Irrumpieron hace unos años en nuestras vidas. Eran algo así como un juguete que con el tiempo se han ido convirtiendo en artefactos que no traen más que destrucción y muerte.

He de confesarles que les estoy cogiendo bastante tirria a los dichosos drones. Sobrevuelan las cabezas de la población civil como si de un violento videojuego se tratara. Lo mismo a estas horas Benjamin Netanyahu, tras las protestas propalestina que consiguieron suspender ayer la última etapa de la Vuelta, está tentado de enviarnos uno de sus letales recados. Tres, dos, unoooo… ¡Paam! Liquidados. Al fin y al cabo es lo que vemos a diario por la tele desde hace demasiado tiempo.

El caso es que no se disparan solos. A un dron no le puedes echar la culpa de nada, de la misma manera que no se puede responsabilizar a un perro de que cague en la calle. El problema es la degradación moral de sus amos. Podían utilizar drones para ir a buscar estadistas, referentes que nos aporten algo de reflexión y sosiego, que empaticen y se muestren más humanos. La población civil está cansada de tanto conflicto armado, hoy en Palestina, mañana vete a saber si en Polonia porque, cómo no, un puñetero dron ha vuelto a invadir su espacio aéreo.

El mundo no puede estar en manos de criminales de guerra que causan impunemente tanto sufrimiento.