La Real es un club cercano. Así lo puede sentir el capitán del Real Madrid, Daniel Carvajal, que pese a lo que declaró sobre Anoeta y su Grada Familiar hace unas semanas, el club realista ha sido señor y le ha enviado ánimos por las redes sociales tras su grave lesión. El club también mostró su cercanía a los allegados de Franz Beckenbauer cuando el káiser murió en enero. Hay que andar vivo cuando estas cosas suceden, porque las redes sociales son de una tiranía inimaginable: posicionarte sobre algo obliga para siempre. Al no hacerlo o tardar en ello, asoma una turba dispuesta a creer en conspiraciones. También con la Real. Esa cercanía para fuera se resquebraja, sin embargo, en Gipuzkoa cuando el club es ajeno a la muerte de un dirigente histórico del deporte guipuzcoano —y muy cercano a aquella Real con Luis Uranga— como Beñardo García (y van nueve meses sin responder a un mail de un socio al respecto); cuando el club solo se pronuncia si se le pregunta sobre la aficionada herida en la previa del PSG; o cuando hay que buscar al capitán y al entrenador para que hablen a la afición sobre lo sufrido contra el Anderlecht. Son detalles, defenderán algunos, pinceladas sueltas de un cuadro puntillista cuya composición, si damos un paso atrás y cogemos perspectiva, no coincide con la imagen de la Real con la que crecimos. Con la que nos gustaría que fuera.
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