Mientras van pasando los años, vamos conociendo a más y más personas. A la mayoría las vemos pasar casi de refilón y no tienen un gran impacto en nuestra vida. Sin embargo, con las redes sociales no perdemos del todo la pista a muchas de ellas, incluso aunque nuestra conexión se limite a tener amigos en común. Es por eso que, teniendo en cuenta que con Instagram y derivados sigues viendo a alguien aunque no sea físicamente, guardo con cariño las interacciones que tuve con personas desconocidas en una ocasión que viajé en solitario. De hostal en hostal, dormía en habitaciones con personas venidas de distintas partes del mundo. Una de ellas, un chico colombiano del que ya no recuerdo el nombre, había viajado hasta Zúrich, donde coincidimos en la habitación, desde Países Bajos en bicicleta para reencontrarse con una chica suiza que había conocido en Ámsterdam. Sin conocerme de nada, me cogió la confianza como para contarme su experiencia. Al poco, se me acabó el tiempo en la ciudad y me marché sin posibilidad de despedirme. Nunca más lo voy a ver, es evidente, ni sabré qué fue de él. Y sin embargo, en un mundo donde debemos saberlo todo de todo el mundo, es refrescante tener amigos y amigas fugaces que dejen un buen poso y una buena historia para contar.
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