Desde que llegaron los primeros colonos a las costas norteamericanas, lo que entonces eran colonias británicas y después se convirtió en Estados Unidos, han atraído como un imán inmigrantes de todo el mundo… así como llegadas forzadas en el caso de los que no querían ni abandonar sus países ni convertirse en esclavos en el Nuevo Mundo.

Es algo que hoy continúa: mientras las pateras y diversos navíos llegan a las costas meridionales de Europa con su cargamento humano que los países europeos tienen dificultades en asimilar y acoger, a Estados Unidos llega una auténtica marea humana, de todas partes del mundo, dispuesta a sacrificarse para poner un pie en lo que se les antoja una tierra prometida.

Y la ven así a pesar de sacrificios e incertidumbres iniciales: sin seguro médico, en un ambiente desconocido, donde se habla otra lengua, donde tan solo conocen, en el mejor de los casos, a un puñado de compatriotas y algún familiar más o menos próximo.

La incertidumbre puede continuar durante un tiempo, pero raramente se arrepienten del paso dado, pues en sus vastos territorios deshabitados no les falta espacio, mientras que las industrias del país sufren de una falta casi crónica de mano de obra y celebran su llegada.

Ahora, estamos ante una nueva avalancha que, a diferencia de lo ocurrido en los últimos tiempos, tiene un apoyo oficial claro: en el año pasado se superaron los récords de llegada a las fronteras del país y otro tanto ocurrirá en 2023, si continúa la situación que estamos viendo hasta ahora.

Y no provienen tan solo países del hemisferio, sino que ahora también van entrando grandes cantidades de ucranianos y afganos, además de los inmigrantes del continente que gozan de una acogida especial: cubanos, venezolanos, haitianos y nicaragüenses, quienes se benefician de las condiciones favorables que EEUU ofrece tradicionalmente a quienes huyen de dictaduras comunistas

Las cifras son muy altas: desde enero han entrado más de 360.000 ucranianos que, a diferencia de lo que ocurre en algunos lugares europeos de acogida europeo, no muestran deseo alguno de retornar a su país. Se les añaden 36.0000 cubanos, venezolanos, haitianos y nicaragüenses, además de unas 670.000 personas que ya están en Estados Unidos pero temían ser deportadas y ahora podrán quedarse.

Para las administraciones públicas, además, las nuevas normas son menos onerosas: los recién llegados han de tener a alguien que les patrocine y se responsabilice de sus gastos médicos, algo que puede resultar extraordinariamente caro, pero muchas familias están dispuestas a correr este riesgo con tal de tener cerca a sus seres queridos.

Esa es una iniciativa en que el Gobierno del presidente Biden contrasta con el de Trump, quien trataba de cerrar las fronteras y eliminar la inmigración ilegal. Curiosamente, ambos presidentes siguen una línea que parece contraria a sus intereses de partido, pues los sindicatos que favorecen a Biden quieren proteger al obrero norteamericano y evitar la inmigración, mientras que los republicanos celebran la posibilidad de tener una abundante mano de obra

Dictadios sindicales

Ahora es al revés: los estados conservadores quieren empleados que no encuentran en el país, mientras que en progresistas se pliegan a los dictados sindicales. Los empresarios y los políticos se han lanzado a una campaña para obtener patrocinadores que hagan posible la entrada de estos nuevos inmigrantes en el país. Pero tanto en estados progresistas como conservadores, los recién llegados se manifiestan dispuestos a incertidumbres y estrecheces, convencidos de que no tardarán mucho en tener un empleo digno y participar del “sueño americano”, como lo han hecho una generación tras otra en los últimos cuatro siglos.