiese arrebatar a Al Fatah el dominio político de la causa palestina.

Mahmud Abbas, sucesor de Arafat, trató de suplir su falta de carisma frente a su mítico sucesor atrayendo a Hamás al gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, tratando de acercar a la organización a la actividad política. Pero Abbas midió mal su jugada. Hamás logró el apoyo de las bases palestinas, que no veían en Abbas y su Al Fatah la sombra de Arafat. Además, los gobiernos israelíes de derecha paralizaron el desarrollo de los acuerdos de Oslo, evitando la creación de un estado palestino fuerte bajo la Autoridad Nacional Palestina. Eso dio todavía más fuerza a Hamás, que venció en las elecciones de 2006, convirtiéndose en la primera fuerza política palestina.

Dos fueron los grandes problemas para el gobierno de Hamás. El primero, la radicalidad de sus principios políticos, que seguía negándose a reconocer el estado de Israel, abogando por su destrucción, lo que evitó el reconocimiento internacional de su gobierno, y su imposibilidad de jugar sus cartas en la geopolítica mundial. El segundo, los choques constantes entre milicianos de Al Fatah y Hamás por el control de los aparatos de seguridad del estado palestino. Esto último condujo a una guerra civil entre las dos facciones, con la expulsión de Al Fatah de Gaza y de Hamás de Cisjordania.

El movimiento político palestino se partía en dos bandos irreconciliables y en dos regiones separadas. Hamás manda desde entonces en Gaza, bloqueada y asediada por el ejército israelí, continuando en su lucha a través de atentados, incursiones violentas y el lanzamiento de sus cada vez más perfeccionados cohetes sobre territorio israelí. Mientras, una población civil en unas condiciones infrahumanas sufría las respuestas israelíes a las acciones violentas de Hamás en sucesivas y periódicas escaladas violentas.

Apuesta por la confrontación

La espiral ha continuado hasta el pasado 7 de octubre, cuando Hamás ha realizado la mayor matanza de población judía desde el holocausto en un único día. Una apuesta clara por el retorno a la violencia y la confrontación, volviéndose a colocar en el centro de la resistencia armada, acallando críticas internas y dejando en evidencia a las monarquías árabes que buscaban el acercamiento a Israel. Pero, a la vez, dando a los más extremistas del gobierno israelí argumentos contra “la solución de los dos estados”, dejándoles vía libre para soñar con una Israel bíblica libre de árabes.

Hamás, por tanto, ha dinamitado cualquier posibilidad de negociación política con su brutal ataque, aprovechando la actual composición del gobierno israelí, escorado hacia la extrema derecha, sabedor de que la respuesta de estos será también desproporcionada. Con ello, Hamás vuelve a encender la mecha, volviendo a sus postulados más radicales, dando a los halcones del actual gobierno israelí la oportunidad de unirse a la escalada, imposibilitando salida negociada alguna. Se aleja aún más la posibilidad de solución negociada y de la convivencia de ambos pueblos organizados en dos estados, única salida racional posible, apoyada por las instituciones internacionales. Algo en lo que tanto Hamás como los ultranacionalistas israelíes siguen sin creer y, por lo que, como siempre, será la población civil de ambos bandos la que sufra más directamente las trágicas y terribles consecuencias de la larga guerra que les espera.