Aún recordamos las risas de 2017: el equipo de Donald Trump, nombrado presidente aquel 20 de enero, dijo que en las calles de Washington había más gente que en las tomas de posesión de Barack Obama. Las imágenes lo desmentían, pero larga cambiada del equipo del nuevo presidente: “Nosotros no decimos falsedades, sino verdades alternativas”. Risas por la respuesta, pero seguimos sin saber escapar de esas verdades alternativas. Sin verdad real, con hechos que compartamos aunque no coincidamos en sus interpretaciones, no se puede educar una familia, ni gobernar un país. Las verdades alternativas sí dan pingües beneficios a unos pocos. Más en una esfera política que ya no es más que un burdo teatro de programas de televisión y redes sociales. Una metástasis que lo ocupa todo en despachos de Madrid, París o Berlín. Un show que impide atender lo urgente: mejorar la vida del personal, que empieza a pensar que si la política no le mejora su vida, probemos con esa antipolítica que promete arreglarlo todo. Patrick Boucheron clama en su ensayo El tiempo que nos queda contra tanta campaña permanente. Las elecciones llegarán y “hasta entonces, basta, aparquemos ya el asunto, es demencial el tiempo que perdemos con todo esto”. No es anecdótico ni casual. “En la política, las cosas más terribles empiezan siempre de forma inteligente”. Y entre risas. Como en enero de 2017.