Hablar de Donald Trump a estas alturas de la película puede parecer una pérdida de tiempo, pero no pasa nada, ya lo recuperaré en otro momento. Porque lo importante ahora es seguir insistiendo en la anomalía que representa este hombre de anaranjada tonalidad que encarna algunos de los rasgos que más desprecio del ser humano, como su intolerancia, su narcisismo patológico, su crueldad, rencor y orgullo exacerbado.

Representa una anomalía que, como tal, hay que tomar, y si hace falta nos ponemos un pósit en la puerta del frigorífico para que lo tengamos muy presente todas las mañanas cada vez que vamos a coger la leche, porque no se pueden normalizar patrones de pensamiento que mandan al garete lo que hasta ahora considerábamos logros sociales establecidos.

No hace ni cuatro meses que se convirtió en el 45 inquilino de la Casa Blanca, y parece haber discurrido toda una vida. El mundo no debe estar en su sano juicio. No es posible que haya internos en las cárceles por haber cometido delitos comunes de poca monta mientras que este tipo se pasea por el mundo dando lecciones de vida tras escándalos judiciales por la toma del Capitolio, de denuncias de acoso sexual y hasta de evasión de impuestos. Señor presidente, si quiere contribuir a salvar el mundo, lárguese a casa.