Se cuenta que, cuando el durangotarra Bruno Mauricio Zabala fundó Montevideo en 1724, plantó allí un retoño del roble de Gernika. Nadie ha podido documentar el hecho, pero no deja de ser cierto que tuvo la posibilidad de hacerlo porque, según consignó en su Diario, “gente vizcaína” era la que formaba la fuerza armada con la que repelió el intento de invasión portugués.

Tampoco se sabe cuándo llegó al Río de la Plata la idea y el simbolismo que el roble de Gernika encierra. Probablemente cruzó el Atlántico de mano de los exiliados de la Primera Guerra Carlista que llegaron a Uruguay en la época en que la política migratoria uruguaya propició un verdadero éxodo desde Euskal Herria.

Lo que sí está documentado es la introducción en Uruguay del roble europeo (quercus robur), que tuvo lugar en el año 1778 cuando los navarros Joxe Errazkin y Pedro Berro, este último padre del presidente uruguayo Bernardo Berro, recibieron un cajón con semillas de robles provenientes de Bizkaia y los plantaron en un terreno que tenían en sociedad. Éstos fueron durante muchos años los padres de todos los robles que por entonces hubo en Montevideo.

El zortziko de Iparragirre, inmediatamente convertido en himno, hizo mucho por la difusión del roble y su simbolismo en la diáspora. En Montevideo, el propio bardo se encargó de ello cuando el 14 de agosto de 1861 abrió el café Árbol de Guernica. Años después, su viuda recordaba que no había pared del establecimiento donde su esposo no hubiese pintado una imagen del roble al que el cartel de la entrada hacía alusión. También se lamentó de que su carácter alegre y desenfadado los hubiera llevado a la ruina porque nunca supo cobrar a quienes bebían y cantaban con él. Según decía, su popularidad era tal que, hasta los chulos del barrio, “que nada tenían de vascos”, aprendieron a cantar el Gernikako arbola.

Fundada en el año 1876, la Sociedad Protectora de la Inmigración Bascongada Laurak Bat solía hacer sus fiestas anuales en las afueras de Montevideo a las que, a falta del árbol foral, daban comienzo reunidos a la sombra de un roble allí existente entonando los himnos uruguayo y vasco. Una década después, esta sociedad construyó una sede donde levantaron una cancha de pelota de 125 metros de largo, paredes de doce metros de altura y palcos para 2.000 personas. Aunque el mismo día de la inauguración se decidió adquirir un roble de Gernika que presidiera sus festividades, una profunda crisis económica asoló el país, y la sociedad se disolvió antes de que se plantará el roble.

Cuatro en Montevideo

Según la Casa de Juntas de Gernika, existen 453 descendientes del roble foral en todo el mundo; cuatro están en Montevideo. Seis años después de su fundación en 1912, la Sociedad de Confraternidad Vasca Euskal Erria de la capital uruguaya sembró en su solar el primer roble de Gernika cuya existencia se documenta en este país. La prensa recogió el acto: “Tú vivirás feliz, noble blasón de nuestras libertades. De tierra de libres vienes y en tierra de libres vas a vivir. Sólo has cambiado los agrestes y risueños paisajes de Euskadi, bajo el cielo plomizo, por la gravedad de la ondulada tierra uruguaya bajo su cielo azul; las brisas del Cantábrico, por las del Plata”. El Centro Euskaro hizo lo propio en el año 1919, y en 1924 tanto Euskal Erria como el Centro Euskaro adquirieron sendos robles que acompañaron a los ya existentes en sus respectivas sedes sociales. La prensa de la época nos revela el profundo significado que éstos encerraban para unos emigrantes que, alejados de sus hogares y sus familias, se aferraban a un símbolo que representaba lo que tanto ellos como su pueblo habían perdido. Las crónicas recogen sus sentimientos describiendo las lágrimas que corrían por sus rostros al entonar, a coro, su himno nacional, el Gernikako arbola.

Símbolo de la soberanía del pueblo vasco, de las leyes suprimidas y de la esperanza en recuperarlas, el roble de Gernika adquirió un nuevo significado a partir del 26 de abril de 1937 cuando la aviación rebelde al servicio de Franco destruyó la villa foral. Además de llorar a los más de 2.000 asesinados y la destrucción casi total de Gernika, los vascos tuvieron que sufrir la orden de Franco de asegurar que Gernika había sido “quemada” por los “rojos”. Una mentira que se mantuvo como la única versión oficial del régimen durante cuatro décadas.

El impacto del bombardeo recorrió el mundo. En Uruguay, no solo hubo reacciones por parte de los inmigrantes y exiliados vascos y sus descendientes, sino que también la intelectualidad y el arco político se vio profundamente conmocionado. En una resolución sin precedentes, el Congreso de Intendentes (ayuntamientos) decidió que en cada departamento del país nombrase “Gernika” a una plaza o calle “como homenaje de Uruguay a ese ejemplar pueblo de Euskadi que sobrevive con sus tradiciones de libertad a la horrorosa prueba de destrucción a que fue sometido por los nazis y falangistas”.

La plaza Gernika de Montevideo

Montevideo fue el primer departamento en materializar esta propuesta el 30 de abril de 1944, cuando se inauguró la plaza Gernika ante la presencia de numerosas autoridades nacionales e internacionales. Las autoridades de la embajada franquista protestaron, y trabajando en colaboración con otros diplomáticos adscritos al Eje, llegaron a evitar que el presidente uruguayo Juan José Amezaga, hijo de vascos, acudiera al acto de inauguración. No obstante, éste, en señal de adhesión y desagravio por lo que la diplomacia le había obligado a hacer, recibió a los miembros de la delegación del Gobierno de Euskadi en el exilio ese mismo día en la Casa de Gobierno. En su segundo aniversario, la plaza también acogió un segundo retoño del roble de Gernika, hijo del que había llegado al país en 1918.

Desde entonces los vasco-uruguayos han impulsado la creación de plazas, calles, parques y plantación de retoños por todo el país, convirtiendo a cada uno de ellos en una tribuna desde la que recordar a las víctimas y en monumento a los derechos históricos del pueblo vasco.

Hoy son decenas los robles que existen en instituciones, parques y plazas del Uruguay. Unos pocos provenientes de Gernika, muchos descendientes de éstos y otros simplemente retoños de la misma especie que, a falta de uno “oficial” son igualmente portadores de su mensaje. Los que se encuentran en fincas particulares se cuentan por cientos.

Basta visitar los que se encuentran en las antiguas sedes de Euskal Erria o del Centro Euskaro para recoger bellotas de un hijo del roble de Gernika que es casi un siglo más antiguo que el que hoy se yergue frente a la Casa de Juntas. En Uruguay muchos lo hacen para tener en sus hogares un trozo de historia viva de Euskal Herria y cumplir con el mandato expandir su fruto de libertad, y no son pocos los que descienden de bellotas recogidas bajo el árbol, en Gernika.

El libro Gernika en Uruguay: expandiendo el fruto, de Alberto Irigoyen Artetxe y Servando Echeverria Olalquiaga, que será presentado el próximo jueves a las 19.00 horas en el Museo Euskal Herria de Gernika, además de un prolijo inventario de los robles, calles, plazas y parques que llevan su nombre, recoge la historia del apego de los inmigrantes vascos y sus descendientes de aquella república al profundo simbolismo que encierra el Gernikako arbola.