Síguenos en redes sociales:

La masacre de Tlatelolco

La influencia del Mayo del 68 llevó a los estudiantes mexicanos a sacar a las calles sus reivindicaciones, protestas que el Gobierno zanjó con una brutal represión.

La masacre de Tlatelolco

Las olimpiadas de México 68 fueron muy recordadas, no sólo porque fueron las primeras en suelo latinoamericano, sino también porque se marcaron grandes hitos deportivos como los saltos de Bob Beamon o la proeza de James Hines, que consiguió bajar por primera vez de los 10 segundos en los cien metros. Sin embrago, la imagen más recordada de aquellas olimpiadas fue la mítica foto de los atletas Tommie Smith y John Carlos en el podio de los 200 metros con el puño en alto enfundado en guantes negros haciendo el saludo Black Power en referencia a la lucha por la igualdad de derechos de la comunidad afroamericana. Una imagen que recorrió el mundo y que simboliza un año en el que cualquier acontecimiento histórico expresaba el anhelo de protesta de una generación que entendía que aquel mundo podía ser diferente.

Aquel fue el gran episodio de rebeldía y protesta en los juegos olímpicos mexicanos, pero lo que quizás no sea tan conocida es la gran revuelta estudiantil que se dio en México meses antes de los Juegos Olímpicos y su brutal represión desatada contra ella. Un hecho marginado por la historia y por los años de represión y olvido que han tratado de esconder en lo más profundo del pasado uno de los acontecimientos más trágicos del 68, la matanza de la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, ocurrido diez días antes del comienzo de las olimpiadas. Una matanza que las olimpiadas eclipsaron y ayudaron a olvidar, pero que marcaron el rumbo de México las siguientes décadas.

Una de las características principales del 68 fueron las revueltas estudiantiles. Desde Berkeley a la Universidad Libre de Berlín, los jóvenes estudiantes llevaban años protestando contra la sociedad y la cultura de sus padres. El Mayo francés, la gran protesta estudiantil del 68, significó el punto álgido de la capacidad de los estudiantes para paralizar un país. Y los estudiantes mexicanos no se quedaron atrás en sus reivindicaciones, viendo en el Mayo francés la posibilidad de que sus protestas lograsen las metas fijadas. Sin embargo, había una diferencia y esta radicaba en que De Gaulle consiguió desactivar las protestas de manera pacífica y en México no, allí la revuelta fue ahogada en sangre, como escarmiento para que no volviera a ocurrir algo similar y para proteger los juegos olímpicos de las protestas estudiantiles.

En 1968, México era un país dominado por el PRI, el Partido Revolucionario Institucional, heredero de la revolución mexicana que derrocó al dictador Porfirio Díaz y que presidió México desde 1929 al año 2000. Tantas décadas en el poder habían convertido al partido hegemónico en dueño de un poder absoluto, controlando todos los resortes del poder institucional sin dejar lugar a ningún tipo de oposición. Las olimpiadas del 68 eran la gran oportunidad del país y del PRI para abrirse al mundo y el presidente Díaz Ordaz no estaba dispuesto a que el evento fracasase. Pero, a diferencia de otros colectivos, el PRI no controlaba el de los estudiantes.

Los universitarios llevaban años manifestándose en contra de la desigualdad social y la incapacidad del PRI para sacar de la pobreza a una gran parte de la sociedad. El gran foco de agitación se encontraba en la UNAM, la gran universidad del país.

Los estudiantes, cada vez más politizados, veían cómo adquirían mayor protagonismo en el ámbito público, participando en huelgas importantes desde 1965, como el paro general de médicos. Los movimientos estudiantiles que fueron al alza en todo el mundo aquel 1968, no hicieron más que dar más fuerza al movimiento universitario mexicano, que aumentó la intensidad de sus protestas, aunque todavía su poder de convocatoria no era muy grande.

Por otra parte, el Mayo francés no hizo más que aumentar el temor de las autoridades mejicanas. Los hechos de Francia, en la que obreros y estudiantes compartían barricadas y huelgas generales, encendieron todas las alarmas en el presidente Díaz Ordaz. Además, el cada vez más importante movimiento revolucionario y radical dentro de México junto al ejemplo de la revolución cubana, que se estaba convirtiendo en el ideal revolucionario de la Nueva Izquierda, planteaba el temor a una unión entre sectores revolucionarios y estudiantiles que podrían paralizar el país ante el evento internacional más importante de su historia.

