En los recientes campeonatos del mundo de natación, a las grandes estrellas de este deporte el protagonismo se lo ha robado una niña china de 12 años llamada Yu Zidi, que ha dejado al mundo boquiabierto por su precocidad en un deporte tan exigente y selectivo. No solo ha logrado colarse en varias finales, también ha ganado una medalla. La primera tentación es caer rendido ante su proeza y admirarla por salvar la enorme distancia que se le supone por su edad con las mejores. Su proeza esconde necesariamente una vida de máxima exigencia para alcanzar las cotas de excelencia que requiere el deporte de élite, algo que solo está al alcance de una minoría. Lo más fácil es explicarlo señalando su nacionalidad, como si la precocidad deportiva fuera una cosa de chinos nada más. Sacrificar la infancia por utopías que exigen vidas contradictorias con los intereses de los menores es una elección más común de lo que parece en estos tiempos de glorificación del deporte. Para evitarlo, ha funcionado en Gipuzkoa durante más de tres décadas un modelo pensado para la etapa infantil que ha apostado por promover el deporte desde valores como el juego, el compañerismo y la comunidad. La justicia no lo ha entendido así, porque cree que existe el riesgo de perder talento por la dispersión polideportiva que singulariza al modelo. Derribado el obstáculo, vía libre para Yu Zidis guipuzcoanas.