Leía hoy el trabajo de un compañero informando de las sanciones que se han fijado a la pesca recreativa en Pasaia y me han venido a la mente escenas de un pasado muy pasado. De cuando iba con mi aita a pescar a Orio con la caña o con el salabardo a por kiskillas y cangrejos. Todavía recuerdo la emoción de sentir cuando picaban, cómo de hundía la caña. Todavía recuerdo el berrinche que me llevé cuando un corcón me la rompió, era una caña de caña y la pobre no aguantó. Me veo siguiendo con la vista el palo que se perdía en la distancia, sintiendo a la vez rabia e impotencia. Mi madre me intentó consolar diciendo que solo era un corcón, que se comía el aceite de los barcos y que no valía para nada. Me dio igual. Me frustró y mucho. Pienso que quizá ejercicios de paciencia y frustración como el de la pesca deberían ser casi obligatorios hoy en día, para jóvenes pero también para adultos. Lo queremos todo ya, como sea. Y ver cómo un corcón se te lleva la caña nos resulta terrible. Como en el cuento de la lechera se nos rompen los cántaros a diario y no nos alcanza para reconocer que los cántaros se rompen y para que aguanten tanto como los vasos de Nocilla, hay que cuidarlos.
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