Espiral de violencia y represión Los sucesos se desencadenaron a finales de julio. El 22 de ese mes se produjo una pelea entre bandas de jóvenes de institutos rivales, las mismas que al día siguiente atacaron una protesta estudiantil y, ante los disturbios, la policía actuó de manera brutal produciendo múltiples heridos y arrestados. Esta fue la chispa que encendió la mecha. El 26 de julio se llevó a cabo una protesta para pedir la liberación de los detenidos en los enfrentamientos de los días anteriores. Esa protesta coincidió con la manifestación anual en favor de Fidel Castro, a la que se unió, convocando así la mayor demostración callejera vista en México hasta la fecha. La represión policial hizo que estallasen los disturbios, que durarían días. A partir de entonces la espiral de violencia se mantuvo con manifestaciones recurrentes y consiguiente represión brutal, alimentando así una escalada de violencia a dos meses de las olimpiadas.

El gran miedo de Díaz Ordaz, que las revueltas que se estaban dando aquel 1968 en todo el mundo se diesen en el México que iba a ser la sede de unos juegos olímpicos, se había hecho realidad. Además, la escalada violenta se extendió por otros estados mexicanos, por lo que por primera vez el PRI veía tambalearse su poder hegemónico en el país. El primero de septiembre de 1968, en su informe anual sobre el estado de la nación, Díaz Ordaz explicó que habían sido excesivamente tolerantes con las manifestaciones y que estas no podían ser admitidas por más tiempo. “Haremos lo que tengamos que hacer”. La amenaza era clara, pero el movimiento estudiantil no esperaba que la amenaza se hiciese realidad tal y como lo hizo un mes más tarde. Tras el discurso, las manifestaciones a lo largo del país continuaron y la escalada de manifestaciones y represión también hasta el fatídico 2 de octubre.

La plaza Tlatelolco, o de las Tres Culturas, recibía ese nombre porque en ella se encontraban las ruinas del reino de Tlatelolco, aliado de los aztecas, vencidos por los españoles de Hernán Cortés. Sobre los restos precolombinos, fue construido un convento por los españoles y, más tarde, por los mexicanos modernos la torre de Tlatelolco, ejemplo del desarrollo de los años 60. Un lugar, por tanto, en el que se encontraban las tres culturas que habían forjado el México moderno.

El 2 de octubre se convocó en la plaza la lectura de un manifiesto político. Se cree que entre cinco y doce mil personas accedieron al lugar. El ejército bloqueó las entradas para que no pudieran acceder los coches. Cuando iba a comenzar el mitin, aparecieron hombres con guantes blancos que comenzaron a disparar.

El ejército respondió a los disparos, aunque más tarde se supo que aquellos hombres de guantes blancos eran miembros del batallón Olimpia, agentes federales del gobierno que comenzaron los disparos para que el ejército tuviese la excusa para tirotear a la multitud. Los disparos del ejército contra la multitud se prolongaron por dos horas. Las cifras exactas de muertos aún no se conocen. El gobierno, al principio, habló de tres estudiantes fallecidos. The Guardian cifró en 325 los muertos. A día de hoy, aún no se conoce la cifra exacta debido a que la represión acalló todas las protestas. Además, los testigos indicaron que el ejército retiró los cadáveres en camiones con el fin de incinerarlos. Los estudiantes de la UNAM afirmaron que unos 300 manifestantes murieron, algún periodista mexicano elevó el número hasta los quinientos muertos. Muchos autores que han estudiado el tema hablan de entre cien y doscientas las víctimas mortales de aquel día y unos 1.000 los heridos de bala.

El Camino hacia la guerrilla Tras aquel suceso el movimiento estudiantil desapareció. Las olimpiadas se celebraron sin disturbios dando la imagen idílica que quería Díaz Ordaz de su país. Para el movimiento estudiantil y radical significó el fin de una etapa. Tres años después, el 10 de junio de 1971, día del Corpus, se produjo otra masacre, la conocida como “La matanza del Corpus”, con unos 150 muertos. A partir de entonces muchos de aquellos estudiantes optaron por la violencia guerrillera en respuesta a la del Estado. Algunos de ellos formaron el Frente de Liberación Nacional (FLN), actuando en el estado de Chiapas. Tras sufrir varios ataques del ejército, los restos de este grupo guerrillero se refugiaron en la selva de Lacandona. Años más tarde, junto a un joven subcomandante Marcos, formaron el EZLN, el ejército zapatista que se sublevó el 1 de enero de 1994 en San Cristóbal de las Casas y otros municipios de Chiapas.

En la plaza de Tlatelolco se encuentran hoy dos placas conmemorativas. Una, conmemora la matanza de los ejércitos de Hernán Cortés sobre el reino de Tlatelolco el 13 de agosto en 1521. La otra conmemora la matanza del 2 de octubre de 1968. Dos matanzas que marcaron la historia de un país. Una de ellas en aquel 68 que no sólo llenó las calles de protestas, sino que en algunos casos, como el mexicano, las tiñó de sangre de aquellos jóvenes que creían que 1968 podía cambiar el mundo para mejor.