Salió de Caracas a pie. Atravesó Centroamérica y México, y culminó su viaje cruzando el Río Grande a nado. Despojado de todo, sin papeles, sin dinero, sin opciones y, sin apenas una palabra de inglés, la patrulla fronteriza lo arrestó en el momento en que pisó Texas. Pocos días más tarde, las autoridades lo dejaron en libertad y le dieron dos opciones: tomar un autobús a San Antonio (Texas) por cinco dólares, o uno gratuito a una ciudad del norte del país, donde sería acogido y protegido. Aceptó sin saber adónde iba.

El autobús, abastecido de comida y agua, hizo algunas paradas a lo largo de las 40 horas de viaje para repostar y cambiar de conductor. Llegó a su destino pero, en contra de lo que les habían prometido, no había nadie esperándolos.

Junto con el resto, buscó un sitio para dormir cerca de la estación. Las calles llenas de policía, reporteros y voluntarios repartiendo alimentos y otros bienes de primera necesidad. De cuando en cuando pasaba un coche desde el que alguien gritaba “¡no sois de aquí!”, “¡ilegales!”, “¡esto es América!”… y otros mensajes igualmente profundos. Se presentó en las oficinas de Caridad Católica de la archidiócesis, sin demasiada fortuna. Al fin, encontró una cama en un albergue comunitario, donde pudo quedarse hasta solicitar asilo y obtener un permiso de trabajo.

Dos meses después, comenzó a trabaja en la construcción. Hoy gana unos 700 dólares a la semana, y ahorra para mudarse a un piso. Mientras tanto, otros miles esperan su turno.

Es uno de los aproximadamente 10.000 emigrantes que el gobernador Greg Abbott, de Texas, ha fletado durante los últimos meses a Washington DC, Nueva York, Chicago y otras “ciudades santuario” demócratas. El programa financiado por el estado para trasladar a los migrantes en autobús a ciudades dirigidas por demócratas comenzó en primavera.

Texas Blanca

En palabras del propio gobernador, “si el presidente no baja a ver la frontera, nos aseguraremos de que la vea de primera mano… Y escucha, hay más de donde vino esto…”. Texas ha gastado al menos doce millones de dólares en esta política denominada busing (fletamentos); es solo un capítulo de la partida presupuestaria de “seguridad fronteriza” de más de 4.000 millones de dólares etiquetada pomposamente Operation Lone Star, destinada a mantener Texas blanca.

A las puertas de las elecciones de noviembre, Abbott ha apostado por utilizar el siempre electoralmente lucrativo prejuicio contra los inmigrantes para catapultar el voto conservador. Como hizo Trump en 2018, utiliza las caravanas de migrantes para avivar el miedo en un esfuerzo por mantener su mayoría política a bajo coste. Abbott en Texas y los gobernadores Doug Ducey en Arizona y Ron DeSantis en Florida, tres grandes elefantes rojos, culpan al presidente Biden por el número récord de personas que cruzan ilegalmente la frontera sur: más de 2,3 millones de inmigrantes han sido detenidos en el año fiscal 2021-2022. Afirman que el busing es una estrategia para defender comunidades “invadidas”. Y está funcionando bien: una encuesta reciente sugiere que el 51% de los votantes tejanos apoyan la iniciativa del gobernador. Solo el 35% se mostró contrario. En consecuencia, todos los candidatos republicanos sin programa harán lo mismo. Entre mayo y julio Arizona ha invertido tres millones de dólares para transportar inmigrantes a Washington DC. Florida ha destinado doce millones de dólares al “programa de reubicación de inmigrantes”.

Las maniobras de Abbott, Ducey y DeSantis han generado indignación. Domingo García, presidente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos, la principal organización hispana de derechos civiles de los Estados Unidos, expresó que estos seres humanos “están siendo tratados como cargamento”. Por su parte, la senadora Elizabeth Warren, demócrata de Massachusetts, tuiteó que su estado es plenamente capaz de atender a los solicitantes de asilo y que encarará esta crisis humanitaria sin fletar a estas personas a otro estado como si fueran objetos.

Colapso en Nueva York

El alcalde de New York, Eric Adams, aseguró que atenderán a cuantos lleguen. El sistema de refugios y los servicios de recepción de inmigrantes, que actualmente atiende a más de 55.000 personas, estaban congestionados antes de la llegada de los aproximadamente 11.000 inmigrantes. Ahora, están a punto de colapsar. La ciudad ha tenido que violar dos veces la ley de derecho a la vivienda en las últimas semanas, ya que no puede proporcionar alojamiento a todos los solicitantes. El gobierno municipal está haciendo un esfuerzo para continuar auxiliando a los inmigrantes a su llegada. La alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, declaró una emergencia de salud pública y creó una nueva oficina gubernamental para coordinar las llegadas, con un presupuesto inicial de diez millones de dólares . Los alcaldes han denunciado que ni Texas ni Florida ni Arizona están coordinando ni pretenden coordinar con ellos “los fletes” de inmigrantes, ni tan siquiera notifican cuándo o a dónde llegarán nuevos autobuses.

El representante federal Joaquín Castro, demócrata de San Antonio, expresó que el Departamento de Justicia debe investigar a los gobernadores DeSantis y Abbot por fraude y estafa. El tráfico de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos se ha convertido en los últimos diez años en una operación extraordinariamente lucrativa controlada por el crimen organizado. DeSantis está siendo investigado ya que ha contratado los servicios de transporte de notorios benefactores de su causa electoral por un monto de casi un millón de dólares al mes.

Abbott se ha jactado de que el busing es un plan “sin precedentes” y que está haciendo lo que nadie ha hecho en la historia de Estados Unidos “para asegurar nuestra frontera”. No es así. A principios de la década de 1960, otros grupos de supremacistas blancos, infundiendo los mismos prejuicios sociales, religiosos y étnicos, transportaron en autobuses a los estados del norte a las personas más vulnerables de aquel periodo, los negros en el Sur de la era Jim Crow. En su lucha contra el movimiento de los derechos civiles, los Reverse Freedom Rides estaban teñidos de la misma animosidad e inhumanidad, propia de la línea política más intransigente de la política conservadora.

Estrategia de los republicanos

El Partido Republicano está socializando el miedo a la inmigración sin importarle el daño que causa entre las familias de inmigrantes y en el conjunto del país. Pero el público no lo ve así. De hecho, DeSantis es uno de los gobernadores más populares de los Estados Unidos. Según la encuesta de Pulse Opinion Research, el 64% de los votantes de Florida aprueba su política. Entre los republicanos, el apoyo es del 85%. Más aún, cuenta con el apoyo del 62% de los votantes hispanos.

Ante estos datos solo es posible afirmar que la inmigración dejará de entenderse como una amenaza en Texas y Florida (y en el resto del mundo) cuando nuestras sociedades aprendan que, lejos de ser un “problema”, la inmigración es una fuente de riqueza social, cultural, y también política y económica. Cuando eso ocurra, cuando nuestras sociedades maduren, individuos como Abbot y DeSantis necesitarán programas políticos reales.

La inmigración no es un problema, sino una expresión más de la iniquidad humana. Todos nosotros somos inmigrantes o descendientes de inmigrantes, y la historia de nuestros pueblos es el resultado de una inacabable cadena de migraciones.