El cambio de año siempre es una ocasión para otear el horizonte y tratar de ver qué es lo que nos viene, lo que no deja de ser un ejercicio de adivinación, teniendo en cuenta que las previsiones y los pronósticos sobre ese posible futuro se basan, en buena medida, en la experiencia del pasado. Nadie sabe cómo se desenvolverá este año, pero algunos de los vientos que llegan de 2024 no invitan al optimismo. Es muy tentador tirar de la historia para encontrar paralelismos con momentos, en apariencia, similares al actual. La Europa de entreguerras del siglo XX es un tiempo al que se recurre con frecuencia para advertir sobre los peligros que nos acechan aunque no seamos capaces de verlos todavía. Hay quien piensa que son comparaciones sin sentido, porque nuestro presente se parece muy poco a aquel pasado. Pero creo que eso da igual. Lo interesante de este ejercicio es observar en qué medida se intuía la catástrofe futura, cuando el nacionalsocialismo no era más que un grupúsculo residual en el panorama político alemán. Hoy, los que se pueden considerar herederos de esa expresión política han adquirido tal fuerza que amenaza con quebrar el consenso que unía al resto de partidos para marginar a la extrema derecha. Ya no es una idea descabellada.