Hay quien sostiene que el presente no existe. Que es imposible percibir la exacta milésima de segundo en la que va transcurriendo la vida porque, para cuando desarrollamos el pensamiento, ya estamos en el futuro. Más allá de esa cuestión, lo cierto es que a veces desespera ver el tiempo pasar a tanta velocidad. Mañana ya es octubre, vemos acercarse a lo lejos la Navidad y, con ella, el nuevo año. Pase lo que pase en nuestra vida la Tierra sigue girando y solo podemos agarrarnos a lo que encontremos mientras todo nos pasa por encima. Es por ello que siempre he pensado que lo fundamental es tener, dentro de esa brevedad, el mayor tiempo libre posible. Ahora se discute si bajar la jornada laboral o no a 37,5 horas, y algo es algo. Necesitamos tiempo para descansar, para no hacer nada y para cultivar, sin prisas, nuestras aficiones. En un mundo en el que se nos exige ser máquinas creadoras de riqueza reivindicar que lo más importante es lo que se hace fuera del entorno de trabajo es casi revolucionario. No somos robots, por suerte, y queremos dormir, aburrirnos y, también, emocionarnos al ver películas, leer libros o cualquier otro hobby. Eso es lo que nos define y nos hace humanos. Lo más deseable sería llegar al 2026 habiendo disfrutado lo máximo y, sobre todo, habiendo trabajado lo justo.
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